¿Dinero de la CIA para Juan Rulfo?

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GENEY BELTRÁN FÉLIX

 

El historiador Patrick Iber, de la Universidad de California en Berkeley, publicará en 2015 un libro sobre las batallas culturales de la Guerra Fría en América Latina (Harvard University Press). Recientemente, en el blog de la Society for United States Intellectual History (s-usih.org), dio a conocer el ensayo “How the CIA Bought Juan Rulfo Some Land in the Country” (“Cómo la CIA compró para Juan Rulfo un terreno en el campo”), en el que documenta el financiamiento recibido por el Centro Mexicano de Escritores (CME) de parte de la Farfield Foundation y el Congress for Cultural Freedom (Congreso por la Libertad de la Cultura, CLC), instituciones que servían de pantalla a la CIA, la agencia central de inteligencia del gobierno de Estados Unidos, en sus esfuerzos por influir a nivel cultural en América Latina. Entre otros asuntos, Iber informa que el sueldo de Juan Rulfo como profesor del CME fue pagado durante dos años por el CLC y que la Farfield Foundation le ayudó a comprar un terreno en el campo; apunta que habría existido la expectativa de que la figura del autor de Pedro Páramo rivalizara con la de famosos escritores comunistas como Pablo Neruda. Aclara que, sin embargo, el CME en su funcionamiento no imprimió ningún sesgo ideológico, pues dio becas a autores comprometidos con la izquierda, como Carlos Fuentes, Elena Poniatowska y Carlos Monsiváis. Iber concluye: “La manipulación de la CIA se vio enteramente malograda: es muy difícil hallar una relación clara entre las políticas de los fundadores del Centro y sus resultados literarios”. A pesar del financiamiento recibido durante los cincuenta y sesenta, “el CME fue un notable fracaso como instrumento de diplomacia cultural, pero se convirtió en uno de los centros de apoyo a la escritura más importantes y exitosos durante sus mejores años”. Para abundar sobre estos aspectos, Confabulario ha entrevistado a Patrick Iber.

 

GBF: ¿En qué periodo el salario de Rulfo fue pagado por el CLC? ¿Él estuvo consciente de esta situación?

 

PI: Me tropecé con el tema del Centro Mexicano de Escritores mientras estudiaba otros asuntos. Me he dedicado a investigar sobre la llamada Guerra Fría Cultural —es decir, la participación de artistas e intelectuales en los debates de la Guerra Fría, y los intentos de varios estados de canalizar su producción y registrar así un impacto político—. Para Estados Unidos, el grupo “fachada” principal llevaba el nombre de Congreso por la Libertad de la Cultura en España y América Latina. El CLC reunía gente de tendencia liberal o socialdemócrata, pero con fuertes creencias anticomunistas, “antitotalitarias”. Se puede pensar en las posiciones de Octavio Paz, por ejemplo, aunque él siempre rechazó las invitaciones del CLC.

 

Durante los primeros años de los sesenta la dirigencia del CLC se percató de que su perfil en América Latina era bastante reaccionario. La amenaza “totalitaria”, para los liberales, ya no era la URSS sino Cuba. Decidieron renovar sus operaciones y abrirse un poco a la izquierda. Su gran éxito fue la revista literaria Mundo Nuevo, que en sus primeros números publicó a casi todos los escritores del boom, hasta un capítulo del inédito Cien años de soledad de Gabriel García Márquez.

 

Todo eso para decir que, como parte de sus esfuerzos por renovarse en México, llegó un escritor y editor norteamericano, Keith Botsford. Él quería establecer vínculos con las instituciones pero, como buen liberal, temía la concentración del estado en las artes. Y vio en el CME a una de las pocas instituciones que no dependía del todo del estado. Quiso apoyarlo como un proyecto viable. Los directores más importantes habían sido su fundadora, Margaret Shedd, y Ramón Xirau; pero hubo un desacuerdo entre ellos y Xirau se distanció del Centro. Los funcionarios del CLC pensaban que el CME no les podía ser útil si una norteamericana lo controlaba. Pagar un sueldo a Rulfo como tutor parecía una buena solución, y él lo recibió en 1964 y 1965. El salario del CLC era suplementario: durante esos años Rulfo también trabajaba para el Instituto Nacional Indigenista. Todo esto se fundamenta en los archivos institucionales del CLC en Chicago y los papeles de Keith Botsford en Yale —los archivos de la CIA se hallan totalmente cerrados para una investigación como esta—. No he encontrado nada que registre la opinión de Rulfo sobre el CLC, o sobre su salario, pero no puede haber sido totalmente ignorante: esto fue negociado abiertamente con Botsford. No obstante, eso no implica para nada que Rulfo se diera cuenta de que el CLC era, en parte, una criatura de la CIA, o que ese dinero originalmente venía de allí. Incluso Botsford, representante del CLC y tantas veces acusado de agente de la CIA, no tenía muy claro cómo funcionaba su empleador.

