Cristi Puiu y el coro desgarrado

Ago 26 • destacamos, Miradas, Pantallas, principales • 4686 Views • No hay comentarios en Cristi Puiu y el coro desgarrado

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Lary, un médico radicado en París, visita a su familia en Bucarest luego de la muerte de su padre, hecho que lo obliga a enfrentar su pasado

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POR JORGE AYALA BLANCO

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En Sieranevada (Rumania-Francia-Bosnia Herzegovina-Croacia-Macedonia, 2016), verborrágico y magníficamente kilométrico opus 4 del autor total bucarestino de culto tan mundial cuan secreto a sus 49 años Cristi Puiu (Materia y pasta 04, La muerte del señor Lazarescu 05, Aurora 10), el todoaguantador médico cuarentón enchamarrado de provincia Lary (Mimi Branescu sobrio hasta el masoquismo) vuela a Bucarest cuarenta días después de la muerte de su padre expresidiario socialista radical, para asistir, junto con su explosiva esposa inaguantable Laura (Catalina Moga gorgónica), su resignada madre viuda Mirica (Dana Dogaru), su pavorosamente sufrida tía Ofelia (Ana Ciontea), la aún entusiasta tía comunista de esponjado bonete-plumero blanco Evelina (Tatiana Iekel), la visceralmente anticomunista sobrina preparadora de manjares Sandra (Judith State) y una docena de parientes miserablemente disfuncionales más, a la sacralización del difunto, en el estrecho depto familiar que habitó y transfiriéndole sus ropas a un descendiente, según el rito cristiano ortodoxo, pero primero el antidogmático Pope ancianísimo (Valer Dellakeza socarrón) retrasa demasiado su advenimiento, debiendo todos esperarlo por horas encerrados con la panza vacía, mientras la joven sobrina sospechosa de drogadicta Cami (Ilona Brezonianu) mete a una amiga serbia a vomitarse al baño y la imprudente Laura mejor se va de compras y luego de la ceremonia, el sobrino escéptico Sebi (Marin Grigore) lucha por ponerse un demasiado grande traje del occiso que es indispensable para dar inicio al banquete, dando tiempo para que el hermano militar de permiso Relu (Bogdan Dumitrache) irrumpa corriendo y llegando tarde, que el desecho marido adúltero de la tía Ofelia a quien por mujeriego apodan Tony El Mexicano (Sorin Medeleni) arme tremendo escándalo con su sola repelente presencia, que la tía Ofelia esté a punto de fallecer del berrinche por un aneurisma cerebral, que la chava serbia siga ensuciando todo con sus vómitos fuera de campo, y que el bueno del doctorcito Lary entre en crisis durante una salida urgente, para poder confesarle a su desagradable esposa su más traumática decepción infantil y su actual condición autojubilada por mediocridad facultativa antes de que el banquete ritual pueda suculentamente efectuarse, tras 173 minutos de tiempo fílmico casi real, in absentia de la mayoría de los participantes quasi fársicos en ese coro desgarrado.

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El coro desgarrado se integra con los enfrentamientos, los soliloquios en compañía, los delirios y puntas del iceberg de las crisis profundas de un puñado de bípedos clasemedieros profundamente rumanos cuyos conflictos sólo aspiran a lo inmediato y en clave con dominante subjetiva (como el enigmático título del film) aunque no pueden evitar el abordaje de temas tan históricos cuan universales, que incluyen a rajatabla la entrada de la vida rumana al consumismo compulsivo, la patética americanización poscomunista aún en pleno atraso moral, el infiernito vial bucarestino, el reconocimiento al bienestar socialista preCeausescu, la sagrada desconfianza esquizoparanoica a toda versión oficial (sea la internacional del 11/9, o sea la nacional de los hechos violentos del 89/90), la prevalencia intemporal del prejuicio clasista-racista (ese desprecio neofascista clasemediero a ser confundido con campesinos o gitanos) y del oscurantismo religioso (ese terror del Pope a un segundo advenimiento de Cristo que por nadie fuera reconocido), el miedo al miedo del Ejército (que convierte al hermano Relu en aspirante a desertor), o Europa después del atentado contra Charlie Hebdo, nada menos.

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El coro desgarrado mantiene al espectador en estado de múltiple alerta, irrita, socava, avasalla, fascina y delira directa e indirectamente gracias a la implacable edición impecable de estructura casi rígida por bloques de Letitia Stefanescu y ante todo en viciosa virtud supercalculada e hiperrealista de una puesta en imágenes con fotografía virtuosa de Barbu Balasoiu que saca el máximo partido heterodoxo y expresivo a planos larguísimos a lo oriental, arranque con distante rabieta infantil y moviendo el automóvil bloqueando el tránsito de una camioneta DHL, plano sostenido de la esposa vociferante al marido sólo atisbado por el espejo retrovisor, síncopas al interior del plano que pasa sin cesar reinventándose de lo contemplativo extremo a lo móvil intempestivo, minirráfagas de cámara entre varios espacios fractales, viaje de una fractalidad hacia las siguientes al infinito, uso de dinteles-mampara en abundancia para diseminar a placer/displacer cuerpos fragmentados, pluralidad abrumadora de acciones bien sugeridas en off, aperturas y cierres brutales de puertas, visiones desde la oscuridad hacia escenas desarrolladas a contraluz intimista, confesión traumática de espaldas dentro del auto, danza agresiva en torno al vehículo estacionado en lugar prohibido, y así sucesivamente en esta bacanal de indiscretas secrecías in obbligato, con devastadores ecos de músicas comerciales transnacionales o mercurial elegancia barroca milanesa de Giovanni Battista Sammartini para sólo enmarcar tanto el inicio como la conclusión de esta balkanizada comedia híbrida neorrealista-posmoderna.

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Y el coro desgarrado estaba finalmente formado por intensidades verbosas que eran manifiestamente dolorosas, que eran incallables en su sentido espiritual al revés, que eran quemaduras existenciales, que eran derrames del ser, entre el clásico nipón nuevaolero Oshima (La ceremonia 71) y del turco filosófico actual Ceylan (Sueños de invierno 14) en la premiosa época presente, que acabará botándose de risa incontrolable y casi presperpéntica, con los dos hermanos Lary y Relu, para siempre cómplices postraumáticos, al lado del hijo-sobrino que santificadoramente monigotizó al patriarca culpable de una doble vida oculta, acaso por toda la eternidad como esta chejoviana envenenada cual grandioso sainete metafísico.

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FOTO: Sieranevada, del realizador húngaro Cristi Puiu, se exhibe en la Cineteca Nacional hasta el 31 de agosto. / Especial.

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