Ahora todo tiene sentido
POR GENEY BELTRÁN FÉLIX
Por un lado, tenemos a una familia integrada por el próspero, disciplinado y muy trabajador Ryota Ninomiya, su esposa y su hijo de seis años, Keita. En el otro extremo se hallan los desordenados, humildes y festivos padres de tres chamacos, el mayor de ellos, Ryusei, nacido el mismo día que Keita. Lo que une a ambos niños es no sólo la circunstancia de que nacieron el mismo día en el mismo hospital, sino que una enfermera enojada y envidiosa decidió intercambiarlos. Antes de que los pequeños entren a la escuela primaria, cada matrimonio descubre que ha venido criando a un hijo que no es de su sangre.
La película De tal padre tal hijo (Soshite chichi ni naru), escrita y dirigida por Hirokazu Koreeda, desarrolla el conflicto propiciado por esta revelación. No obstante, el conflicto existe, más que nada, en el personaje de Ryota (Masaharu Fukuyama): un hombre prepotente y orgulloso que, con todo, no había encontrado hasta ahora orgullo en la naturaleza sencilla y nada competitiva de su heredero. Por eso, la frase que se le escapa al descubrir que Keita es hijo de otra persona y no suyo lo hace ver bajo una luz de elemental crudeza: “Ahora todo tiene sentido”. Sin embargo, no es sino hacia el final, luego de una sutil pero contundente sacudida de su visión del mundo, que la despiadada frase cobra validez.
De tal padre tal hijo luce una narrativa elíptica y sobria. Las acciones se suceden sin hacer énfasis en lo extraordinario de la situación dramática. Algunas escenas inician in medias res, dando por sentado que el espectador no requiere demasiada información para leer, con mayor precisión, en los gestos de los actores el peso de lo que están viviendo. En otros casos, cuando alguno de los personajes, sobre todo el padre biológico de Keita (Riri Furanki), lanza frases de tenor epifánico (“El tiempo lo es todo para los niños”), el efecto sapiencial se ve cuestionado por la conducta relajienta e informal del hombre. Hay que decir, por cierto, que la cámara marca tácitamente la confrontación de los dos mundos: para la rica familia Ninomiya, predomina el acento en la distancia y la sequedad de las imágenes, con algún movimiento que indica, parca pero congruentemente, la pauta del movimiento interior de los personajes, sobre todo del atribulado Ryota. Para la familia Saiki, en contraparte, tenemos una cámara más cercana, inquieta e intimista. A como Ryota va viendo rebatidos los prejuicios de su crianza nutridos por su relación con un padre insensible y una madre ausente, la dirección de la cámara se permite algún tímido close-up, pero esto tiene que ver, muy orgánicamente, con el episodio que detona la mutación final de Ryota, cuando ve en su propia cámara las fotografías que, sin que él lo supiera, le había tomado el pequeño Keita.
Uno de los aspectos más notables de la sobriedad narrativa de De tal padre tal hijo es, así, el modo en el que los hijos dan a conocer sus mensajes, guiados por la más sincera de las condiciones: la del afecto. Las palabras de los adultos parecen no tener eco ni provocar mayor cambio en Ryota; es la conducta de los chicos —los dibujos y las reacciones de Ryusei, que no puede olvidar a sus primeros padres; las fotografías y el silencio herido de Keita— la que señala las formas del apego en los niños, para quienes, en una ratificación de la teoría psicológica desarrollada por John Bowlby, el idioma de la sangre no tiene importancia frente a la realidad de los vínculos construidos a lo largo del tiempo.
¿Qué es lo que define el ser padre de alguien? No resulta raro encontrar este cuestionamiento en la producción artística contemporánea. La transformación de los roles familiares y de género ha marcado una exploración inversa a la que podíamos encontrar en numerosos artefactos culturales desde La Odisea. Antes era el hijo quien buscaba al padre. Ahora es el padre quien se busca a sí mismo, en ese nuevo papel ya no sólo biológico, a partir de su vínculo con un ser que, físicamente semejante o no, con cada hecho pareciera buscar contrariarlo, negarle incluso, y esto sin dobleces, la certidumbre de la paternidad. Una antigua idea oriental sobre la trasmigración de las almas asegura que, antes de nacer, uno elige con plena consciencia, y de acuerdo a las necesidades de su evolución psíquica, a quienes serán sus padres en su siguiente reencarnación. De tal padre tal hijo pareciera aproximarse a esa idea: el ser padre está definido por el hecho de ser aceptado en esa condición por el hijo. Debido a esto, Ryota encuentra que todo tiene sentido únicamente después de que acata una realidad diferente a aquella en la que fue educado: que la paternidad pertenece al orden de la cultura y no de la naturaleza, lo que le estipula una relación de afecto, compromiso y responsabilidad, no sólo de provisión de dinero, sustento y protección.
El resultado, ciertamente, es catártico aunque no confortante, pues Harokazu Koreeda no ha entregado una película chantajista, que defienda emotivos valores familiares en una época de capitalismo extremo en la que lo que cotiza es la persona en tanto objeto y no sujeto. En este logro de Koreeda tienen que ver tanto un guión nunca desbordado en el melodrama y sí muy acertado en el manejo del humor, como su lacónica puesta en imágenes y una expresiva —por su contención— dirección de actores, centralmente del protagónico Fukuyama. De tal padre tal hijo, pues, se deja ver como una película sensible al proceso de emergencia de un nuevo y complejo héroe dramático para nuestro tiempo: el hasta hace poco invisible padre.
Edición, guión y dirección: Hirokazu Koreeda
Fotografía: Mikiya Takimoto
Reparto: Masaharu Fukuyama, Machiko Ono, Yoko Maki, Riri Furanki, Shogen Hwang, Keita Ninomiya
Producción: Japón, 2013
*Fotografía: Riri Furanki y Keita Ninomiya en los papeles de padre e hijo biológicos/ ESPECIAL
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