Volcanes en la tundra: Escritoras ante la crítica

Mar 10 • destacamos, principales, Reflexiones • 4290 Views • No hay comentarios en Volcanes en la tundra: Escritoras ante la crítica

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Contemporáneas de los autores del Boom, Rosario Castellanos y Elena Garro no tuvieron el reconocimiento internacional que merecían. Algo similar ha ocurrido con otras escritoras en nuestro país. La crítica literaria no ha estado exenta de una visión masculina predominante

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POR OMAR PAREDES

Caracterizadas por una labor combativa, Rosario Castellanos y Elena Garro contrastaron con el perfil de las escritoras del siglo XX. Con una obra que se extendió hasta la novela, el cuento, la poesía, el teatro y el ensayo, para ambas autoras incursionar en la literatura fue un desafío que las condujo a caminos irregulares e inciertos, sitios ocupados por varones, quienes integraban la tradición literaria de aquellos años. Ser mujer y escritora eran, a menudo, dos términos opuestos.

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Ambas coincidieron con escritoras como Nellie Campobello, Josefina Vicens, Amparo Dávila, Inés Arredondo y Elena Poniatowska. Ha sido la autora de Hasta no verte Jesús mío quien forjó, quizá, la trayectoria más extensa y mayor presencia hasta el nuevo siglo, a diferencia de Campobello, Vicens, Arredondo y Dávila, quienes publicaron una obra que podría reunirse en un solo tomo.
Por otro lado, la producción literaria de Garro y Castellanos se vio determinada por el temperamento y la muerte. Garro fue un caso peculiar del destierro literario, mientras que la obra de Rosario Castellanos se cortó, de tajo, por una corriente de 240 voltios.

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Hacia 1941 apareció Rueca, una revista hecha e ideada por mujeres estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras, que si bien ayudó a algunas escritoras en su proyección literaria temprana, también fue blanco de burlas y comentarios desfavorables de otros escritores jóvenes e intelectuales de la época. La periodista Elena Urrutia escribió que ésta no escapó de las duras burlas del poeta Salvador Novo, así como de los comentarios despectivos de José Vasconcelos al demeritar la revista y “sugerir” a Carmen Toscano y María Ramona Rey, responsables de la publicación, editar mejor “una revista verdaderamente femenina de modas y recetas de cocina”. Pese a los comentarios, Rueca, en la que se publicó exclusivamente a mujeres, alcanzó 20 números trimestrales durante 11 años, desde 1941 hasta 1952.

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En años anteriores ya circulaban algunas hechas por mujeres, como La Mujer Mexicana (1904), La Mujer Moderna (1917) y Mujer (1926); sin embargo, ninguna de ellas se mantuvo más de cuatro años. Rueca fue la primera que circuló por menos una década.

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Rehilete (1961), dirigida por Beatriz Espejo, y fem (1976) fueron revistas que procedieron a Rueca, a la que reconocieron como la pionera del periodismo hecho por mujeres en México. La misma María Ramona Rey dijo tiempo después que Rueca se vio influida por la revista Tierra Nueva, creada por los poetas Alí Chumacero, Jorge González Durán y José Luis Martínez, además del filósofo Leopoldo Zea.

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Rueca reunió en sus páginas las plumas de las primeras escritoras profesionales del siglo, es decir, aquellas que habían tenido formación universitaria en letras y humanidades en la UNAM. Rosario Castellanos tuvo importante presencia en la publicación durante sus últimas tres ediciones. En el número 18, Castellanos publicó el poema “Muro de lamentaciones”, y en el 19 Lucero Lozano hizo una crítica sobre la publicación poética corta de Castellanos, Trayectoria en polvo. Lozano escribió:

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“Entre los poetas de mayores posibilidades de realización de la última generación figura Rosario Castellanos que nos ha ofrecido en varias revistas las primicias de su inspiración. Rosario posee ya, a pesar de estar todavía en plena etapa de gestación, una seguridad en la expresión y una originalidad en pensamiento que nos hace considerar como una de las mayores promesas de la lírica mexicana contemporánea”.

