Poesía: celebración de una gran desconocida

Mar 23 • destacamos, principales, Reflexiones • 6317 Views • No hay comentarios en Poesía: celebración de una gran desconocida

La poesía es una manifestación de la diversidad en el diálogo, de la libre circulación de las ideas por medio de la palabra, de la creatividad y de la innovación. El autor de este artículo ofrece una nueva idea sobre esta disciplina literaria y una lectura particular del Día Mundial de la Poesía

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POR JUAN DOMINGO ARGÜELLES 

La idea que se tiene de la poesía es equívoca desde su definición misma en el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE). Según el DRAE, “poesía” es la “manifestación de la belleza o del sentimiento estético por medio de la palabra, en verso o en prosa”. Éste es el gran error: creer que la poesía se ocupa, esencialmente, de la “belleza”, entendida ésta como la cualidad de “bello” o lo notable por su “hermosura”, significando el adjetivo “bello” lo que “por la perfección de sus formas, complace a la vista o al oído y, por extensión, al espíritu” (DRAE). De esta idea se desprende el sustantivo “poema”, que el DRAE define como la “obra poética normalmente en verso”. ¡Otra inexactitud!, pues, de acuerdo con esta lógica, tendríamos que considerar al poema en prosa como una anormalidad.

 

Para Antonio Machado, “poesía es el diálogo del hombre con su tiempo” y para Octavio Paz, “poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono, operación capaz de cambiar al mundo”, también experiencia que “revela este mundo y crea otro”. Y, en síntesis, “la poesía no es nada sino tiempo, ritmo perpetuamente creador”. Esto lo expresa Paz en El arco y la lira (1956), tal vez el mejor libro sobre poesía y poética escrito jamás en lengua española. Una década después, en Corriente alterna (1967), el gran poeta y ensayista mexicano complementaría su concepto de “poesía”: “La poesía es lucha perpetua contra la significación”: destrucción y construcción del lenguaje, y, siendo así, el poema (artefacto verbal y rítmico) es inexplicable, aunque no ininteligible.

 

Añade Paz que el poema es “lenguaje rítmico”; por ello, “comprender un poema quiere decir, en primer término, oírlo” y “leer un poema es oírlo con los ojos”, en tanto que “oírlo, es verlo con los oídos”. Esto ya está en Quevedo (“vivo en conversación con los difuntos/ y escucho con mis ojos a los muertos”) y en Sor Juana (“óyeme con los ojos,/ ya que están tan distantes los oídos”). Para Paz, “la poesía convierte la piedra, el color, la palabra y el sonido en imágenes” y “el poema, sin dejar de ser palabra e historia, trasciende la historia” (El arco y a lira).

 

Respecto del “poeta”, el forjador del poema, Paz afirma: “No es poeta aquel que no haya sentido la tentación de destruir el lenguaje o de crear otro, aquel que no haya experimentado la fascinación de la no-significación y la no menos aterradora de la significación indecible… El silencio después de la palabra” (Corriente alterna). Contra lo que dice el diccionario, para Paz, la poesía es exorcismo, plegaria, oración, letanía, epifanía, experiencia, intuición, emoción, angustia y también pensamiento, y “el poema no es una forma literaria, sino el lugar de encuentro entre la poesía y el hombre…, un organismo verbal que contiene, suscita o emite poesía [y en donde] forma y sustancia son lo mismo” (El arco y la lira).

 

Los términos “belleza” y “sentimiento estético” no aparecen en la concepción que tiene Paz sobre poesía y poema, del mismo modo que tampoco aparecen en las reflexiones de otros grandes poetas que conocen muy bien los equívocos que ocasionan esos términos para la comprensión de la poesía. El término “belleza” suele conducir a un cliché que no pocas veces se desbarranca en la cursilería, ahí donde lo cursi es la elegancia fallida. Queda claro, o debería quedar claro, para un poeta y para un lector de poesía, que el poema no persigue la “elegancia” (de acuerdo con el DRAE, “forma bella de expresar los pensamientos”), sino la revelación del mundo y la creación de otros mundos.

 

La revelación de la belleza

El lugar común de la poesía como “manifestación de la belleza” se abisma, por ejemplo, en la garganta, del comentarista de futbol que afirma que el gol de Messi o de Fulano “¡es todo un poema!”. Es también el tópico de la siguiente anécdota de Agustín Lara, referida por Ricardo Garibay: “Su pecado era ―fue macizamente durante setenta años― la cursilería. No he conocido a nadie que asumiera con tanto orgullo y robustez la baratura de la vida como excelencia. Se embriagaba recitando las letras de sus canciones, y golpeaba de pronto el teclado: ‘¡Esto es poesía, chingao, y que no me vengan a mamar!’”.

