No somos vasallos

Jun 22 • destacamos, principales, Reflexiones • 9859 Views • No hay comentarios en No somos vasallos

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Ante la austeridad y el maltrato hacia la cultura, los artistas alzan la voz contra las políticas de un gobierno que fue apoyado por los propios creadores

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POR MARÍA RIVERA

Desde que llegó el nuevo gobierno, en diciembre del año pasado, las instituciones culturales han sufrido un embate sin cuartel debido a las ideas “reformadoras” de funcionarios y funcionarias culturales, que han confundido, como solía pasar el siglo pasado, propiedad con servicio. No es otra cosa lo que sucede cuando servidores públicos deciden “modificar” las instituciones a capricho, ignorando sus reglas y su naturaleza, animados por la concepción errónea de que la legitimidad democrática con la que el presidente López Obrador y su partido llegaron al poder los faculta para ello. La deslealtad democrática, por desgracia, es cada vez más patente en todas las instituciones. No llegaron al poder para servir a los ciudadanos, sino para servir a las ideas y concepciones del señor presidente: no importa si tiene razón o si sus concepciones son equivocadas. Las instituciones se ponen al servicio de ellas y en cultura, se ciñen a la concepción, particular y excluyente, que el presidente tiene de ésta, sin importar que haya una Ley General de Cultura y Derechos Culturales que debiera ser rectora en la materia y que establece la pluralidad de grupos, pueblos, culturas de la Nación, como hace poco recordaba, en Facebook, el poeta Manuel De. J Jiménez.

 

Muy lejos ha quedado para muchos, entre los que me cuento, la esperanza de que se cambiarían los modos autoritarios y corruptos de administraciones pasadas: nuestras luchas contra la corrupción y el uso discrecional de los recursos públicos en el ámbito cultural lucen hoy como minucias intrascendentes, rebasados por una nueva lógica impuesta desde el poder: ¿qué importa ya la armada simulación en una antología gubernamental cuando los directores de las editoriales estatales, deciden, autoritariamente, prescindir de dictámenes especializados y ser ellos mismos quienes se autoerigen en jueces plenipotenciarios, deciden las obras que se editan en función de sus filias o fobias ideológicas o amistosas como ocurre en el Fondo de Cultura Económica o Tierra Adentro, o cuando la misma secretaria de cultura, Alejandra Frausto, ha sido denunciada por actos de corrupción en la administración pasada sin que pase absolutamente nada?

 

Es evidente que nos enfrentamos a algo mucho peor y más siniestro: si antes luchábamos contra goteras insistentes, ahora tenemos que ocuparnos en sacar el agua que está inundando el barco y lo tiene en la zozobra: de ese tamaño es el retroceso democrático que hemos sufrido en muy pocos meses.

 

Como en el resto del gobierno, el problema estriba en las políticas que se han instrumentado para servir a propósitos ideológicos y en el uso propagandístico que se hace de las instituciones, con intenciones electorales. En el caso de la política cultural es totalmente evidente en los nuevos programas que la Secretaría de Cultura ha instrumentado, y en la reorientación de los ya existentes, convertidos en instrumentos de legitimación del régimen.

 

Debido a que el nuevo gobierno ve en la cultura una oportunidad para la imposición autoritaria de su línea discursiva, al tiempo que reivindica y articula una política asistencial con base en apoyos económicos directos, el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, fideicomiso que opera bajo una forma de mecenazgo estatal entregando estímulos a artistas, ha cobrado una importancia capital para quienes ven en él un medio idóneo para su cruzada propagandística, así como para la generación de una clientela constituida por nuevos agentes culturales, útiles para el control gubernamental de la producción artística, que convierta a la obra de arte en un vehículo de los valores de la “cuarta transformación”, en la cual las obras artísticas subvencionadas por el Estado deben cumplir “una función social”, predeterminada por el poder político, “un arte útil y con conciencia social” (no ocioso, egoísta, fifí, privilegiado, irrelevante), producido por agentes que puedan presentarse como “tradicionalmente excluidos” del circuito tradicional del arte, que enarbolen una identidad “justa y digna” del artista. Esto como producto del discurso, falso y maniqueo, que ha convertido a los creadores en “privilegiados egoístas” y hasta “corruptos”, por obtener los estímulos. Concepción que reiteradamente señalaron en las “Mesas de consulta” con la comunidad cultural organizadas hace unos meses por el Fonca, varios enviados de la Secretaría de Cultura que participaron en ellas. Como señalaron varios creadores, las mesas fueron un ejercicio de simulación para legitimar cambios, decididos de antemano, presentados como resultado de “exigencias de la comunidad”. Recientemente Marina Núñez, secretaria ejecutiva del Fonca, informó que presentará su diagnóstico y propuestas de cambios.

