García Cabral: el espejo universal de lo que somos

Jun 25 • destacamos, principales, Reflexiones • 4075 Views • No hay comentarios en García Cabral: el espejo universal de lo que somos

POR AGUSTÍN SÁNCHEZ GONZÁLEZ

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Mirar la caricatura nos permite tener nuevas lecturas de nuestra vida, de nuestra historia, de nuestro arte. Las recientes exposiciones de caricatura presentadas en el Museo del Estanquillo, dedicadas a Santiago Hernández, Andrés Audiffred y ahora a Ernesto García Cabral, representan un hito en el rescate de la caricatura mexicana.

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Estas muestras son, sin duda,  una manera de corresponder y dar continuidad a las inquietudes que siempre tuvo Carlos Monsiváis por este género que, hasta antes de él, pocos intelectuales se habían preocupado por conocerlo, estudiarlo, valorarlo y, lo más importante, difundirlo.

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La muestra El Universo estético de García Cabral es celebratoria, sin duda, pues nos regala más de cuatrocientas imágenes de este artista, nacido en Huatusco, Veracruz, en 1890; la obra de García Cabral significa una continuidad de las grandes obras de los caricaturistas del siglo XIX pero, a su vez una ruptura, la misma que se da en buena medida gracias a su estancia en París y Buenos Aires que le permitió acercarse en vivo y en directo a otras maneras de mirar el mundo, a un encuentro con una estética vanguardista durante los años que moró por Europa, al lado del Río Sena donde se encontraría indudablemente, con las claves con las que consolidaría una carrera que ya estaba en pleno apogeo y desarrollo pues su obra de la revista Multicolor,  y antes en La Tarántula, y Frivolidades, realizada cuando apenas tenía veintiún años, ya lo había colocado en el pináculo de la caricatura y el arte mexicano, pues sus trazos rompían con la obra que se había gestado hasta antes de él.

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García Cabral fue un adelantado a su época, en términos estéticos. Resulta emocionante mirar tanto las obras claves de su primera época como caricaturista, hasta aquellas que pintó en los años sesenta, pocos años antes de morir, en agosto de 1968.

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Con una buena circulación, se puede transitar por los diversos espacios de los dos pisos que abarca la muestra. El esquema costumbrista, para seguir con mi lectura, no me parece que esté sólo dentro de ese ámbito, sino en toda la muestra. Sin embargo, el traslado de García Cabral a París le dará una vuelta de tuerca; su vínculo con la vanguardia, el compartir imágenes a las que pocos caricaturistas mexicanos tendrían acceso.

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Resulta interesante el parangón con otros grandes de la caricatura mexicana como Andrés Audiffred, quien viajó a Estados Unidos y ahí pudo abrevar de una nueva y moderna forma de mirar el humor gráfico, a través de la historieta norteamericana, o como Miguel Covarrubias que lanzó en Nueva York su plataforma de despegue y hasta Marius de Zayas que se vinculó a la vanguardia, acercándose al Dadá y a otras figuras de esa corriente. Más cercanos en el tiempo, Helioflores en Nueva York y Sergio Aragonés que se quedó en Estados Unidos donde hoy es una celebridad.

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La salida de Ernesto García Cabral becado rumbo a París, en un momento tan complicado y de definiciones históricas cuando, a pesar de sus 22 años, ya era un caricaturista incomodo y su ulterior retorno a México, cinco años después, lo convirtió en uno de los artistas más originales, en un personaje al que todos los jóvenes moneros querían imitar, entre otras cosas, porque el propio “Chango” García Cabral, generoso, solía aconsejarles que lo copiaran; así lo cuenta Armando Guerrero Edwards en una entrevista para Excélsior años después. Ello generó, pues, una tendencia en caricatura: querer ser como el “Chango”, un fenómeno que décadas después se repetiría con Abel Quezada o con Rogelio Naranjo.

