Colm McCarthy y el holocausto zombi
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En un escenario apocalíptico, la supervivencia de la especie humana ante el azote de un voraz virus dependerá de cómo las nuevas y viejas generaciones se exterminan mutuamente para dejar al descubierto la oscuridad de su devenir animal
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POR JORGE AYALA BLANCO
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En Melanie: Apocalipsis zombi (The Girl with All the Gifts, RU-EU, 2016), elaboradísimo horror film del televeterano escocés debutando con brillantez a los 43 años Colm McCarthy (tras episodios clave de las TVseries La Ley de Murphy, Los Tudor y Sherlock), con guión de Mike Carey basado en su homónima novela superventas, la hiperinteligente niña aún con una condición humana en duda Melanie (Sennia Nanua carismática non plus ultra) asiste férreamente atada a su asiento rodante, como los demás infantes de su especie, a las lecciones de la demasiado sensible Helen (Gemma Arterton) y urde el relato de una joven rescatadora de otra para ser felices por siempre, demostrando así que es humana y luego ser tocada en el pelo por la profa transgresora cual aceptación amorosa, lo cual provoca la rabia del impersonalizado custodio Sargento Parke (Paddy Considine), que se frota con saliva un brazo y lo acerca a las fauces de un niño despertando la rugiente hambre brutal de la clase y de la propia Melanie, probando que ésta pertenece también a la especie de los zombis llamados Hambrientos, quienes, infectados por la fulminante enfermedad que causa un hongo ya expandido en exceso, amenazan con el exterminio del género humano y, de hecho, pronto habrán de penetrar a la base militar de la acción, exacto cuando la implacable experimentadora Dra. Caldwell (Glenn Close canosa y pasita pero aún con una Atracción fatal más aterradora que la mayoría de los zombis) se hallaba a punto de destazar selectivamente a Melanie para sintetizar la vacuna antizombi que a costa de cualquier precio ansía obtener, y esa irrupción violenta iniciará un arduo combate armado contra las hordas zombiescas y la providencial huida del sargento, la doctora, la profa y dos soldados bien pertrechados a bordo de un cuadrado tanque-camioneta de valores tardohumanos que enfila hacia la selva, se atasca en un río, prosigue a pie y arriba a un Londres infestado por entero de zombis paralizados en calles que sólo Melanie puede transitar a salvo, lanzándoles un perro a los hambrientos para dispersarlos y rescatando algunas criaturas homólogas suyas en una lucha cuerpo a cuerpo con su pequeño líder, mientras los humanos que ha decidido proteger, con excepción de la bienamada Helen, irán pereciendo uno a uno con trágica violencia, cual presas prometidas del ya difícilmente reversible holocausto zombi.
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El holocausto zombi apela feroz y eficaz a las urgencias físicas, apetitos, necesidades afectivas, satisfacciones inmediatas, arrebatos instintivos e impulsos más elementales, mediante el desenfreno súbito o, peor aún, la inminencia de ese desenfreno, o séanse, una suicida elección al azar del propio número de la celda en que Melanie se encuentra, el visceral asedio andrajoso al búnker de La noche de los muertos vivientes (Romero 68), o el miedo a ser alcanzado-tocado por los leprosos hambrientos de La tumba india (Lang 58).
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El holocausto zombi puede concentrar entonces todos sus recursos y sus baterías pesadas, tales como la música de Cristóbal Tapia de Veer rebosante de erizados efectos percutivos, la fuliginosa fotografía de Simon Dennis repentinamente alocándose, la pulsional edición sin reposo de Matthew Cannings, o la depresivamente megalomaniaca dirección artística de Philip Barker, y las estrategias expresivas del conjunto de ellas, a la electrizante creación de momentos supremos casi insoportables como el cacaraquiento coro de los escolapios de uniforme naranja luchando por morder al aire desde sus caparazones-prisión inamovibles, las ráfagas arrasantes de cámara en las secuencias de acción violenta, la visión de un Londres posapocalíptico cual campo de concentración espectral, el mar de hambrientos tiesos en las calles cual homologados por el ingenuo rayo inmovilizador del fresco vanguardista René Clair (en Paris que duerme 24), el crepuscular Valhalla de los dioses wagnerianos reencarnando en el incendio profiláctico de una gigantesca torre londinense, y cruzando, flotando, trepidando, impregnándose todo ello con la señorial efigie inasible de Segunda Generación de una superdotada Melanie, la agitada zombivacuna viviente que no se dio y la zooantropológica chiva expiatoria que ahistóricamente se negó a serlo.
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El holocausto zombi reclama y retiene así la deliberada o inconsciente virtud inefable de remitir a sus espectadores y ávidos fans, pese a plasmar una distopia futura, como todas las cintas de zombis de moda o por venir, y tal como lo ha expuesto la cinefilósofa Sonia Rangel en un trabajo sobre la imagen-caníbal basado en los estudios sobre “antropofagia zombi” de Suely Rolnik (en el número 123 de La tempestad centralmente dedicado al tema), a una zona antropológica, o a un imaginario orden primitivo, anterior a la conciencia y a todo control o mediación, donde el deseo puede nacer en estado puro y bruto, a partir de las pulsiones más básicas de un deleuziano-guattariano “cuerpo sin órganos”, de pronto solo boca mordedora con hambre insaciable, con una bárbara voracidad encarnizada más acá, no más allá, de cualquier sacrificio ritual, en una oscuridad arcaica del devenir-animal que todos llevamos dentro, como el feto de siete meses que devoró a su madre desde el interior en el traumático relato tremebundo del sargento mordido-agonizante Parke rogándole a Melanie que lo remate de un plomazo, ya en un espacio despiadado fuera de concierto, si bien contagioso, que es su propia reflexión negativa y su Némesis.
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Y el holocausto zombi acaba situándose a un sutil y sublime costado omniexterminador de las recientes fantasías zombieróticas El demonio neón (Refn 16) y Voraz (Ducournau 16), al culminar elevando a la antes dulce Melanie en supereficiente sustituto entusiasta sin armas del sargento-capataz Parke en la clase escolar que su adorada profesora Helen dicta tras una parapetada puerta defensiva con cristal protector a los salvajes niños quasi humanos perpetuadores heroicos de tu especie.
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FOTO: Melanie: Apocalipsis zombie, con Glenn Close, Gemma Arterton, Paddy Considine y Fisayo Akinade, se exhibe en salas comerciales de la Ciudad de México./Especial
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