El fracaso del bien: Carthage de Joyce Carol Oates
POR ETHEL KRAUZE
¿Por qué, si todos cumplimos con nuestras obligaciones, amamos a nuestra familia, trabajamos y somos productivos, tenemos ideales compartidos, estamos dispuestos a honrar a la patria y a seguir adelante construyendo nuevas generaciones que tengan mejores oportunidades que nosotros, el pago es el sufrimiento y la tragedia?
Son preguntas que en silencio o a gritos nos hacemos todos, día tras día. Sólo que una obra literaria tiene el poder de ponernos de frente estas preguntas y acercarnos a la realidad de una manera contundente. Tomando como oportunidad la visita a nuestro país de la autora estadunidense Joyce Carol Oates, en el marco del 11 Festival Internacional de Escritores y Literatura en San Miguel Allende, y la reciente publicación de su novela Carthage, en español, entremos en su ojo literario que nos ayude a poner el dedo en nuestra realidad.
El padre es un hombre respetado en su comunidad, la madre es altruista y solidaria. La hija mayor es hermosa y pronto habrá de casarse con el muchacho de sus sueños. La hija menor, que no ha dejado del todo la adolescencia, es la inteligente, siempre original, con una chispeante rebeldía, y representa la pimienta que pone sabor al platillo de la felicidad, aunque, por momentos, con un exceso de picante que la madre concilia, el padre admira, y provoca suspiros a la hermana mayor. El broche de oro es un perro listo y cariñoso.
¿Quién no se identifica con el cuadro? Claro, no todo mundo tiene una familia así. Pero parece ser el ideal de familia en el imaginario colectivo. Si no la tenemos, la invocamos, la procuramos, la emulamos, intentamos construirla. Para esto hemos evolucionado a lo largo de milenios, por esto nos consideramos humanos.
Sin embargo, hay una sombra detrás que va oscureciendo el paisaje. Apenas se percibe, es como un fantasma arrastrando cadenas detrás de la felicidad. No lo oyes hasta que lo tienes encima.
En Carthage, el atentado a las torres gemelas de Nueva York es el campanazo del fantasma. El muchacho ha de posponer su boda para cumplir con su deber patriota. Él mismo se incorpora a este noble llamado para defender lo luminoso de la vida. Pero el precio es mirar el revés de la trama. Entrar en el mal, en la oscuridad. No saldrá intacto. Regresa transformado en alma y cuerpo. Sus propios camaradas lo han traicionado, herido, horrorizado. El campo de batalla no es una guerra de unos contra otros, sino el espacio en el que el mal se revela.
Su sacrificio será en vano, porque de vuelta al mundo de la luz, este joven tocado por el horror, no encuentra cabida. El sacrificio de la novia, que esperó con paciencia y devoción, se evapora porque el muchacho se ha convertido en un extraño. El padre y la madre truncan sus expectativas. Sólo la hija menor, en su fresca rebeldía, Cressida, siente hermandad con ese joven catalogado como discapacitado físico y mental, al que el ejército ha puesto prudentemente a un lado.
Ella le tiende la mano. Él la rechaza. Ella se consideraba diferente, como él, con esa imperfección necesaria que toda familia necesita para no caer en el aburrimiento de la felicidad completa. Cressida no esperaba este rechazo. Él no se consideraba capaz de recibir esa atención, sintiéndose un desecho de la propia sociedad a la que había querido salvaguardar.
En un juego de malos entendidos en los que cada uno de los miembros de la familia se avoca al sacrificio por el otro, todos salen heridos. El bien fracasa. La tragedia es que nadie puede impedirlo. El mal siempre está afuera, acechando, emerge por oleadas, sin contemplaciones.
La hija menor desaparece, cargando la vergüenza del rechazo, inhabilitada para hilar una identidad sin etiquetas. El muchacho es acusado de un crimen que no cometió. El padre se vuelve alcohólico, la madre enferma de cáncer. Viene la separación. La hija mayor se destierra de sí, de sus estudios, de su futuro, y termina casada con un hombre mayor en otra ciudad. La familia, el cuadro, queda hecho añicos.
Casi diez años después, el rencuentro parece redimirlos. Al fin y al cabo, todos habían querido hacer el bien. Incluso las personas que ayudaron a Cressida en su desaparición y la mantuvieron alejada de la familia, creyeron que hacían el bien.
¿Es redención? ¿O sólo una tregua? No hay vuelta atrás. Jamás regresará la familia al cuadro feliz. La cicatriz es permanente, brutal. Es el rostro deforme de la escena original. Es la bofetada del mal saboreando su triunfo. O, visto desde el espejo, ¿es el único ojo de la esperanza que nos queda? Después de todo, ninguno ha muerto. Mientras la vida se mantenga…
La propuesta de Joyce Carol Oates en esta novela, más allá de sus características literarias, es un saco perfecto para cada lector. Porque la circunstancia de espacio tiempo en que transcurre la historia, en un pueblo de Estados Unidos, no difiere, más que anecdóticamente, de la realidad que vivimos ahora en cualquier parte del mundo. El mal está al acecho: en atentados terroristas de uno u otro bando, en narcoviolencia, corrupción, crisis económica, abuso de poder, feminicidios, pederastia eclesiástica, fosas clandestinas, desapariciones forzadas, trata de personas, pandemias… El mal entra en nuestras casas como humo debajo de la puerta. No podemos evitarlo. Aunque tapiemos las rendijas, se cuela por los poros y los intersticios. Se respira en el ambiente.
¿Sirve de algo ser buenos? ¿Qué significa, finalmente, ser buenos? ¿Será que, en verdad, el mal viene de afuera? ¿Es “lo otro”, o es un trasunto de nosotros mismos que arrojamos al ambiente y que fatalmente habrá de regresar en nuestra contra?
Carthage es una tragedia contemporánea, con la mirada fría, que no insensible, de la prosa estadunidense, sin menoscabo de un dejo de ironía, ora hacia el lector, ora hacia la propia autora, arrastrando a todos hacia las preguntas que no sólo no tienen respuesta, sino que dejan un sabor amargo a quien se atreve a plantearlas.
En este ejercicio de poner el dedo en la realidad desde el ojo de la literatura, es una novela que podemos traducir al cuadro de nuestras familias heridas por la tragedia de ser mexicanos en una década de horror que no parece redimirnos.
*FOTO: Cartaghe, Joyce Carol Oates, México, Alfaguara, 2014, 530 pp/ Especial.
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