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El costumbrismo del que se nutrió Ernesto García Cabral surgió de las plumas de los grandes escritores y de los artistas plásticos finiseculares. Su caricatura e ilustración, son una lectura del ser del mexicano, con su ironía, su dejadez, su pachanga; es una manera de vernos, retratarnos y conocernos, de frente al espejo (o de los espejos) de lo que somos, como lo que fue la Garita del castillo de Chapultepec, un sala llena de espejos donde cada uno de ellos, nos muestra nuestra figura deformada y nos hace encontrarnos, al final, con nuestra verdadera figura.

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En ese sentido, el caricaturista veracruzano todo el tiempo nos está mirando, pero cuando a este espejo costumbrista le añade líneas de ruptura, trazos geométricos, puntos de fuga, expresiones Art Decó y Art Nouveau, rasgos expresionistas y otras maneras de concebir el arte que sólo se conocían desde las revistas y los libros, no desde la mirada directa del artista, desde el preciso (y precioso) lugar que en ese momento era el centro nodal del arte, la ciudad de París, crece la obra hasta perfiles del más alto nivel.

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Si bien no toda la caricatura es arte, todo Cabral lo es.

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No comparto la idea de rescate y olvido que nos dicen las cédulas de la exposición pues Ernesto García Cabral, junto con José Guadalupe Posada, es un artista que desde hace varios años no ha dejado de mirarse, para fortuna nuestra.

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De memoria, recuerdo cuando menos cinco exposiciones grandes en los dos últimos años, una en el mismo Museo del Estanquillo, otra en el Festival Internacional Cervantino, en Guanajuato, o inclusive la develación de un busto de García Cabral en el patio central del Museo de la Caricatura, además de recibir el nombramiento de Memoria del Mundo que otorga la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).

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Las cuatrocientas obras que componen la muestra son, en efecto, un universo estético, una esplendida selección que nos permite un acercamiento al arte mexicano a través de la caricatura; Ernesto García Cabral, por derecho propio, es uno de nuestros grandes artistas y su inserción o clasificación es lo de menos.

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Chocan y desconcierten, empero, algunos dibujos que un visitante no capta al mirar varios espacios de la muestra pues tienen (ni contienen) explicación alguna; por ejemplo una caricatura de Antonio Arias Bernal inserta en el modulo de policías y ladrones, o el Payo, un pequeño cuadro de Andrés Audiffred en medio de unos “charros” y que confunde al visitante, entre varias más cuya presencia me parece no tiene razón de ser en el caudal y la vorágine que representa la obra de Cabral, ni siquiera como un respiro.

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Reconocer a las grandes personalidades de nuestro país, grandes artistas como Julián Carrillo y su cabello como puerco espín, el retrato de una pareja: Diego Rivera y su señora, así se titula, cuando la mercadotecnia no había puesto a Frida por encima de Diego; humoristas como Mario Vitoria o Pepe Elizondo y muchos personajes más.

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Cuatrocientas caricaturas, ilustraciones donde es posible toparnos con los vecinos de la esquina, los que celebraban una posada de fin de año, con la changuita que va al pan, el peladito, los fifís, los fufurufus, los estirados, al lado de los payos y sombrerudos y muchos más que transitaban (y transitan) por las calles de esta ciudad, que chancletean por la acera que circunda este esplendido Museo del Estanquillo.

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Hay muchas genialidades, destaco Un espectáculo edificante (1918) lápiz graso sobre papel, que evoca a Daumier, el artista francés, conocido como el padre de la caricatura.

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Por lo demás, es un festín mirar las caricaturas realizadas por Ernesto García Cabral a lo largo de seis décadas, un artista cuyo lugar en el arte mexicano se significa por su originalidad y muestra que, discusiones aparte, la caricatura es una expresión estética a la altura de cualquier otra y que Ernesto “el Chango” García Cabral, hace de la caricatura, un acto sublime.

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FOTO: Ilustración de  Ernesto “Chango” García Cabral publicada en la revista parisina Le Rire, el 7 de octubre de 1916. /Colección Agustín Sánchez González

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