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Algunas colaboradoras de la revista Rueca, título sugerido por Alfonso Reyes, disfrutaron de los beneficios otorgados por el núcleo literario; sus obras fueron reconocidas por el grupo y estrecharon lazos con entidades diplomáticas, como sucedió con la autora chiapaneca.

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Las mujeres del Boom

A finales de la década de 1950 surgió el Boom latinoamericano, que catapultó la carrera de muchos escritores centro y sudamericanos. Aun cuando Garro y Castellanos fueron dos autoras fundamentales en la literatura nacional de aquellos años, el editor Geney Beltrán asegura hay quienes consideran que sus obras no fueron representativas durante el Boom, ya que sus temáticas tenían que ver con el carácter nacional, la búsqueda de identidad femenina y un marcado apego autobiográfico.

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El también crítico literario explica que si bien, la calidad de las obras de los escritores del Boom es indiscutible, la agente literaria Carmen Balcells –quien dictaminó negativamente la obra de Garro– fue determinante en el éxito de estas otras obras. “Durante muchos años ella representó a los autores frente a los sellos editoriales en Europa, lo que les permitió dedicarse de manera profesional a la literatura y garantizando la proyección internacional de sus obras. Sin embargo, hubo un lado de la moneda que no favoreció a escritoras contemporáneas al Boom, que forjaron su carrera a la sombra del éxito de grandes autores. Aunque Elena Garro fue contemporánea de los autores latinoamericanos del Boom, nunca logró internacionalizarse. A mí me gusta comparar la trayectoria extraliteraria, es decir editorial, predominantemente de Vargas Llosa y de Garro, porque mientras él tuvo el apoyo de Balcells, este no fue el caso de Garro”.

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La escritora uruguaya Cristina Peri Rossi expresó en una entrevista a BBC Mundo: “Me acuerdo que mi librero, cuando yo era jovencita, por supuesto que tenía a Donoso, García Márquez, Cortázar, Reinaldo Arenas. Muchísimos varones en español. (…) En cambio, no tenía –y ahora que lo pienso me parece casi un crimen– a Rosario Castellanos, que fue una grandísima autora estrictamente contemporánea a la gente del Boom… Los recuerdos del porvenir la publicó Elena Garro en 1963 (el mismo año que Cortázar sacó Rayuela y Vargas Llosa La ciudad y los perros). Y el Boom no las tomó a ninguna de las dos. Ahí es donde uno ve que es mucho el asunto de género. Porque es verdad que Elena Garro estaba más loca que una cabra, puso los pies donde no tenía por qué ponerlos, pero no fue el caso de Rosario Castellanos, que era muy respetada, embajadora de México en Israel. Murió en 1974, o sea que hubo tiempo para que la levantara el Boom. Y no lo hicieron.”

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Beltrán Félix señala que la visión masculina predominante en el ejercicio de la crítica literaria ha perjudicado a las escritoras, algo que continúa siendo un fenómeno muy peculiar. Esto pareció exigir a las escritoras la repetición de temáticas personales, que tienen que ver con lo autobiográfico, como en el caso de Castellanos, o los conflictos amorosos entre hombres y mujeres, como lo hizo Elena Garro.

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“Aunque no haya una intención deliberada de medir con distinta vara a escritores que a escritoras, sí hay algo que no se le exigió a los hombres. Por ejemplo, a Juan García Ponce que escribió desde los sesenta sobre vínculos entre hombres y mujeres, y en los que fue un tanto reiterativo, la crítica literaria no lo menospreció. En cambio, si una mujer escribe sobre cuántas veces la engañó el marido o si de niña fue discriminada, la crítica asume una posición contradictoria. Es muy discutible pensar que una obra vale menos por el hecho de que parezca que ahí hay un asunto autobiográfico, puesto que eso impide revisarlos como artefactos verbales. Creo que se debía a un conflicto personal entre lectores y obras, porque muchas de éstas planteaban una crítica beligerante del machismo”, indica Beltrán.

