Giaever-Bold y el soliloquio despiadado
POR JORGE AYALA BLANCO
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En Ante la naturaleza (Mot naturen, Noruega, 2014), sereno filme conjunto de la debutante noruega Marte Vold y del actor protagónico asimismo noruego un poco más experimentado Ole Giaever (primer largo en solitario: La montaña 11), con guión original de éste, el indistinto treintón oficinesco asaltado por un pavoroso ataque de tedium vitae Martin (Giaever) bromea equívocamente con sus compañeros a la salida del trabajo, queda con algún amigote de avisarse de alguna juerga imprevista, coquetea descaradamente con la empleada buenona Kyersti (Ellen Birgitte Winther) que le presta la llave de una cabaña alpinista, se dirige a su pueblerina casa aislada, evita relacionarse con su tierna hijita Karsten (Siver Giaever Solem) por la que sólo siente indiferencia, aprovecha para despedirse de su nariguda esposa también trabajadora Sigrid (Marte Manungsdotter Solem) a la que detesta hasta desearle la muerte por no saber ya por qué se casó con ella y muy de madrugada se echa su mochila al hombro para partir caminando hacia la montaña no tan cercana en busca de esa naturaleza resarcidora que en efecto lo recibirá en su seno con su apabullante grandeza que pone crisis todas sus reflexiones, platica con un viejo lugareño que lo cacha masturbándose y le huye, pasa una primera noche a la intemperie dentro de un saco de dormir, amanece meado y con la única preocupación de restregar sus orines en el recodo de un río para que no se impregnen, atora un pie en el simbólico fango de su ineluctable existencia presente más vasta, pasa una segunda noche en la cabaña idílica junto a un lago que ha rentado, se topa con una guapa ofrecida Halle (Rebekka Nystabakk) que intenta usarlo sexualmente sólo consiguiéndolo a medias, se retira del lugar a la mañana siguiente y retorna a casa humillado, contrito, acaso transformado en otro ser, aunque sin dejar de abandonarse en voz off a un soliloquio despiadado.
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El soliloquio despiadado pone de manifiesto y en conflicto las miserias de vida interior (desértica, esclavizada, acotada) en contrapunto y contraste con la magnificencia de la vida exterior (paisajística, libérrima, inabarcable), a través de un flujo quasi diarreico de meditaciones abruptas (“Por mí se pueden ir al carajo”) e infantiloides polimorfamente perversas (“¿Cuál es la diferencia entre decir culo o trasero?”), cuando no en definitiva escapistas (“A dónde no haya nadie”) y mezquinas (“¿Prepararemos waffles cuando regrese?”), pero siempre atrapado entre la digresión monologal y la diáfana evocación invocativa de su propia oscuridad profunda, en la cual el héroe añora la vida despreocupada de soltero y los raptos de impotencia alcohólica en algún lance amatorio ocasional, pierde regresivamente su control de esfínteres, rumia sus incolmables ganas de botar trabajo y todo, permite que su intolerante insatisfacción se trasmine a ciertos avances impersonales de la cámara subjetiva en movimiento, lamenta el torturante nexo con su despectivo padre siempre rechazante tan irresoluble aún hoy cuanto visualizado de traumática manera omnipresente con memorable magia austera (aunque en rigor se trate de un lazo tan hipotético como aquel que ahora lo une y separa de su propia pequeña: una bergmaniana indiferencia parental), pero por encima de todas las cosas envidia el vuelo solitario de un águila por el cielo despejado, ante el que confronta, y jamás reconforta, su discurso subyacente en cierta forma subversivo, su impar viaje extraño por demasiado previsible y decepcionante.
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El soliloquio despiadado hace el retrato de un onanista adulto y cansado, acomete con brillante escalpelo la vivisección del perfecto bípedo urbano lleno de insatisfacciones y deseos insatisfechos, alienado en la totalidad de sus múltiples, enajenado a rabiar, o sea, ajeno a sí mismo y a su entorno, pero ante todo a sus propias fantasías, fantasías del ensueño creador bachelardiano, fantasías ascensionales, fantasías en planos de la Naturaleza muy disminuitivamente abiertos o muy abalanzadoramente cerrados con nada posible en medio según la fotografía por lo demás dulzona de Oystein Mamen, fantasías silenciosas hasta la desesperación o con intempestiva baladas comerciales rosas o con música ambientalista de la formidable compositora contemporánea Ola Flotten, fantasías para poner a prueba el implacable impecable cálculo severo de la edición de Frida Eggum Michaelson, y todas aquellas significativas fantasías nunca aleatorias que se visualizan de inalcanzable manera, como cuando el deseante bípedo pobrediablo Martin se piensa acariciado y manoseado por la inasequible hembraza Kyersti al masturbarse detrás de un arbolito y ser sorprendido por un viejo con cara de neutral figura paterna, cuando el mismo mediocre perfecto Martin tiene copuladores sueños húmedos micción nocturna incluida con su propia mujer inaguantable, o cuando el mismo sublime divino nadie narciso se puñetea ante un espejo (¡como Ante la Naturaleza titular!) para compensar su fracasado faje con la rubita lanzada de la cabaña, admitiendo la película en su conjunto una lectura onanística, al grado de que sólo puedan existir allí criaturas-reflejo de los deseos o temores del psicológicamente voraz protagonista omnímodo como en aquella soberbia atormentada excursionista de larga distancia a pie Reese Witherspoon de Alma salvaje (Vallée 14), porque la personalidad neurótica de nuestros días que había estudiado la influyente psicoanalista Karen Horney a mediados del siglo pasado sólo ha conseguido avanzar convirtiéndose en la personalidad onanista de nuestros días, con la desmitificada desmitificadora firmeza metafísica de un falo flácido omnipresente por azotadazo.
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Y el soliloquio despiadado se extiende y se doblega ante una aceptación de la realidad individual que nunca llega, limitándose a permitirse el impulso de jugar con un disco al lado de la hija chiquitirrina en un jardín de infancia del que en verdad nunca ha egresado.
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FOTO: Con la actuación de Ole Giaever, Ante la naturaleza se exhibirá en la Cineteca Nacional hasta el 29 de septiembre. / Especial