Dramaturgo de la modernidad mexicana

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POR JUAN HERNÁNDEZ

 

Crítico de artes escénicas; @danzante123

 

Vicente Leñero (Guadalajara, 1933-México, D. F., 2014) veía en el teatro a un seductor que le guiñaba el ojo constantemente, mientras él, tímido ante la provocación, incursionaba en las letras a través de la novela y el periodismo. Pensaba que no estaba listo para la dramaturgia, su gran aspiración como escritor, pues la consideraba “la puerta grande de la literatura”.

 

La sensibilidad de Leñero estuvo irremediablemente ligada al quehacer teatral. Con su hermano Luis se divertía con los títeres y para él era “como jugar a los soldaditos de plomo, sin idea alguna de la composición dramática o la mecánica teatral”.

 

El juego se volvió serio y constante. Con sus hermanos Luis y Armando, y su primo Héctor, el escritor construyó el Teatro La Mariposa. Instalaron el escenario de títeres en una de las recámaras de la casa familiar y se dieron vuelo recreando cuentos, películas o versiones libres de las obras que presentaba la compañía Rosete Aranda en las temporadas que hacía en Tacubaya.

 

También en esa primera etapa de vida, Vicente Leñero descubrió su otra pasión: el periodismo, que ligó a su experiencia con el teatro de títeres. Realizaba una función para luego, él y sus cómplices, escribir reseñas de las obras; al mismo tiempo, inventaban historias de la vida de sus títeres-actores que publicaban en el periódico Mariposa.

 

Leñero admiró siempre el teatro que partía de la identidad mexicana, alejado del chovinismo. En su cabeza estaban las obras de Rodolfo Usigli, Celestino Gorostiza, Salvador Novo, Emilio Carballido, Sergio Magaña, Luis Basurto, Luisa Josefina Hernández, Jorge Ibargüengoitia, Héctor Azar y Juan García Ponce.

 

Una noche de 1953, cuando aún era estudiante de ingeniería, acudió al estreno de Las cosas simples, del entonces muy joven Héctor Mendoza (1932-2010). Leñero quedó impresionado con el éxito del escritor de teatro y director de escena. Fue entonces cuando se propuso, seriamente, convertirse en dramaturgo.

 

“Pensé escribir novelas y escribí novelas al tiempo que descargaba en los guiones de radio y televisión —que durante siete años me proporcionaron un medio de subsistencia— la cursilería, el tropezado manejo del diálogo y las dificultades de composición que me habían hecho imposible ingresar en la literatura por la puerta grande de la dramaturgia”, escribió Leñero en el libro Vivir del teatro, editado por el Fondo de Cultura Económica, en donde dejó testimonio de su paso por el arte de la escritura dramática y la experiencia de los montajes de sus principales obras.

 

El dramaturgo no sólo logró entrar por la puerta grande de la literatura, sino que se convirtió en uno de los escritores de teatro sobresalientes del México moderno. Desarrolló un estilo inconfundible y una obra dramática sólida que inició con Pueblo rechazado, estrenada en 1968, dirigida por Ignacio Retes (1918-2004), la cual fue identificada como una pieza de teatro documental. Continuó con obras memorables, entre las que resaltan: Los albañiles, La carpa, Los hijos de Sánchez, La mudanza, La visita del ángel, ¡Pelearán diez rounds!, Nadie sabe nada, Hace ya tanto tiempo, El infierno, Todos somos Marcos y La noche de Hernán Cortés, entre otras.

 

Pueblo rechazado fue una obra que Leñero escribió al conocer la noticia de la expulsión del abad de Cuernavaca, Lemercier, quien generó un escándalo mayúsculo en la cúpula católica al introducir el psicoanálisis en su congregación. En esta pieza Leñero exhibió la intransigencia de la Iglesia y creó a un monje defensor de su verdad como única y muy lejos de ser una víctima del poder.