 

GBF: ¿Cuál era el perfil profesional de Margaret Shedd, la fundadora del CME, y de su esposo, quien, como usted informa en su ensayo, trabajó en la embajada de EU en México?

 

PI: En mis investigaciones, primero descubrí el no-muy-estrecho vínculo entre el CLC y el CME. Pero me sorprendió que no exista una historia documentada del CME. Sus archivos, hoy disponibles en el Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional de México, hicieron crecer más el misterio. Allí se conservan los borradores de los escritores, sus propuestas iniciales, y varios recortes de prensa, pero nada sobre el funcionamiento del CME. En fin, llegué a entender más con los documentos de la colección personal de Margaret Shedd, en la Universidad de Boston, y los archivos de la Fundación Rockefeller, que financió el Centro durante sus primeros 20 años. Todavía quedan muchas cosas inciertas, incluso sobre la vida de Shedd.

 

Sé que ella nació en Persia, hoy Irán, hija de padres misionarios. Su madre murió cuando ella era joven. Tenía una familia privilegiada. Su padrino era Charles Dawes, Premio Nobel de la Paz en 1925 y vicepresidente de EU entre 1925 y 1929. Shedd estudió en Stanford University, donde se graduó en 1920. Tres años después, se casó con Oliver Kisich, otro egresado de Stanford. Entre 1926 y 1939, Kisich trabajó para la British Honduras Company, la terrateniente principal en lo que hoy es Belice, y él y Shedd vivieron allá y en Guatemala. En 1939 Kisich empezó a trabajar para el gobierno estadounidense, y durante la guerra fue analista para el Board of Economic Warfare. Terminó en la embajada en México, pero no sé en que puesto. En los años cincuenta, Shedd y él se divorciaron. Pero los vínculos en la embajada dieron a Shedd la oportunidad de circular entre la élite cultural y diplomática de México, que le ayudó bastante cuando decidió fundar un centro para escritores.

 

GBF: ¿En qué documentos manifestó la Rockefeller Foundation su confianza de que el intercambio cultural mejoraría las relaciones de los dos países?

 

PI: Los documentos de la Rockefeller Foundation muestran las conversaciones y debates relacionados con el establecimiento de las primeras becas y el Centro. Los asesores del incipiente Centro fueron Alfonso Reyes, Rodolfo Usigli y Leopoldo Zea. Existe un plan provisional del grupo de Zea, de gran interés histórico: quiso establecer un “Centro de Escritores Americanos”, para crear un ambiente en que los autores de ambos países aprenderían unos de otros. Esto llama la atención porque Zea (y Usigli y otros) estaba muy interesado en la esencia de la “mexicanidad” durante esos años, pero no mostraba ningún incomodidad con la participación de una fundación yanqui. Y siempre fue el “Centro Mexicano de Escritores”, no el “Centro de Escritores Mexicanos”, para incluir a los autores norteamericanos que participaron en los primeros años. Cuando la Rockefeller decidió financiar las primeras becas, primero solicitó opiniones, y concluyó que la idea es un sólido esfuerzo “panamericano” —podía servir para mejorar las relaciones entre los países—. Muchas veces Shedd expresa la opinión de que los escritores representan al “pueblo” que no puede expresarse. Lo que me fascina es que tanto Shedd como el grupo Zea quieren que la escritura mexicana sea mexicana. Quizás por eso Shedd se enamora tanto de los cuentos de Rulfo.

 

GBF: ¿Hubo en la prensa mexicana alguna nota sobre el financiamiento de la Farfield al CME? ¿Se registró alguna repercusión entre becarios o maestros?

 

PI: Hoy, y con buena justificación, nos parece escandalosa una contribución de la CIA. Pero en esos años todo el mundo sabía que el dinero venía de la Rockefeller. Las primeras instituciones que alojaron el CME fueron el Mexico City College y el Instituto Mexicano-Norteamericano de Relaciones Culturales. Muchos vieron eso como una señal de la invasión cultural yanqui. (Esas críticas, a su vez, fueron hábilmente satirizadas por Jorge Ibargüengoitia en La ley de Herodes, por ejemplo). Las contribuciones de la Farfield eran realmente pequeñas, destinadas al suplemento Recent Books in Mexico.

