El hombre es un extraño animal

May 17 • Lecturas, Miradas • 4470 Views • No hay comentarios en El hombre es un extraño animal

 

JULIETA GAMBOA

 

Una antología es una forma de caracterizar la práctica literaria de un autor, su toma de postura simultánea ante la realidad y ante el lenguaje. Es también una manera de aclarar cómo se ordena una propuesta de escritura a través de una sucesión temporal, más allá de la percepción de los poemarios como objetos unitarios. El suplicio comienza con la luz. Antología poética 1959-2000, editada por la UNAM, revisa la trayectoria lírica de Blanca Varela (Lima, 1926-2009), y propone una lectura de los movimientos formales en la autora peruana.

 

El recorrido creativo de Varela se proyecta en ocho poemarios publicados entre 1959 y 2000: Ese puerto existe (1959), Luz de día (1963), Valses y otras falsas confesiones (1972), Canto villano (1978), Ejercicios materiales (1993), El libro de barro (1993), Concierto animal (1999) y El falso teclado (2000). Situada dentro de la llamada generación del 50 en Perú, en la que han sido incluidos poetas como Javier Sologuren, Sebastián Salazar Bondy y Jorge Eduardo Eielson, cercanos al discurso de las vanguardias históricas, la peruana explora las posibilidades de la palabra desde espacios múltiples e incluso discordantes entre un libro y otro.

 

En el prólogo, la poeta Rocío Silva Santisteban reflexiona sobre la amplitud de la propuesta de Varela, en la que puede percibirse la convergencia de experiencias vitales y estéticas, discursos múltiples sobre la modernidad, visiones premodernas de lo criollo, declaraciones acerca de la nostalgia por la ciudad natal y perspectivas sobre las relaciones personales y familiares desgarradas. Hay una actitud abarcadora, de riesgo, que genera zonas de discontinuidad.

 

En su primer poemario, Este puerto existe, Varela enuncia desde una voz masculina, rasgo que ha sido considerado por la crítica como una intención por comprender la totalidad de lo humano. Más que un sujeto “universal”, me parece que la inexistencia de una marca de género explícita en este primer libro se debe a un momento originario de búsqueda de definición, a la expresión de una pregunta sobre cómo decir desde el lenguaje poético, hacia dónde ir, sin que haya respuestas definitivas.

 

El sujeto enunciador de Varela asumirá las marcas genéricas a partir del segundo poemario. La voz femenina gana peso como configuradora de la realidad, desde una experiencia socialmente determinada. Luce Irigaray habla de la necesidad de la mujer de recuperar la palabra y el cuerpo desde la escritura, de convertir la palabra y el cuerpo, identificados como territorios negados o construidos desde la extrañeza, en espacios propios. La práctica de una escritura se llena de intimidad, de testimonio, con lo que se resuelve el problema identitario.

 

El sujeto que enuncia adquiere materialidad y va adoptando rasgos concretos. De la experiencia de ese sujeto “universal” se llega a una voz subjetivada, más definida en su confrontación con el mundo. La voz femenina adquiere densidad, hasta problematizar una experiencia como la maternidad lejos de las definiciones convencionales. En Ejercicios materiales, el poema “Casa de cuervos” presenta la declaración de una madre alejada del paradigma: “porque te alimenté con esta realidad mal / cocida / por tantas y tan pobres flores del mal / por este absurdo vuelo a ras de pantano / ego te absolvo de mí / laberinto hijo mío/ tu nausea es mía / la heredaste como heredan los peces la asfixia / y el color de tus ojos / es el color de tu ceguera”. Así se genera una apropiación de la voz desde parámetros propios, a partir de lo que Varela ha sido considerada (junto con Magda Portal) como voz fundadora de las poéticas femeninas peruanas.

 

Los textos van de la concreción extrema a la prosa poética, de la exploración de la narratividad y el reflejo autobiográfico al lenguaje “puro”. Hay una intención por encontrarse distinta y múltiple en lo que se nombra. Los poemas llegan a ser un “canto”, pero no festivo, sino áspero, que nombra la falta. La voz poética encuentra una constante: el desconcierto, la incomodidad ante la realidad, la imposibilidad de que el lenguaje poético otorgue sentidos.

 

El discurso existencial y la realidad material cotidiana están presentes en un movimiento de búsqueda y enfrentamiento, y se refractan en todas las dimensiones textuales. La relación con una naturaleza hostil y el freno en las relaciones personales son un centro hacia el que se dirigen los intentos del lenguaje. En “Secreto de familia”, de Valses y otras falsas confesiones, se lee: “Soñé con un perro / con un perro desollado / cantaba su cuerpo su cuerpo rojo silbaba / pregunté al otro / al que apaga la luz al carnicero / qué ha sucedido / por qué estamos a oscuras / es un sueño estás sola / no hay otro / la luz no existe / tú eres el perro / tú eres la flor que ladra / afila dulcemente tu lengua/ tu dulce negra lengua de cuatro patas”, en una visión rigurosa de la ruptura de comunidad.

 

En El suplicio comienza por la luz es visible la herencia de las vanguardias, a partir de la construcción del verso libre y la mutabilidad formal. Conviven la prosa poética con el onirismo surrealista y el discurso coloquial con la construcción simbólica. El vacío de divinidad o de entes trascendentales es el signo de la soledad del hombre. En los virajes estéticos de Blanca Varela, la palabra se depura, para llegar, hacia el final de su exploración, a un punto de concreción mayor. Pero queda el eco de la voz en falta permanente: “despertar/ en la gran palma de dios / calva vacía sin extremos / y allí te encuentras / sola y perdida en tu alma”.

 

Blanca Varela, El suplicio comienza con la luz. Poesía reunida 1949-2000, UNAM, México, 2013, Poemas y Ensayos, 285 pp.

 

*Fotografía: Blanca Varela (Lima, 1926-2009)/ ESPECIAL

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