 

Después hizo Los albañiles, una obra memorable. Primero fue novela, reconocida con el Premio Biblioteca Breve de Seix Barral en 1963, y en 1969 realizó la versión para teatro. Ignacio Retes, quien fue su director de cabecera —así como uno de sus mejores amigos y cómplice en el oficio teatral—, dirigió el montaje de estreno de la pieza con los actores José Carlos Ruiz, Mario García González, Alberto Gavira, Octavio Galindo, Esther Guilmáin, Gabriel Retes, José Ramón Enríquez, Eugenio Cobo, Arturo Benavides y Guillermo Gil, entre otros, en el Teatro Antonio Caso de la Unidad Tlatelolco, el 27 de junio de ese mismo año.

 

En Los albañiles el autor realizó búsquedas formales que le permitieron expandir las posibilidades del realismo, así como jugar con el tiempo y el espacio —con la renuncia al orden cronológico—, y proponer distintas posibilidades de lectura, complejizando la estructura dramática.

 

Vicente Leñero se convirtió en el dramaturgo de la modernidad mexicana por excelencia. En la obra arriba mencionada, creación temprana y ya de solidez deslumbrante, está presente la figura de la urbe, de una ciudad que se desborda y, en su crecimiento, desarrolla también una cultura popular peculiar.

 

La ciudad de México es en la obra dramática de Leñero una figura fundamental; geografía física, material, pero también generadora de una cultura popular y fuente inagotable de historias y de la identidad de lo mexicano dentro de un proceso modernizador que parecía arrasarlo todo.

 

Es en la urbe en donde se desarrolla la trama policial que Leñero construyó alrededor del asesinato de don Jesús, el velador de una obra en construcción. La búsqueda del culpable del homicidio permitió al autor realizar una exploración profunda sobre la condición humana.

 

En esta obra contrapone al maniqueísmo de la moral conservadora —que veía todo en blanco y negro— la complejidad colorida en la construcción de los personajes. Para Leñero la nobleza puede ser igualada por la capacidad corruptora del ser humano. El punto de vista del escritor exhibió, críticamente, al sistema de justicia y la estructura jerárquica de la sociedad mexicana.

 

Así como la obra Los albañiles fue primero novela, el texto dramático La carpa —dirigida también Ignacio Retes, en el Teatro Reforma, en 1971— tuvo como origen la novela Estudio Q.

 

En La carpa Leñero experimentó con el teatro dentro del teatro y con la compleja naturaleza de los personajes. Propició que la ficción y la realidad se confundieran al ponerlas una junto a la otra, apenas separadas por una línea fina. El autor hizo un cuestionamiento —diríamos teológico— sobre la predestinación y el libre albedrío, y puso encima de la mesa la reflexión fundamental en relación con la libertad del ser humano.

 

Sobre la experiencia en esta obra Leñero escribió en Vivir del teatro: “Como la anécdota de la novela era mínima, la versión teatral de Estudio Q exigía introducir un número mayor de modificaciones que el empleado en Los albañiles. Lo importante era conservar el conflicto de identidad en torno al personaje-actor Álex, condenado a vivir prisionero dentro de una absurda telenovela autobiográfica. Ese era el dato básico. El resto consistía en resolver una vez más para la escena, desde mi óptica, el viejo recurso del teatro dentro del teatro enriquecido con dos variables: la televisión dentro del teatro, y la vida dentro de la televisión y dentro del teatro”.

 

Vicente Leñero, dramaturgo, se convirtió pronto en uno de los pilares del teatro nacional. Defensor del teatro de autor y de la literatura dramática que se ocupaba de la realidad mexicana. Escritor moderno que utilizó el lenguaje como una arma poderosa para dialogar con los otros de su tiempo, recurrió al habla de las personas de a pie que inspiraron sus textos dramáticos: la de los albañiles o la de los boxeadores, la de los ancianos que se reencuentran, o la del héroe al que desmitifica. El escritor buscó naturalidad en sus obras, quiso traslucir una verdad, sin exageraciones de artificio. En la aparente sencillez de su estilo, insertó los misterios entrañables de la condición humana.