 

Hoy sabemos que la Farfield servía de pantalla para la CIA, pero entonces no había razón para sospecharlo, y probablemente nadie lo sospechaba. La crítica antiimperialista se dirigió contra la Rockefeller, y con razón. Que yo sepa, no hubo ningún problema entre maestros o becarios por el financiamiento del CME. En 1955-1956, antes de establecer relaciones con la Farfield, varios becarios renunciaron a sus cargos en protesta por la calidad de las clases dadas por Shedd.

 

GBF: ¿Qué información concreta existe sobre el terreno que la Farfield Foundation ayudó comprar a Rulfo?

 

PI: En los papeles de Shedd hay varias cartas entre ella y un oficial de la Farfield, Frank Platt. En 1968 ella propone que la Farfield ayude a Rulfo a comprar un terreno: “He [Rulfo] told me that if he lived there he could write a book a week” [“él me ha dicho que si viviera allí podría escribir un libro a la semana”], alega Shedd. Al principio Platt responde que eso sería algo que un mexicano rico debería hacer, pero en 1969 otra carta de Shedd a Platt menciona que la “Farfield ha decidido ayudar a comprar una pieza de tierra para Juan Rulfo”, y que “He has a hard time finding quiet and time to write. To provide him with a place of peace in which to write might just be the single most important contribution that could be made to Mexican letters” [“él sufre al no encontrar la calma y el tiempo para escribir. Darle un lugar sosegado en el que escriba podría ser la contribución más importante que se podría hacer a las letras mexicanas”]. Y esto coincide con los hechos: en su biografía de Rulfo, Nuria Amat menciona que a finales de los sesenta el escritor compró una finca en Chimalhuacán, al pie de los volcanes, que se convirtió en su lugar de descanso de fin de semana. Pero, obviamente, ahí Rulfo no escribió un libro a la semana.

 

GBF: ¿Hubo algún descontento en la Farfield Foundation o en el CLC al ver que el CME becaba a escritores de izquierda, o que Rulfo no publicaba más libros ni hacía pronunciamientos contra el comunismo?

 

PI: No,  nunca. Keith Botsford huyó de México, muy frustrado, en 1965. El CLC empezó a hundirse en 1966 y 1967, cuando se hicieron públicos sus vínculos con la CIA. En 2007 tuve la oportunidad de charlar sobre el CME con Carlos Monsivaís (becario en 1962-63 y 1967-68). Se mostró muy sorprendido al escuchar sobre los conflictos políticos en el Centro. Sospecho que esto fue invisible para los becarios.

 

GBF: ¿Cómo se habría buscado convertir a Juan Rulfo en una suerte de contraparte de Pablo Neruda?

 

PI: Convertir a Rulfo en contraparte de Pablo Neruda nunca fue dicho explícitamente, pero el CLC siempre andaba buscando un anti-Neruda. Pagó una visita del poeta Robert Lowell a Brasil y Argentina a principios de los sesenta con esa idea. (En una entrevista, Keith Botsford lo llamó “nuestro emisario” y contraparte de Neruda). Le pagaron un viaje a Europa a Jorge Luis Borges. La inversión en Rulfo fue menor, y al principio la idea fue mantener la viabilidad del Centro como un instrumento latinoamericano, no dominado por Shedd. El CLC quiso reorientar el Centro hacia América Latina, y minimizar la relación mexicana-norteamericana. Pero, como muchas otras cosas en esta historia, esos planes nunca dieron fruto. No quiero negar que el imperialismo cultural sea un asunto serio e importante, pero en este caso me impresiona más la idea de que muchas joyas de la literatura mexicana del siglo XX fueron producidas con apoyo de dinero extranjero (y muchas veces comprometido), sin producir fricciones significativas. El impacto más obvio ha sido la difusión del modelo del “taller” para la enseñanza de la escritura, lo que puede ser bueno o malo, pero no me parece un arma eficaz de hegemonía imperial. Las guerras, y quizá especialmente las guerras culturales, también pueden dar pie a situaciones irónicas.

 

*Juan Rulfo, escritor mexicano/Archivo EL UNIVERSAL.

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