Emiliano Zapata: la metamorfosis del maloso al héroe

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El trabajo de José Guadalupe Posada, José Clemente Orozco y “el Chango” Cabral, son testimonios de las lecturas críticas que la prensa humorística hizo de la Revolución mexicana y de Emiliano Zapata

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POR AGUSTÍN SÁNCHEZ GONZÁLEZ

Si una persona que vivió hace cien años resucitara, quedaría desconcertada al mirar las estatuas, el nombre de calles, las películas, decenas de libros y otros homenajes que, año con año, se le dedican a Emiliano Zapata y es que hace un siglo se le consideraba un bandolero, “El Atila del sur”, se le llamaba. La prensa, durante la revolución, lo miraba así, como un bandolero, un asaltante, un asesino, sobre todo cuando rompió con Francisco I. Madero, ante los embates del gobierno de Francisco León de la Barra, que asumió la presidencia tras la renuncia de Porfirio Díaz.

 

Las caricaturas de entonces muestran al morelense ajeno al personaje al que el gobierno mexicano ha homenajeado al nombrar 2019 como el año de Zapata. “El caudillo del sur”, cuya turbulenta vida tuvo ataques militares de envergadura, pues su rebeldía nunca cesó, es una caja de sorpresas y, como muchos otros personajes, es más lo que se ignora de lo que se conoce.

 

 

El villano de la Revolución
Zapata nació en Anenecuilco, Morelos, un pequeño poblado que tenía siglos luchando por la defensa de la tierra comunal. Pocas veces se ha mencionado que, pese a compartir el panteón de los héroes nacionales, esta visión choca con la de Juárez que, al contrario, buscó romper las tierras comunales y generar la propiedad privada. De hecho, la frase con que empieza el libro Zapata y la Revolución mexicana, de John Womack Jr., es una verdadera revelación. Dice así: “Este es un libro acerca de unos campesinos que no querían cambiar y que, por lo mismo, hicieron una revolución”.

 

Zapata fue su líder y ante el nacimiento del movimiento armado, se lanzaron a la revuelta con la esperanza de conservar sus tierras ante los terratenientes porfiristas que las querían. Los zapatistas pronto se adhirieron al Plan de San Luis, pero al mirar que Francisco I. Madero sólo buscaba la democratización del país, y poco le importaba la tierra, siguieron su lucha y se le enfrentaron, como hicieron después con Victoriano Huerta y con Venustiano Carranza, hasta que el gobierno de este último lo traicionó y fue asesinado en Chinameca.

 

Los diarios anunciaron su muerte como un triunfo: había muerto el “Atila del Sur”. Como pocos personajes ajenos al poder del Estado, Zapata fue encarnizadamente caricaturizado. La revista Multicolor, una de las más importantes publicaciones de humor gráfico en nuestra historia, fue una piedra en el zapato para el gobierno maderista y para Zapata. Las caricaturas de Ernesto García Cabral, “el Chango”, son unas joyas desde el punto de vista estético y unos dardos desde el punto de vista político. Existe una docena de obras que Cabral dedicó al caudillo del sur que son de un gran trazo, que lo muestran siempre cargado de armas, cartucheras y cadáveres. Con la caricatura podemos dar continuidad tanto a su proceso de rebeldía, como al de la institucionalización.

 

No tenía un año de comenzar la revolución cuando la “opinión pública” tenía una idea clara de lo que era Emiliano Zapata. Publicaciones como El Mero petatero, Sucesos Ilustrados, El Ahuizote, entre otras, lo mostraban con una característica en común: un bandolero que asolaba los pueblos. Mirar una imagen de ese momento, ante la santificación posterior de Zapata, tal vez resulta incomprensible. No lo es cuando se sabe que la prensa de entonces lo criticó con saña. En estos años, los medios de comunicación fueron usados para instigar a sus lectores para avivar la nostalgia del porfirismo. En una sociedad cuyo analfabetismo alcanzaba un porcentaje enorme y por tanto, casi analfabeta, el humor fue utilizado para la contrarrevolución.

 

En la prensa se dio una campaña anti-maderista, que tocaba con frecuencia a Zapata; las publicaciones humorísticas se multiplicaron. En mi Diccionario biográfico Ilustrado de la caricatura en México (Limusa, 1998), muestro que entre 1911-13 hubo quince publicaciones y al año siguiente, siete más: ¡Ahí va!, El Ahuizote, Don Quijote, El Mero petatero, Juan Panadero, Multicolor, El Padre Eterno, El Padre Padilla, El Perico, Rigoletto, Ypiranga, La Porra y Ojo Parado. Es un fenómeno único, pues nunca han existido tantas publicaciones de humor en ningún periodo histórico (hoy sólo existe una revista de humor acrítica y con tendencia gubernamental).

