Andrew Haigh y el socavamiento intimista

Ene 2 • Miradas, Pantallas • 3056 Views • No hay comentarios en Andrew Haigh y el socavamiento intimista

POR JORGE AYALA BLANCO 

 

En 45 años (45 Years, RU, 2015), recóndito filme 3 del asimismo productor-guionista inglés de 42 años Andrew Haigh (Griego Pete 09 y Fin de semana 11, sobre una experiencia cotidiana de ser gay), con base en un relato literario de David Constantine adaptado por el realizador, el otrora sindicalista combativo vuelto jubilado emocional Geoff (Tom Courtenay desarmante en las antípodas de su instintivo joven iracundo de La soledad del corredor de larga distancia/El mundo frente a mí 62) y su devota compañera al parecer de toda la vida Kate (Charlotte Rampling portentosa en las antípodas de su sexoabyecta ultrajada concentracionaria de Portero de noche 74) forman una tranquila pareja interdependiente de maduros esposos londinenses opulentos-off Mercer que, sólo acompañados en su casa solariega por su noble can consentido, el recuerdo de su relación corporal, las efímeras visitas filiales cada vez más distantes e interesadas (o sin mayor interés sentimental) y la compañía rutinaria de algunos vecinos demasiado agresivos en sus observaciones, todas con menor afecto al demostrado por el cartero Chris (Sam Alexander), se disponen a cruzar la semana previa a la rumbosa celebración de su 45 aniversario de bodas dichosas, sin sospechar lo ardua y socavadora que será esa travesía, un pesado día tras otro día desazonante en exceso, pues el hombre será remitido a tiempos pretéritos que consideraba ya superados, cuando reciba la noticia de que el cadáver congelado de una adorada examante alpinista suya desaparecida decenios atrás por fin se encontró en unos inaccesibles glaciares suizos y, aún sin atreverse a viajar al continente para recuperar el hallazgo in situ, sus desasosegadas reacciones inconscientes, y su inmediato hurgar en el baúl de los objetos olvidados en el tapanco, bastarán para demostrarle a Kate, de manera tan fehaciente cuan dolorosa, que ella no fue para él, en sí misma, más que una segunda opción, acaso desesperada e indeseable en un principio, lo cual motivará todo género de inconscientes reacciones intelectualmente incontrolables también en ella.

 

El socavamiento intimista despliega como una fatalidad el mundo de la desestabilización sentimental en la vejez estéril a causa de Secretos y mentiras (Leigh 96) de esos errores del pasado de todos tan temidos de súbito irrumpiendo en el presente, removedores, imperturbables, ya que Haigh Harrogate sabe capturar como pocos el momento exacto, o mejor aun: la suma de infinitos instantes precisos e ineluctablemente inaplazables, en que las seguridades de la pareja se pierden y ella amorosa y éticamente se deshace, no puede evitar desmoronarse, en un proceso implacable, cual verdadera hecatombe, tal como hace apenas medio siglo Godard lo había analizado en su filme exquisito poslangiano y más rigurosamente solar (El desprecio 63 basado en Moravia), allí donde la sublime Kate debe comprobar a cada paso la contaminación de su ánimo antes entusiastamente volcado en exclusiva a los preparativos y a la hábil organización práctica del festejo de buen gusto, desplomándose inconfesablemente por dentro y empañando su cruel participación protagónica en aquél.

 

El socavamiento intimista se expresa a través de un drama a fuego lento que combate cualquier mácula o sospecha de parateatralidad apoyando y apoyándose en una fotografía atmosférica en elegante tono menor y pálidos colores de Lol Crawley y en una minuciosa edición de Jonathan Alberts que presta atención hasta los mínimos detalles redundantemente nimios como si fueran algo crucial y decisivo, para transmitir toda la gama posible de sensaciones del mundo de las pequeñas inmensas emociones en la pareja y las socavadoras minucias ya imperdonables, convirtiendo la imagen en una gran lupa amplificadora de movimientos interiores, sensaciones esbozadas apenas y gestos paralizados en intentos que ya parecería ser una culminación reveladora y definitiva.

 

El socavamiento intimista puede estremecer también, entonces, como un esbozo de ballet virtual con figuras demasiado concretas en su abstracción inimaginable: el rutinario beso en la frente a la hora del desayuno que ignora lo vulnerable de su enternecida ternura, la intimidad desvergonzada ante el desvencijado semidesnudo del otro achacoso, las carnes flácidas lamentando no tener suficientes testimonios fotográficos de cuando eran firmes, el auto detenido a media antidílica carretera azulverde y disminuyente, las lamentaciones tardías superando a los inadmisibles celos retrospectivos, el solitario baile baldío a hogareñas deshoras de la noche, la sutil reflexión en una tina vuelta tumba sin sosiego o herida abierta, la contigüidad del durmiente ahora ajeno, el salón de fiestas envidiado por tener mejor Historia que el matrimonio propio, la emoción irreprimible que sin motivo aparente dobla el tronco y anega en lágrimas y doblega el entendimiento irresistible e interminablemente.

 

Y el socavamiento intimista se consuma finalmente como el inasible retrato de lo indecible, la crisis informulable de una estoica admirable en duro combate contra la desmemoria conyugal y la fragilidad de la vejez, viendo por vez primera su relación fundamental y a sí misma a distancia lúcida y crítica, pero rumbo a una aceptación/autoaceptación de la ignominia irreversible, al término de otras compendiadas y representativas Escenas de un matrimonio (Bergman 73), en clave ínfima aunque grandiosa, sin pronunciamientos ni pontificaciones pese a la avanzada edad de los festejantes hoy rebosando indetectadas heridas indelebles que harían temer lo peor: eso que jamás sucederá, ya flemáticamente neutralizado por el temperamento británico y por un pudor análogo a la tormenta en un vaso de agua que es la cinta misma, todo escándalo y violencia bien reprimidos, pero que acaso serían preferibles, más piadosos para esas engalanadas sombras de sí mismas que laten con fondo desgarrado por el Smoke Gets in Your Eyes de The Platters, nada más.

 

*FOTO: En el filme destacan las actuaciones de Charlotte Rampling en el papel de Kate y Tom Tom Courtenay en el papel de Geoff/Especial.

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