Asghar Farhadi y la humillación revertida
Película dirigida por Asghar Farhadi, quien se rehusó a asistir a la premiación del Oscar a Mejor Película en Lengua Extranjera en protesta por las políticas migratorias de Estados Unidos, es un fuerte cuestionamiento a la educación machista de la sociedad iraní
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POR JORGE AYALA BLANCO
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En El cliente (Forushande, Irán-Francia, 2016), agudo opus 8 del vigoroso cineasta iraní de 44 años Asghar Farhadi (Una separación 11, El pasado 13), ahora por excepción lejanamente inspirado en situaciones referenciales extraídas de la pieza realista La muerte de un viajante del estadounidense Arthur Miller (1915-2005) todavía una de las más famosas del repertorio contemporáneo, el riguroso profesor de literatura dramática con su propia compañía vanguardista teatral de aficionados Emad (Shahab Hosseini excelso) y su sometida aunque rechazante esposa Rana (Taraneh Alidoosti) sufren la amenaza de un derrumbe de su depto en el Teherán acomodado y se ven obligados a mudarse, en el jodido y populoso e invasivo Teherán clasemediero, a una vivienda cuya anterior inquilina innombrablemente prostituida sólo ofrece largas telefónicas para recoger sus muebles y objetos personales, pero también ha dejado clientes malacostumbrados como uno nefastamente anónimo que cierto aciago día aprovecha la puerta abierta, mete su paga en el habitual cajón y ataca por error a Rana bajo la ducha, dejándola sangrante, traumatizada (“Me gustaría golpearme a mí misma”) y con miedo a quedarse sola, si bien su frustrado sexual marido (“En la noche no puedo acercarme y en el día no puedo irme”) la cree además violada, por lo que, sin dejar de actuar por las noches con su mujer en la obra cumbre de Miller, se niega a denunciar el hecho ante la policía, pero no cejará hasta localizar al agresor, gracias a una camioneta abandonada y a un inofensivo repartidor, yerno del viejo infeliz Cliente culpable (Farid Sajadihosseini), para poder descargar contra éste sus frustraciones y su orgullo de macho herido, en una perversa, contraproducente humillación revertida.
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La humillación revertida hace que cada nueva situación se despliegue, considere, desmenuce, reenfoque y resuene desde veinte ángulos psicológicos posbergmanianos distintos y diversamente encarnados por cada personaje, trátese de las víctimas vueltas victimarios Emad y Rana, o del Cliente presunto victimario vuelto víctima, análogamente enmarcados y acosados por la destellante fotografía nerviosamente móvil sin cesar reinventándose de Hossein Jafarian, en molto legato y mayor musicalidad visual que la parca música de fondo del folcloroide Saltar Oraki y que la cinemática edición laberíntica de Hayedeh Safyari, aunque creando en su conjunto una amalgama significante tan morosa como profusa, tan dúctil cuan sutilmente endurecida.
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La humillación revertida cuestiona ante todo la severidad conductual de los machos iraníes, en lucha contra la censura omnipresente y el escepticismo ante instituciones gubernamentales como la policía, pero profundamente asediados y socavados por sus prejuicios, sus ancestrales privilegios sociales, su moral tradicional, sus celos irracionales, su aplazadamente cobarde indecisión para procrear, con esa hermosa relación-signo a la Ozu con el precoz hijito prestado por la desatada directora Kati (Maral Bani Adam) de la obra teatral, todo lo cual redunda en la crueldad con que procede el héroe para humillar ante los demás, ante la familia, ante sí mismo, hasta el extremo tanto a sus parejas como a sus enemigos, así sean tan débiles y frágiles, tan lastimeros y desintegrados como el anciano Cliente a merced de los caprichos demostrativos y auto reivindicadores más limítrofes.
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La humillación revertida recrea la obra de Miller sin apenas tomar en cuenta las avanzadas estrategias fílmico-dramáticas que siguieron las dos afortunadas ocasiones anteriores en que fue respetuosa y cabalmente adaptada al cine buscando no supeditarse al teatro filmado, por el hungaro-americano Laslo Benedek 51 con Fredric March, donde en vez de flashbacks se experimentaba con la conjunción en una misma imagen de dos tiempos distintos a la vez mediante muy simples movimientos de cámara (anterior a la mera pantalla dividida), y por Volker Schlöndoff 85 con Dustin Hoffman, donde se experimentaba con el petrificado estatismo hiperrealista y las iluminaciones descoloridas y un histrionismo sin freno, pero, aun sin hallar equivalencias tan audaces e irritantes per se, no por ello la incursión de Farhadi cae en la medianía ni en el conformismo expresivos, porque desde el arranque un pictórico recorrido lento en varios planos de la bella escenografía conduce por corte elíptico al depto derrumbándose, porque de la secuencia del ataque sólo se muestra la puerta entreabierta, porque a continuación quedará sistematizado y bien dosificado (en pequeñas pero cruciales dosis) el pase automático del teatro a la vida concreta, de la subjetividad a lo objetivo, como si se imbricaran y se transminaran cual vasos comunicantes o juego de espejos escena-realidad posCassavetes, pues aquí ya no se trata de una nueva versión de la Muerte por hiperconciencia suicida de la mediocridad inútil en un Viajante vacío, sino de la rabia ante el incomprensivo actor malditamente viril que encarna al Viajante cada noche pero es incapaz de reconocerlo y entenderlo piadosamente en un Cliente infeliz, o al interior de sí mismo, hasta sus últimas consecuencias dolientes, al apagarse las luces del depto que son las del escenario: “Sigo esperándote”, dice Linda-Rana ante un cadáver físico-moral, “Somos libres y estamos limpios”.
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Y la humillación revertida se venga ante todo del presentimiento y del vergonzante reconocimiento de la inestabilidad amatoria de una relación que ya desde un principio se desplomaba a pedazos y que debe seguir, continuar pese a todo, prolongarse y acaso recomenzar su simbiótico absurdo ante los reflejos de un chaplinesco camerino de Candilejas (52) donde se desmaquillan y vuelven a maquillarse los rostros radical y esencialmente huecos de los culpables miembros de la pareja, quizá ahora clientelar a su modo, sin siquiera poder pronunciar las lúcidas palabras de la trágica heroína intimista del viejo Miller (“Él –¿o Ella?– es todo para mí”).
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FOTO: El cliente, de Asghar Farhadi, se exhibirá hasta el 9 de marzo en la Cineteca Nacional. En la imagen, la actriz Taraneh Alidoosti, protagonista de la cinta. Especial.