 

Empero, es Multicolor la que destacará, pues durante tres años se mantendrá en la palestra y contará en sus filas con grandes caricaturistas como Ernesto García Cabral, Santiago R. De la Vega, Clemente Islas Allende y Atenedoro Pérez y Soto, entre otros.

 

García Cabral es quien realizará caricaturas donde retrata a Zapata como un juguetito para distraer a Madero, que se muestra como bebé en brazos de León de la Barra ante los nubarrones que se aproximan (el general Bernardo Reyes), mientras el Plan de San Luis yace descuartizado en el suelo. “No te duermas, Panchito, que viene el coco”.

“La nana”. Revista Multicolor. 10 de agosto de 1911

 

Un año después, a Zapata ya se le mira siempre con espadas, pistolas, calaveras y siempre se le relaciona con la muerte, con el crimen. Se da hasta la parodia de los versos de Don Juan Tenorio que retrata el momento y la imagen del zapatismo en noviembre de 1911: “y en todas partes dejé memoria amarga de mí”. Esta obra, e incluso estas frases, se vuelven rutinarias en muchas caricaturas, de hecho, Posada también las utilizará). En otro, aparece una pulquería con nombre La Piedad, donde Zapata le comenta a Madero “pacificando, D. Panchito”, mientras se miran cuerpos mutilados.

 

Otro autor, José Clemente Orozco, más conocido como un gran muralista, retrata a Zapata y a Gustavo A. Madero como dos personajes que entorpecen la revolución. Orozco es único como caricaturista y sus trazos son desgarradores y de una belleza estética, a pesar de la fealdad, que lo muestra como un vanguardista. Hizo una corta carrera como caricaturista, que suspendió para dedicarse al muralismo. Habría de reconvertirse para ser uno de los artífices de la mitificación de Zapata al retratarlo ya como el héroe inmaculado que hoy conocemos.

José Clemente Orozco, “Tal para cual”, El Ahuizote, 18 de noviembre de 1911.

 

La obra de José Guadalupe Posada es una muestra de cómo el monstruo se convierte en héroe gracias al trazo genial de un autor. En la Monografía publicada en 1930 aparece una cincografía basada en la fotografía de Zapata de pie, tomando sus rifle, portando cartucheras y que a la postre se convertiría en una suerte de icono del morelense (Diego lo pinta en un nicho dentro de los murales de la SEP). Ese año de mitificaciones, Diego Rivera coloca a Posada como precursor de Flores Magón, Zapata y Santanón.

 

Hay otras cincografías más en un tono mitificador. Sin embargo, existen muchas otras caricaturas realizadas por Posada donde Zapata está muy lejos de esa imagen idílica. No sabemos si Rivera no las conoció o las omitió para no interrumpir el mito que se comenzaba a gestar. Posada realiza media docena de caricaturas donde se ensaña con el Caudillo del sur. En una lo dibuja montado en el rostro del presidente Madero, se le sube a las narices; en otra, terrible, se le mira con Madero y con Pino Suárez en un texto que dice: “¡Trinidad sombría!… álzanse los muertos como ebrios de susto, de sangre y de vino”. Finalmente, el fiero rostro de Zapata asoma entre una veintena de personajes que recoge el periódico Gil Blas, en las calaveras de 1911, una imagen acompañada de una parodia con los versos de Don Juan Tenorio.

“Don Juan Tenorio”. El Chango Cabral. Revista Multicolor, 2 de noviembre de 1911.

 

Las imágenes de Posada muestran, igual que las de García Cabral y José Clemente Orozco y muchos grandes artistas más, un rostro sanguinario de un bandolero que estaba muy lejos del héroe que hoy se venera. Estas caricaturas críticas conjugan un medio centenar. Son cartones olvidados, suprimidos ante la oficialidad, ajenos a la visión contemporánea que se puede mirar en la estación del metro Zapata, donde el héroe morelense aparece inmaculado, con trazos excepcionales de artistas como David Carrillo o Rogelio Naranjo, entre una veintena más. Una imagen que, como decía al principio, sorprendería a uno de sus contemporáneos que viajara en el tiempo cien años después.

 

Leer la historia a través de la caricatura muestra como el héroe se convierte en villano, y viceversa, como el caso de Emiliano Zapata. Ello nos enseña cómo los personajes, al final de cuentas, son seres humanos cuya glorificación, por cierto, sale sobrando.

 

 

FOTO: José Guadalupe Posada, “Los fantasmas de la noche nacional”, Gil Blas, 3 de noviembre de 1911. / Archivo Agustín Sánchez González

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