 

Fue gracias a una entrevista en La Jornada aparecida hace apenas unos días que nos enteramos que se planean cambios mayores que implican, aunque lo oculte usando eufemismos, una refundación completa de la institución, como ha sido la encomienda desde el comienzo de la administración, que contempla modificaciones legales que les permitan operar cambios, como la modificación de las convocatorias, que no puede realizar el secretario ejecutivo por sí mismo, así como la determinación del objeto de los estímulos, la conformación de las Comisiones de Selección, que requieren ser aprobados por órganos de gobierno que tienen entre su conformación representantes de la comunidad artística. Los cambios que Núñez deslizó hace unos días en una entrevista van desde cambios en la estructura administrativa para convertirlo en una Dirección General de Estímulos a la Creación, de fiduciaria, nuevas “líneas de operación” (sic), nuevo contrato de mandato, que obviamente suponen una reconfiguración completa de la institución que puede suponer la modificación radical de su naturaleza.

 

¿En qué consiste específicamente la propuesta de refundación? No lo sabemos, porque todo se ha hecho en la silenciosa opacidad, de espaldas a la comunidad artística y oculto bajo la retórica demagógica que pondera la “inclusión” como valor “del cambio” y el paternalismo priista “es por el propio bien de la comunidad, estamos salvando los programas”.

 

La finalidad no parece ser otra que el total control político de la institución por el gobierno y las obras auspiciadas por el Estado y, por ende, la transformación del carácter de la institución que fue concebida para que el Estado, al tiempo que apoyaba y promovía la creación artística, garantizara la libertad estética y política de los creadores, liberándolos de la servidumbre ante políticos y gobiernos. A diferencia de cualquier otra institución cultural del Estado, los artistas mexicanos tienen, en sus diferentes programas y en sus órganos directivos, una participación en la toma de decisiones. Es una institución con particularidades verdaderamente excepcionales, no sólo en México, sino en el mundo. Por esto, justamente, los artistas están siendo puestos en la picota por el gobierno lopezobradorista, avasallados por la estigmatización y el linchamiento. Durante décadas, el Estado se abstuvo de ceder a la tentación de usar a la institución para conseguir sus fines políticos, trasgredir su naturaleza. El asedio a los creadores no es otra cosa que el síntoma de que esa época llegó a su fin. Es irónico y trágico que no hayan sido ni el PAN ni el PRI quienes cedieran ante la tentación, sino Morena y López Obrador. A esto se debe la “refundación”, que tanto su exsecretario, Mario Bellatin, como su actual secretaria, Marina Núñez, han intentado llevar a cabo, ya sea de forma torpe e infructuosa o ahora, de forma hábil y subrepticia, y tristemente exitosa, por lo visto.

 

A esta intención, también, obedece el reciente, totalmente indebido e indigno, ataque de la agencia estatal de noticias Notimex contra una treintena de creadores, en su mayoría mayores de setenta años, miembros del SNCA, presentándolos falsamente como beneficiarios de “la opacidad y el despilfarro” de la institución, usados para desprestigiarla, crear artificialmente el discurso de la “necesidad de modificación”; exactamente la misma estrategia que hace unos meses usó el Fonca para generar una reacción de repudio, dentro y fuera del medio artístico, para intentar legitimar los cambios que querían instrumentar, pero llevada a la abyección por la agencia de noticias que, obviamente, responde a los intereses del gobierno y que, una imagina, no pudo llevar a cabo sin la anuencia de la secretaria de Cultura.

 

Lamentablemente, han conseguido, en parte, su objetivo y es que habrá quien vea en la exhibición y el linchamiento no una forma de la degradación pública inaceptable sino una oportunidad para la lapidación, la revancha, la purga de rencores y envidias o quien, sin tener conciencia plena de ello, se ha convertido en zapador del gobierno que busca, qué duda cabe ya, denigrar a una comunidad que no se ha sometido, mansamente, a sus designios; doblegarla para imponer sus cambios en la institución cultural más importante del país, encargada de salvaguardar la libertad artística y la pluralidad estética.

 

Atravesamos días oscuros, que nos llenan de vergüenza y oprobio, pero es necesario recordarle algo al poder político, fundamental, para los días que corren y los que vendrán: nosotros somos parte del alma de este país y, también, su razón crítica; nos debemos a la libertad, irrenunciable, de la imaginación; no somos hoy, ni seremos mañana, vasallos de gobiernos y políticos.

 

 

FOTO:  La titular del Fonca, Marina Núñez, durante las mesas de trabajo  de la institución, el pasado mes de marzo. / Archivo EL UNIVERSAL

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