Vivir en los años treinta desde la cultura gay

Jun 25 • destacamos, principales, Reflexiones • 23119 Views • No hay comentarios en Vivir en los años treinta desde la cultura gay

POR JOSÉ ANTONIO RODRÍGUEZ

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Eran tiempos siniestros. De oscuridades y zozobra. O Bien, acaso una época que ferozmente no quiere aún hoy dejar de terminar.

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Estamos  a mediados de 1930. Desde las páginas de la revista Detectives que dio cuenta del trajinar urbano en la Ciudad de México, de la vida del submundo, la de los oprimidos, no de la élite, es que ahora se puede documentar en qué condiciones se vivía el ser gay. La edición del 27 de marzo de 1933 en una crónica enviada desde París se decía: “Con una tolerancia absoluta de las autoridades, en la Ciudad Luz se celebra año tras año el baile de los neutros, dirigido, como de costumbre, por Corydon, el Príncipe de los maricones”.  El relato era festivo, pero siempre despectivo, a cargo del corresponsal Marcel Montarron,  como si algo lejano y encubierto ahora tomara forma:

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“Signo de los tiempos: el carnaval ha muerto y la única atracción del martes del carnaval es esta extraña fiesta que de Montmatre  a Monparnasse, de la Bastilla a la Estrella, reúne cada año bajo la insignia del Magic City, a los frecuentadores de los bares especiales, los profesionales de los amores impuros, a los muchachos que se venden y a sus tiernos protectores.

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Esa noche, Corydon, el genio de las aberraciones sexuales , dirige el baile.

—Y decir que se habla de crisis —suspira un policía al ver los lujosos disfraces.

—Pero no hay crisis de la belleza, linda —le dice un gran mancebo peinado de chongo, con la falda estilo imperio, blusa roja y que lleva en la mano un minúsculo ramo de violetas…

—¡Te hubieras rasurado para embellecerte, golondrina!

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La golondrina hace un gesto gracioso, y levantándose la falda, deja ver unas formidables pantorrillas de luchador de circo…

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Todo el mundo ríe y los policías vencidos por la hilaridad casi se olvidan de dirigir el tráfico de los coches, cuyo oleaje, de minuto en minuto, crece y amenaza con sumergir todo”.

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Eran felices. Aunque desde la perplejidad y los adjetivos groseros por ahí es que continuaba el cronista.  Con todo, el célebre baile del Magic City, el desfile por las calles nocturnas de París era para este testigo “un mundo especial, [de] los que buscan la ternura, el amor que no han podido encontrar en otras partes”. Pero eso era allá. Otra circunstancia se daba en México. Más lacerante, porque ser homosexual en un país que emergía de la Revolución era un delito. Simplemente eso.

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El reportero Armando Araujo de Detectives lo narra en la edición del 15 de octubre de 1934 (“Los homosexuales”, fue titulada la nota). Apenas unas semana antes se había conocido en las páginas periodísticas de la prensa que unos “niños bien” habían sido sorprendidos en una fiesta y llevados todos a la cárcel: eran homosexuales. Escándalo social y regodeo de una prensa sensacionalista bien apuntalada en sus prejuicios. Eso sirvió para que  los oficiales de la policía, feroces sabuesos, tan oscuros como la noche misma, se lanzaran a las calles en persecución de su presa. Tenían la cancha libre. Escribe el periodista lo que le contó poco después un policía: “Cuando se hace sobrevigilancia, poco después de la media noche, es cuando sorprendemos reuniones de afeminados que no se recatan”. En una casa del pueblo de Tacuba, agregaba el oficial: “Grande fue nuestra sorpresa al hallar en uno de los salones de esa casa, que estaba decorada con un refinamiento muy femenino y audaz, muchos hombres. De pronto descubrimos a algunas mujeres y luego nos convencimos que se trataba de hombres vestidos de mujer. En una palabra. Habíamos sorprendido una saturnal en que participaban homosexuales. Detuvimos a todos y se les impuso una multa fuerte. Meses después, volvimos a sorprender a los mismos individuos en otra saturnal, y se repitieron las escenas. Posiblemente la policía llegue a cansarse primero de perseguirlos que ellos renuncien a tratarse como si fueran mujeres”.

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¿Invasión a la vida privada? ¡ Bah!, eso no le importaba a la policía de aquella Ciudad de México sin ley. En donde un grupo social era condenado a los arrabales, al confinamiento carcelario. Y el lenguaje, ese lenguaje que no encontraba la manera de narrar los sucesos (en abierta violencia de la escritura) que se daban encarnizadamente hacia un círculo social. Leopoldo I Orendain es un ejemplo explícito en sus crónicas históricas sobre Guadalajara en Cosas de viejos papeles para él, el Barrio de San Juan de Dios había caído en una pésima fama por sus vendedores urbanos: “eran afeminados de tomo y lomo los que expedían los tamales… Desvergonzados, porque vestían con blusas de telas vaporosas, colores llamativos y cortadas según moldes femeniles. Se empolvaban la cara y con sus ademanes y expresiones disipaban cualquier duda. La autoridad los toleraba, quién sabe por qué causa o conveniencia. Tales tipos dieron pésima fama al barrio.” Y eso que era Orendain, lúcido por momentos aunque desinformado en otras ocasiones.

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Miguel Gil, también para las páginas de Detectives del 24 de abril de 1933, se adentró en la Penitenciaría del Distrito Federal para dar cuenta del cómo vivían todos aquellos seres confinados por sus preferencias sexuales. El fotógrafo Díaz (muy probablemente Enrique Díaz) le acompañó. Es éste, acaso, un testimonio de incomprensión, de abierta ironía. El reportero no encuentra otra manera  de describir la situación a la que se enfrenta más que las frases burlonas. Quiere fotografiar a los reclusos acusados sólo por sus preferencias afectivas:

“…retratarnos ¡nunca!

“…retratarnos ¡nunca!

Me cuesta algún trabajo convencerlos.

—Pero miren muchachos…

—Que muchachos ni que ocho cuartos! —dice La Yucateca—, ¿qué no ve que somos mujeres?…

Soltamos la carcajada.

—Eso… Dispensen… muchachas…

—Ah, eso es otra cosa…

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Y La Yucateca que es un… ¿cómo decirle entonces si no es muchacho?… la verdad es difícil el nombre … (le llamaremos neutro, puesto que no es ni macho ni hembra), se pone las manos hechas puño en las caderas, enchueca la boca pintada, y da algunos pasitos delante de nosotros… Sus posturas grotescas provocan las sonrisas de cuantas personas ven este simulacro femenino”.

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A contracorriente, una cultura vital sobrevivía. Los testimonios que se dejaron asomar fueron formando, poco a poco, una historia de agravios. Hoy, referencias ineludibles para documentar una incomprensión que venía desde mucho antes.

Ya lo decíamos: tiempos siniestros.

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FOTO: “Eso sirvió para que  los oficiales de la policía, feroces sabuesos, tan oscuros como la noche misma, se lanzaran a las calles en persecución de su presa. Tenían la cancha libre.” Cortesía Fototeca Nacional, Fondo Judiciales, ca. 1935.

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