Contra soberbios y charlatanes
POR GENEY BELTRÁN FÉLIX
Con motivo de la aparición de su tercer libro de ensayo, Genealogía de la soberbia intelectual, el escritor mexicano Enrique Serna (México, 1958) aceptó tener una conversación para los lectores de Confabulario.
—Enrique, ¿por qué dedicar un libro al tema de la soberbia intelectual?
—Porque la soberbia intelectual, a diferencia de otros tipos de soberbia, tiene un efecto muy nocivo en la circulación de las ideas. Cuando un intelectual está obsesionado en reafirmar su superioridad frente al hombre común, se produce un divorcio entre las élites y el público, que agranda el abismo entre la cultura popular y la alta cultura, lo que no debería existir porque una y otra se fecundan mutuamente. Se me ocurrió entonces un ensayo que rastreara los orígenes de la soberbia intelectual desde las castas divinas en las religiones antiguas hasta la actualidad, porque ha adoptado disfraces astutos a lo largo del tiempo. Sobre todo, me interesaba ver cuáles de esas manifestaciones de soberbia prevalecen en nuestros días.
—Este no es un libro “soberbio”, porque incorpora en el diálogo al lector general, gracias a una amplia documentación histórica.
—Traté de predicar con el ejemplo. Admiro a los ensayistas que atrapan al lector exponiendo con gran claridad sus ideas. Por ejemplo, en lengua española, Octavio Paz y Ortega y Gasset. Los tenía como modelos, aunque no pretendo haber llegado a esas alturas. El ensayo es un género que debe aspirar a llegar al lector común, a diferencia del ensayo académico, de especialistas para otros especialistas que se van encerrando cada más en sus disciplinas, lo que los puede llevar a producir un conocimiento inútil.
—El libro tiene el talante crítico y díscolo de tus obras anteriores. No ha sido escrito con complacencias. ¿No es peligroso esto en México e Hispanoamérica?
—Es relativamente peligroso, en el sentido de que me puede granjear enemistades o críticas desfavorables, sobre todo en las redes sociales, en las que hay muchos insultos directos. Eso puede ocurrir. Pero me agrada provocar reacciones, aunque sean adversas.
—El libro incluye una investigación sobre los antecedentes de la soberbia intelectual, pero en un sentido muy claro sería una toma de posición inconforme ante el presente. ¿El panorama es más grave y está más deteriorado que en otras épocas?
—No soy el único que lamenta que la cultura ya no tenga el poder de transformar a las sociedades. Es algo que ha deplorado Vargas Llosa en La civilización del espectáculo. Él lo atribuye al poder de los medios que han banalizado la cultura, lo que produce que la gente sólo quiera distracciones, y a que ya no esté dispuesta a leer algo que le cambie la vida. Tiene parte de razón. Pero yo creo que también dentro de nuestras filas, en el medio intelectual, deberíamos pensar qué hemos hecho mal.
—Uno de los fenómenos actuales es la práctica desaparición de la crítica de artes. Pero es un ejercicio que, como señalas en el libro, se está alojando en internet. ¿Desde ahí esta crítica puede tener efectos en el público?
—Yo espero que sí. También hay una paradoja. Los escritores nos quejamos de la mercadotecnia editorial, y de cómo se manipula al público, por ejemplo, poniendo en las librerías pilas y pilas de la nueva novela de Dan Brown que la gente corre, como perros de Pavlov, a comprar. Pero la única manera de contrarrestar eficazmente a la mercadotecnia editorial es la crítica. Cuando un crítico es confiable, cumple una función orientadora entre los lectores a la hora de elegir un libro entre los cien que hay en la mesa de novedades. Como la crítica, por desgracia (y esto lo he visto no sólo en México sino en muchas partes del mundo), se dedica a las relaciones públicas, ya nadie cree más que en los comentarios de boca en boca de los conocidos.
—Así, de fondo estaríamos hablando de una exigencia de justicia intelectual: que el mérito artístico sea reconocido sin tomar en cuenta consideraciones extraartísticas y que el público se beneficie con el disfrute de los mejores productos culturales. ¿Este sería el libro de un moralista?
—Hasta cierto punto, es el libro de un moralista. Pero también de alguien que está tratando de prevenir al público contra la charlatanería. Por ejemplo, los intelectuales que crean jerigonzas impenetrables se aíslan cada vez más y generan lenguajes que sólo pocos iniciados descifran. Ahí deploro que ellos hayan renunciado a la comunicación con el público, y también que muchas veces esas jergas ocultan la falta de ideas. No solamente critico el afán de encumbrarse, sino también la circunstancia en la que se está encumbrando un charlatán.
—Otro aspecto que tratas en el libro es la “literatura difícil”. Después de esta revisión del tema, ¿cuándo advertirías que la “literatura difícil” no es una muestra de esnobismo y de soberbia, sino una necesidad expresiva?
—La buena literatura difícil recompensa el esfuerzo de los lectores con iluminaciones. Cuando alguien lee a Góngora, se puede topar al principio con algo que no entiende. Pero las metáforas son tan deslumbrantes, que uno tiene el aliciente de seguirlo. Y también hay una poesía hermética, y lo mismo ocurre con la filosofía, que no dan ese premio.
—En marzo próximo el Fonca cumple 25 años. Tú has sido un crítico muy duro del sistema de mecenazgo cultural de México.
—Obviamente no pretendo que desaparezcan las instituciones culturales, porque me parece bien que el estado, por ejemplo, produzca óperas y apoye compañías de teatro. Pero las instituciones han sido instrumentos de cooptación, como en el periodo de Carlos Salinas. También me parece muy bien que haya becas para jóvenes, pero mantener todo el tiempo a escritores o intelectuales de medio pelo, que muchas veces tienen una situación económica desahogada, me parece grotesco, sobre todo en un país con tan pocos lectores. Lo que he combatido siempre es que tengamos una política cultural de primer mundo y una educación pública del cuarto mundo.
—Ya que está impreso el libro, ¿hay algo que se te haya quedado en el tintero?
—Pues no. No —se ríe—. Creo que hasta he escrito de más.
*Fotografía: Enrique Serna, narrador y ensayista mexicano/ LUIS CORTÉS/ EL UNIVERSAL