 

Equiparar “poesía” con sentimentalismo y cursilería es algo que hasta en el mejor romanticismo está presente, como cuando Bécquer inmortaliza el cliché en sus Rimas: “¿Qué es poesía?, dices mientras clavas/ en mi pupila tu pupila azul./ ¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?/ Poesía… eres tú.” Tuvo que pasar más de un siglo para que Rosario Castellanos diera su versión (Poesía no eres tú) e identificara a la poesía no con la contemplación de lo “bello” o de la “belleza”, sino con la voz que “reclama el oído del que escucha”.

Gustavo Adolfo Bécquer.

 

Únicamente forzando las cosas puede afirmarse que “Algo sobre la muerte del mayor Sabines”, de Jaime Sabines, es una manifestación de la belleza, y no, sobre todo, una forma sublimada de expresar el dolor por la muerte de un ser querido y compartir ese sufrimiento con otros que sufren, que pueden sufrirlo o que tienen la voluntad de recepción para escuchar, ese dolor, con los ojos. El poeta mismo, dolido, lleno de rabia, abofeteado por la realidad, abjura incluso del poema: “Me avergüenzo de mí hasta los pelos/ por tratar de escribir estas cosas./ ¡Maldito el que crea que esto es un poema!”. Que, como artefacto verbal, rítmico, sonoro, ese gran poema de Sabines tenga, en sí mismo, la belleza formal, el carácter estético, a los que alude el diccionario, es una cosa, pero no es la “belleza” su propósito, sino la comunicación de una emoción poderosa que transfigura a quien escribe y puede transformar a quien lee. “En poesía ―escribió Wallace Stevens en Los adagios―, la imaginación no debe desligarse de la realidad”.

 

Vistas las cosas así, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) le hizo muy flaco favor a la comprensión de la poesía cuando, en París, en 1999, declaró el 21 de marzo como Día Mundial de la Poesía. El simbolismo es previsible: el inicio de la primavera, y la primavera como metáfora e imagen de la luz, el calor, el renacimiento del verdor de la naturaleza, luego del frío y oscuro invierno: el triunfo de la luz sobre las tinieblas o, dicho por Rilke: “La primavera ha vuelto una vez más. La tierra/ se parece a una niña que sabe poesías:/ Muchas, oh, muchas, sí… Por lo que le ha costado/ su largo aprendizaje recibe el premio ahora” (Sonetos a Orfeo).

Rainer María Rilke.

 

Paradójicamente, la justificación de la Unesco para la declaratoria de este día jamás incurre en obviedades: “La poesía es una manifestación de la diversidad en el diálogo, de la libre circulación de las ideas por medio de la palabra, de la creatividad y de la innovación. La poesía contribuye a la diversidad creativa al cuestionar de manera siempre renovada la forma en que usamos las palabras y las cosas, y nuestros modos de percibir e interpretar la realidad. Merced a sus asociaciones y metáforas y a su gramática singular, el lenguaje poético constituye, pues, otra faceta posible del diálogo entre las culturas”. Tiene bastante sentido.

 

En cuanto al propósito pragmático, éste es el que se espera de una institución cultural como la Unesco: “Este Día tiene como propósito promover la enseñanza de la poesía; fomentar la tradición oral de los recitales poéticos; apoyar a las pequeñas editoriales; crear una imagen atractiva de la poesía en los medios de comunicación para que no se considere una forma anticuada de arte, sino una vía de expresión que permite a las comunidades transmitir sus valores y fueros más internos y reafirmarse en su identidad; y restablecer el diálogo entre la poesía y las demás manifestaciones artísticas, como el teatro, la danza, la música y la pintura”.

 

Como afirmó la directora de la Unesco, Audrey Azoulay, el 21 de marzo de 2018, “las artes y prácticas culturales [entre ellas, la poesía] constituyen un verdadero apoyo para el aprendizaje permanente”, y más allá del equívoco simbolismo que tiene celebrar a la poesía el día mismo en que se inicia la primavera, como un obvio símil de lo bello en la naturaleza, no dejan de ser significativos los propósitos de la Unesco que vinculan la poesía a la educación y a la cultura cotidiana. Importante es apoyar a las pequeñas editoriales, que son las que, en casi todos los países del mundo, se encargan de difundir y promover la poesía, ante un mercado que privilegia la novela, la autoayuda y los libros de coyuntura.

