Ciro Guerra o la extinción aborigen

Feb 20 • Miradas, Pantallas • 4637 Views • No hay comentarios en Ciro Guerra o la extinción aborigen

POR JORGE AYALA BLANCO

 

En El abrazo de la serpiente (Colombia-Venezuela-Argentina, 2015), exaltado opus mágnum 3 del culto colombiano del 34 años Ciro Guerra (La sombra del caminante 04 y el ya notable Los viajes del viento 09), con guión suyo y de Jacques Toulemonde Vidal basado en los respectivos diarios testimoniales de Theodor Koch-Grünberg y Richard Evans Schultes, ganador de 4 premios Fénix 15 (de dirección, fotografía, sonido y música en esos antiÓscares gringos), el pionero explorador científico alemán Theo (un Jan Bijvoet ya no el demoniaco intruso hogareño de Borgman) se ve aquejado de una extraña enfermedad tropical durante su expedición investigadora en el corazón de la Amazonia Colombiana hacia 1909 y su extremo recurso desesperado será ponerse en las manos del hosco joven chamán nativo Karamakate (Nilbio Torres) para que lo guíe por tierras vírgenes en busca de la omnicurativa planta sagrada yakruna, adentrándose en la selva cerrada a bordo de una frágil canoa, con estorboso equipaje técnico y la sola ayuda remera del fiel exesclavo indígena manumitido Manduca (Yauenkü Miguee), arrostrando con indomable espíritu aventurero todo género de peligros y trampas naturales, de los que saldrán ilesos, victoriosos, en posesión de la codiciada planta incendiable al fin, gracias a la sabiduría aborigen y su respeto a las ancestrales prohibiciones animistas, y luego de esquivar a los caucheros peruanos, así como a la tiranía doctrinal del misionero Padre Gaspar (Luigi Sciamanna), para que 31 años después, siguiendo idéntica ruta a la marcada por las antiguas indicaciones escritas, el homólogo académico estadounidense del anterior etnógrafo visitante Evan (Brionne Davis), pueda repetir igual hazaña, en 1940, auxiliado por el mismo aborigen Karamakate ya viejo sobreviviente último (Antonio Bolívar), todavía hosco, solitario, aislado, y aún respetuoso de los tabúes de sus antepasados, si bien ya desmemoriado y en trance de recordar a cada tramo algo de lo vivido en su anterior travesía, sobre todo al enfrentarse al violento dominio de un supersticioso Mesías de habla portuguesa (Nicolás Cancino), en el mismo sitio de la precedente abusiva misión católica, y a las balas de los nuevos colonos saqueadores, ahora colombianos, para arrancar la planta yakruna póstuma y recuperar algo de los tiempos arcaicos, en esa palpable y flagrante extinción aborigen.

 

La extinción aborigen relata con grandioso esplendor dos expediciones, la antigua y la más reciente, la primigenia y la calcada al dedillo, cuyo irónico y novedoso entreveramiento narrativo resulta más que significativo, inspiradas por un remordido ánimo indigenista, conformando una arrobadora aventura historiográfica muy actual y vigente, multidimensional y polisémica en su totalidad, aunque en las sobrias antípodas lacónicas de la glosolalia de las Historias extraordinarias del argentino Llinás (08); dos travesías distintas y una sola imposibilidad de rescate etnológico verdadero, pues las sitúa, las desenvuelve y juega a la vez en numerosos territorios ficcionales, aunque nunca demasiados, no lejos de la antropología imaginaria y la etnología poética de cualquier gran trayecto conmemorativo de la huichola cacería del agave peyote (como Flores en el desierto de Álvarez 10 o Eco de la montaña de Echeverría 13), si bien aquí se trata de darle caza a una flor (como en el turbulento Ladrón de orquídeas de Jonze 02), o del soberbio Cabeza de Vaca del mismo Echeverría (90), acaso el antecedente directo de Ciro Guerra (más que los idealizadores-ilusos filmes militantes del boliviano Sanjinés), también inspirado en el diario y las visiones inaugurales de otra exploración legendaria, si bien poniendo ahora el acento reivindicador (pero eso no debe decirse sino verse y sentirse) en la inconmovible figura señera de ese Karamakate dual, un viejo que ya no el mismo ni él mismo, aunque siempre dueño de una admirable sabiduría acumulada: innata, milenaria y adquirida.

 

La extinción aborigen inspira así una semifantasía folclórica de época, una novela de aventuras a lo Salgari o Twain donde cada encuentro azaroso no sólo parece un intrépido episodio desprendible sino una película distinta, una epopeya quasi homérica a semejanza de la épica acordeonista de Los viajes del viento, con trabajadísima fotografía en blanco/negro pictoricista casi abstracto de David Gallego (el de la minimalista Violencia de Forero 15) a modo de arrolladora colección de aguafuertes posTarkovski, dignos del Guerman de Qué difícil es ser un dios (13), si bien infinitamente menos barrocos, pero no menos iniciáticos negativos, para que cada personaje principal o secundario equivalga a una emblemática fuerza eminente en esta suerte de alegórico drama in vitro de la conquista incesante y la devastación civilizatorio-depredadora, donde el reacio chamán-guía Karamakate representa el desmemoriado orgullo de la raza primigenia opuesta a la maldad invasora que representan Theo y Evan, el teratológico lamentable esclavo cauchero sin brazo que exige ser rematado de un tiro en la frente ante sus cubetas derramadas representa el irremediable destino racial, y el domesticado Manduca leal a toda prueba representa un émulo de la colombiana India Catalina, equivalente de nuestra Malinche y símbolo de la dócil absorción/incorporación/colaboración agradecida con el conquistador-invasor-depredador-exterminador.

 

Y la extinción aborigen no sólo se enfoca como crimen de lesa humanidad, genocidio étnico, arrasamiento indígena y violencia injustificable para servir al mito de la civilización, sino ante todo como problema de extinción y supervivencia culturales, con fundamento en el Tótem y tabú de Freud y al modo visionario de La luz del maliense Cissé (87), a sabiendas de que sólo merecen sobrevivir un gramófono que emite La creación de Haydn en plena ribera y algunos coloridos delirios cosmogónicos de la irrecuperable sabiduría autóctona cual inextinguible Abrazo de la Serpiente.

 

*FOTO: El abrazo de la serpiente, protagonizada por Nilbio Torres y Antonio Bolívar (en la imagen), se exhibirá en la Cineteca Nacional hasta el 25 de febrero/ Especial.

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