Guillermo del Toro y el terror cursi
POR JORGE AYALA BLANCO
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En La cumbre escarlata (Crimson Peak, EU, 2015), superlibre filme 9 del exautor total jalisciense de 51 años Guillermo del Toro (Cronos 92, El laberinto del fauno 06, Hellboy I y II 04/08, Titanes del Pacífico 13) ya capaz de avalar como productor internacional los subproductos genéricos más dudosos (No temas a la oscuridad 10, El origen de los guardianes 12, Mamá 13, El libro de la vida 14 et. al.), con guión suyo y de Matthew Robbins, la güereja heredera aspirante a escritora victoriana neoyorquina Edith (Mia Wasikowska aún descifrando su Mapa a las estrellas) desestima los shakespearianos consejos maternos de ultratumba, rechaza los avances amatorios de su decente amigo de infancia el Dr. Alan McMichael (Charlie Hunnan) y asiste de escandalosa manera intempestiva al baile de alcurnia al lado del aristócrata cazafortunas británico Sir Thomas Sharpe (Tom Hiddleston todavía archideprimido porque Sólo los amantes sobreviven), quien ipso facto la ha seducido, junto con su enigmática hermana pianista de malévola barba partida Lucille (Jessica Chastain creyendo superar La noche más oscura), para lograr entre ambos, tras suprimir al suegro reticente Carter Cushing (Jim Beaver) azotándole el cráneo contra el filo de un lavabo quebradizo, llevársela consigo a su mansión en la invernal campiña inglesa, donde la someterán a múltiples tomentos psicológicos, un té envenenado y secretos de anteriores víctimas conyugales, con el fin de perpetrar la paulatina transferencia y apropiación de sus fondos americanos, pero a punto de consumar tan aviesos propósitos, la mujer descubrirá in fraganti onírico/real que los despiadados hermanos incestuosos habían asesinado a su propia madre en la tina donde ahora se besan, pero ella sí podrá ser salvada en el último minuto persecutorio y sanguinario por su pretendiente neoyorquino, porque aquí no se trata de crucificar a nadie, sino de cursificar a todos.
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El terror cursi se esfuerza denodadamente por demostrarse a cada paso, a cada escena y en cada rincón del fotograma que, con un poco de reblandecimiento oportuno sobre la marcha, hasta la incontinencia cinefílica, la tradición literaria gótica anglosajona y el gratuito derramamiento de sangre pueden ser decidida e irremediablemente cursis, pavorosa y empavorecedoramente cursis, cursis a rabiar tanto como gringos y banales a llorar, porque cursi es… salir cada tercera escena con la sublime sangronada de que las casas sangran en memoria de la inocencia espiritual perdida y de los contrariados traumas pueriles; cursi es… enarbolar como misoginia cultista hacer de la heroína una aspirante a émulo de Jane Austen, confesarlo burlonamente, y hacer que no tarde en caer por habladora al enamorarse de un baronet, de los que definía como “un parásito con título”, porque de inmediato le elogia y corrige sus textos sin tiempo siquiera de aplicarles cualquier futura técnica de lectura rápida; cursi es… hacer tragar un megalómano cóctel hollywoodense marchito supuestamente flamígero e infalible a base de provocador baile désuet de Jezabel (Wyler 38), aunado al desafío familiar de La heredera (James/Wyler 49), para acabar enfrentado a la enseñoreada solterona maléfica de Rebeca (DuMaurier/Hitchcock 40), con alguna feminicida colección de trenzas en el cajón; cursi es… magnificar los chespiritiscos consejos del reincidente fantasma hamletiano de la madre con voz cavernosa (“Cuídate de la Cumbre Escarlata en los Idus de Marzo del César mexicanito Del Toro”); cursi es… suponer que el atiborramiento de color rojo será terrorífico en sí (pobre Goethe), si bien nada suyo (arcillas, puertas chorreantes, calaca rumbera partida por la mitad y mal animada) compite con algún Rojo profundo (Argento 76); cursi es… creer que el efectismo auditivo (crujidos, chirridos, gruñidos, grabaciones en cera, acordes brutales) puede trascender el nivel de facilón susto audiovisual, por repentina entrada a campo o por corte abrupto atronadoramente musicalizado; cursi es… creer que el maniqueísmo se compensa y remedia con la revelación in extremis de que el arribista foráneo se había efectiva y locamente enamorado de su presa inerme; cursi es… pretender regurgitar a estas alturas algunas vetustas predilecciones-manías insignemente churrealistas (Le Fanu, Amor Loco de André Bretón de los Herreros); cursi es… prodigar bocanadas de humo negro para sustituir de un plumazo al humor negro y al thriller noir, y cursi es… proclamar en hueco, así nomás porque sí: “El amor nos vuelve monstruos”.
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El terror cursi desata apenas la irradicable vocación autoral infantilista por los monstruitos eméticos posAlien, ahora a través de esa madre-esqueleto dimediado y, ante todo, mediante una lúgubre casa-monstruo, una fotogéniquísima casa-palomar hediondo sin la complejidad en b/n de La mansión de los espectros (Wise 63), hundiéndose en una mina de arcilla escarlata y extraviándose en su propio artificio laberíntico de tenebroso set demencial.
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Y el terror cursi se sueña vertiginoso, abisal y pesadillescamente delirante, cuando sólo consigue ser esforzado pero decepcionante, convencional y previsible, debido a su manida sobrecodificación vuelta fórmula vuelta receta, generando una misteriosa película retorcida que ya viste antes de verla, ¡oh el terrible incesto matricida a gajos!, tratando a sus espectadores como ingenuos o estúpidos que nunca han padecido un splash-horror o un excedido filme asiático a lo Miike, y todavía el director se siente obligado a explicarles la trama ¡varias veces! ya en pleno clímax autoexcitado de duelos a cuchilladas histéricas contra un guardadito machete-gag, que en su conjunto no valen ni una secuencia del documental onírico Alucardos, retrato de un vampiro (Guzmán 10) sobre los manicomios de Juan López Moctezuma, ni un relamido shot lírico de los diabólicos niños austriacos destrozamadres de Dulces sueños, mamá (Fiala-Franz 14) aunque éste último filme tampoco valga gran cosa.
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*FOTO: La cumbre escarlata, de Guillermo del Toro, está protagonizada por Mia Wasikowska, Jessica Chastain y Tom Hiddleston/Especial.
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