 

En este mercado, la poesía tiene una escasa presencia, y justamente son las instituciones públicas de los gobiernos, las universidades y las empresas editoriales del Estado las que deberían apoyar, siempre, la publicación y divulgación de poesía sin considerarlo un gasto inútil o “elitista” (cada vez asoma más la cabeza este sustantivo y adjetivo descalificativo, en la boca flamígera de funcionarios y comisarios), sino una inversión para el desarrollo cultural y la formación de públicos, esos públicos que, ante la inacción de los gobiernos, han sido deformados, en su gusto, por los grandes consorcios.

 

Ejemplos sobran: un libro de poesía en México, con un tiraje de apenas mil ejemplares (y ya se hacen de quinientos), tarda varios años en agotarse, y si hay alguien que no tiene posibilidades de vivir de sus regalías, ése justamente es el poeta. No sólo en las escuelas, sino también en las bibliotecas públicas y en las escolares y en las de aula, la poesía tiene más una ausencia que una presencia. Y, sin embargo, la poesía se publica y se distribuye gracias a los esfuerzos de las pequeñas editoriales independientes a las que se refiere la Unesco, y a veces a las casas editoras, privadas o del Estado, que conciben la lectura como un ejercicio mutilado del conocimiento y el saber en tanto las personas no accedan a la poesía.

 

Ya es habitual que en el Día Mundial de la Poesía se celebre a ésta de dientes para afuera: por unas horas, hay maratones de lectura de poesía (¡hasta los políticos van a leer, ante el público, para la fotografía), recitales y, por supuesto, los infaltables y aburridos discursos de los políticos y funcionarios culturales. Pero preguntémosles qué otras cosas hacen por la poesía, a lo largo del año, aparte de endulzar este día con poemas. ¿Forman públicos de poesía? ¿Abastecen de bibliografía poética a las bibliotecas y centros culturales? ¿Se lee poesía en voz alta en las aulas? ¿Se prestigia el ejercicio poético? Es un buen simbolismo por un día. Y esto lo ha comprobado incluso la Unesco. Hay evidencias. Como parte del Día Mundial de la Poesía, la Unesco publicó, en 2005, el libro testimonial Leer y escribir la poesía: Las recomendaciones de poetas notables, procedentes de diversos horizontes, sobre la enseñanza de la poesía en establecimientos de nivel secundario (puede leerse la versión en línea). En él se recogen las respuestas de medio centenar de “poetas importantes, procedentes de 25 países y de cinco continentes sobre la mejor forma de presentar la poesía a los alumnos de enseñanza secundaria”.

 

Cinco fueron las preguntas planteadas a los poetas, y es muy significativo que al cuestionamiento “¿hay métodos usados en su país de origen o residencia que usted personalmente encuentra eficientes para la enseñanza de la poesía a los alumnos de secundaria, y que podrían igualmente ser usados en otras regiones del mundo?”, casi la totalidad de los entrevistados (incluidos franceses e italianos) hayan respondido con el rotundo monosílabo “NO”.

 

Asimismo, casi todos los poetas muestran un escenario de muy pobre atención a la poesía en sus diversos países, y delatan equívocos, también, muy reveladores, sobre la casi nula comprensión del género poético y su enseñanza en la escuela. Así, a la tercera pregunta del cuestionario, bastante confusa y limitada por parte de quienes la redactaron (“¿cómo podrían los profesores ayudar a motivar a los jóvenes a visualizar imágenes creadas por los textos poéticos y a cultivar la atención, para que usen lo imaginario en la expresión poética?”), el poeta Al-Gosaibi Ghazi, de Arabia Saudita, les respondió irrefutablemente:
“El que nada posee, nada puede dar: un profesor que no aprecia el lenguaje lleno de imaginería, no podrá transmitir la apreciación de ese lenguaje a sus alumnos. Lo más importante es apartarse del método que consiste en tomar las palabras al pie de la letra, concentrándose en el significado, la inflexión y la figura retórica. Se debe, al contrario, hacer que los alumnos vean el pasaje como una pintura, una pintura al óleo, y explicarles los recovecos y relieves del cuadro”.

 

Wallace Stevens sentenció: “Un poema no necesita tener un significado y, como la mayoría de las cosas en la naturaleza, a menudo no lo tiene”. Pero la emoción poética puede modificar la existencia. La poesía sigue siendo, por desgracia, esa gran desconocida que celebramos cada año y a quien queremos pedirle siempre explicaciones y respuestas prosaicas. Juan Gelman seguirá teniendo razón: “El día que el corazón aprenda a leer y a escribir se verán cosas grandes”.

 

 

FOTO: Retrato del poeta mexicano Jaime Sabines, autor de “Algo sobre la muerte del Mayor Sabines”. / Especial

 

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