 

En La mudanza, obra escrita en 1976 y estrenada 1979, bajo la dirección de Adam Guevara, el autor dio un giro a su búsqueda en la dramaturgia, al convertirse esta en su primer texto que nació para el teatro, a diferencia de Los albañiles y La carpa, cuyo origen fue la novela.

 

“Para creer en mí como dramaturgo me era urgente escribir una pieza en la que nada estuviera dado de antemano. Realizar lo que consideraba un acto genuino de creación: llenar con ideas absolutamente propias, exclusivas, las páginas en blanco de lo que no existe”, escribió Leñero sobre la motivación para la creación de La mudanza.

 

En esta obra el escritor incursionó en la vida doméstica y realizó una crítica severa a la clase media que se erigía como ama y señora de la vida urbana. A través de este drama expuso la miseria espiritual de los personajes, expresada en el desprecio que sienten el uno por el otro. El odio mutuo no es un elemento para la separación sino, por el contrario, genera en ellos una dependencia emocional sadomasoquista llevada al límite.

 

El autor introdujo en la obra una crítica social, al poner acento en el desdén que los personajes sienten por la clase trabajadora, en este caso, los cargadores de la mudanza. La parte final de la obra, en la que Leñero creó a los miserables, que ingresan al departamento y matan a la pareja protagónica, fue motivo de discusión entre el autor y el director de escena Adam Guevara. Este último consideraba que la aparición de los miserables causaría caos y desviaría el tono realista de la puesta en escena.

 

¿Quiénes eran los miserables de La mudanza? La respuesta que Leñero dio a Adam Guevara fue la siguiente: “Los verdaderamente jodidos que en la repartición de bienes no alcanzaron la inteligencia, ni la palabra, ni siquiera la posibilidad de rebelarse. Por eso reaccionan por puro instinto con una violencia ciega. Para mí son una imagen del futuro del país”.

 

Finalmente Adam Guevara buscó, con la aprobación del autor, una solución dramática que a él le pareció más efectiva escénicamente: a los miserables de la propuesta original los representó en un personaje que fue interpretado por Raúl Bretón.

 

Vicente Leñero había entrado por la puerta grande de la dramaturgia y lo hizo para convertirse en una voz genuina del teatro mexicano del siglo XX. El 13 de agosto de 1981 estrenó La visita del ángel, en el Foro Sor Juana Inés de la Cruz del Centro Cultural Universitario, dirigida y actuada (en el papel del anciano) por Ignacio Retes, así como Carmelita González como la abuela y Myrna Saavedra como la nieta Malú.

 

“Regresé a mi pareja de ancianos y a su nieta parlanchina. Ahí estaban, donde los dejé ocho meses antes: el par de abuelos silenciosos en su vivienda: ella cocinando, él leyendo el periódico; la nieta parlanchina a punto de llegar de visita”, describió Leñero en Vivir del teatro.

 

Y otra vez volvió a ocuparse de una pareja de ancianos, en la obra corta y entrañable Hace ya tanto tiempo, estrenada en 1990. En ella los personajes se reencuentran después de 38 años. En esta obra el autor hizo suyo el recurso narrativo creado por otro escritor memorable de teatro: el inglés Harold Pinter (1930-2008).

 

En esta obra dramática el escritor mexicano se concentró en el suceso presente. A la manera de Pinter no ofreció antecedentes, ni explicó el pasado, ni recurrió al flash back para aclarar el misterio del conflicto. En Hace ya tanto tiempo el objetivo es intuir y adivinar lo que es insinuado en el hecho actual de la historia.

 

Vicente Leñero trazó nuevas rutas para el teatro mexicano. Su dramaturgia no sólo es una referencia sino un paradigma de la escritura dramática moderna. La aportación del escritor al quehacer teatral nacional es una fuente inagotable de enseñanza para las generaciones que formó y para los nuevos autores dramáticos de México.

 

* Fotografía: El director teatral Ignacio Retes apoyó a Vicente Leñero al inicio de su carrera como dramaturgo / Archivo EL UNIVERSAL

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