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El temperamento de Rosario Castellanos la llevó a gozar de estabilidad literaria durante su vida, lo que no ocurrió con Garro, quien fue duramente señalada por sus declaraciones respecto al movimiento estudiantil de 1968, en las que sostuvo que éste no planteaba las “verdaderas soluciones políticas, económicas y sociales que urgían al país”, contraponiéndose con los intelectuales de izquierda que lo apoyaban.

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Escritoras prolíficas

Garro y Castellanos, así como Poniatowska, han sido escritoras muy prolíficas, algo poco usual y que no sucedió con otras escritoras. La trayectoria de Rosario en la burocracia cultural dejó entrever un compromiso explícito con la condición de las mujeres y los indígenas. Esa carrera de funcionaria le pudo haber permitido ser incorporada y bien vista, como excepción a la regla, ante el Estado.

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Castellanos tenía gran capacidad de moverse entre el escritorio donde hacía su obra y el escritorio donde resolvía asuntos diplomáticos. Además, exploró varios géneros y nunca se vio obligada a parcelarse en el cuento o la poesía, como ocurrió con Inés Arredondo en el cuento o Enriqueta Ochoa en la poesía. Fue también una escritora que encontró espacio en la vida periodística como columnista, un campo dominado por los varones, pero que la familiarizó con el lector.

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Elena Poniatowska es, probablemente, quien ha tenido una trayectoria constante a comparación de otras escritoras. Nellie Campobello publicó Cartucho en 1931, aunque más adelante se dedicó a la danza. En los otros casos, aunque son posteriores, son autoras que publicaron un libro cada diez años. Inés Arredondo publicó tres libros de cuentos en 18 años. Era una escritora muy rigurosa consigo misma y contrastó con el perfil de otros autores como Carlos Fuentes. Josefina Vicens publicó El libro vacío en 1958 y su segunda novela, Los años falsos, en 1982. Esa fue toda su obra. Amparo Dávila es una autora de libros de cuentos y poemarios.

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Beltrán Félix explica que existió una condición que llevó a las escritoras a cuestionarse mucho, a obligarse a no competir en términos de cantidad con los varones, a adelantarse al juicio adverso y por lo tanto pulir sus textos. En el caso de Arredondo existe un abordaje crítico del machismo, de la secuelas psicológicas que tiene en las mujeres la ruptura de los afectos. Aunque nunca buscó hacerlo abiertamente, pues rechazaba la etiqueta de feminista, sus textos permitieron una lectura crítica feminista que también que obligó a los lectores a una confrontación.

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La esfera integrada por los propios autores también ha propiciado la supremacía masculina en la crítica literaria. En 1984 se publicó la antología Lo fugitivo permanece, hecha por Carlos Monsiváis. En ese volumen no estuvieron incluidas ni Amparo Dávila ni Inés Arredondo. Paradójicamente sí estuvo Poniatowska, quien no es ampliamente reconocida por sus cuentos. Evidentemente hubo una vinculación personal entre Poniatowska y Monsiváis, lector que dejó fuera a dos cuentistas en su ejercicio crítico.

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Como se puede apreciar, hay un reconocimiento desigual a la obra de las grandes escritoras en nuestro país, cosa que no ocurrido en el caso de los escritores (pongamos por caso a Alfonso Reyes, Octavio Paz y Carlos Fuentes). Resultó y resulta muy difícil para las escritoras dedicarse hoy a la crítica literaria, pues ha existido una barrera cultural que las ha relegado. La posibilidad polemista de la crítica ha estado, y continúa, ocupada por los hombres.

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FOTO: La escritora chiapaneca Rosario Castellanos, autora de la novela Oficio de tinieblas.  / Archivo EL UNIVERSAL

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