Kenneth Lonergan y la inefectividad afectiva

Feb 18 • Miradas, Pantallas • 6009 Views • No hay comentarios en Kenneth Lonergan y la inefectividad afectiva

POR JORGE AYALA BLANCO

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En Manchester junto al mar (Manchester by the Sea, EU, 2016), parsimonioso opus 3 como autor total del dramaturgo neoyorquino vuelto discreto cinedirector sensitivo de 54 años Kenneth Lonergan (Puedes contar conmigo 00, Margaret 11; coguionista de comedias heterodoxas tipo Una terapia peligrosa de Harold Ramis 99), el solitario y modesto aunque sufrido conserje treintón Lee Chandler (Casey Affleck otrora también brillante realizador de Aún sigo aquí 10) se pasa de superchambeador haciéndola de mal valorado milusos (paleador de nieve, fontanero de emergencia, electricista) en un edificio de Quincy al sur de Boston, rechaza los coqueteos de alguna guapa de bar, arma alboroto al indignarse por unas miraditas de gays ligadores, recibe una fatal llamada por celular desde su pueblo natal Manchester-junto-al-mar en la majestuosamente gélida Costa Norte, se deja asaltar en el camino por numerosas tandas de recuerdos penosos y llega demasiado tarde al hospital en donde acaba de fallecer de un ataque cardiaco su hermano mayor y heredero del barco pesquero familiar Joe (Kyle Chandler), si bien abandonado desde hace lustros por su esposa alcohólica Elsie (Gretchen Mol) y sólo respaldado por su solidario piloto George (C.J. Wilson), y allí, en ese marítimo destino irónicamente idílico, sin poder mostrar otra reacción que la ira y a propósito ajeno a todo, evocando la figura de su agresiva exmujer Randi (Michelle Williams) y sintiéndose culpable de la muerte de sus tres encantadoras hijitas en un accidental incendio provocado en una noche de borrachera, el infeliz Lee confronta en la morgue con el pálido cadáver acicalado de su padre a su sobrino de 16 años Patrick (Lucas Hedges), quien sale huyendo de inmediato sin denotar tampoco el mínimo dolor, para continuar cuanto antes con su vida hecha de hockey y básquetbol, una banda de rock y dos novias puerilmente erotizadas, Silvie (Kera Hayward) y Sandy (Anna Baryshnikov), por lo que rechaza radicalmente la propuesta de ese tío tan querido en la infancia, recién nombrado por testamento y a regañadientes su tutor, para mudarse con él, aunque tampoco lo querrá hacerlo a la casa de su reaparecida madre al parecer retirada de la bebida y casada con el severo religioso distantemente amable Jeffrey (Matthew Broderick), por lo que tendrá una crisis prepsicótica al abrir un refrigerador, pero quedará varado en su pueblo gracias al auxilio del cariñoso marino George en lucha contra el deterioro de la embarcación paterna y merced al mínimo apoyo comprensivo de su pobre tío incapaz de superar sus traumas, ni siquiera acosado por su recién parida exesposa ahora pidiendo perdón, o realmente emerger por entero de su inefectividad afectiva.

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La inefectividad afectiva delinea con delicadeza y calibrada precisión el retrato de un hombre atormentado, diríase neosesentero o posantonioniano, que se manifiesta de dos maneras distintas en el bombástico y conmovedor filme masculino que lo convierte en su pivote y fin último, dos maneras opuestas aunque complementarias, jamás contradictorias, siempre adversas, ya que en los retornos al pasado (al aplazado) esa inefectividad se advierte fundamentalmente por desperdicio entusiasta ante una inafectiva y rechazante sexual esposa fodonga que se la pasa tiradota en la cama, y en la historia presente se consuma a través de los temas mayores del relato: la parálisis afectiva, la impotencia relacional, la conducta explosiva y golpeadora como desahogador desquite a la primera incomodidad social, el carácter melancólico hasta la psicopatológica ausencia misma de todo deseo, y con la combinación de ellos se ha ganado a pulso el repudio de todos, e incluso de sí mismo.

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La inefectividad afectiva trabaja, tan palpitante cuan misteriosa y hasta con un extraño humor quebradizo (ese contrapunto entre los chavos intentando copular a escondidas en la ñoña habitación juvenil mientras la ofrecida madre de Sandy tratando de sacarle plática en la sala a un hermético Lee bloqueadísimo), desde adentro pero también desde afuera: desde adentro, desde la interioridad intimista, a través de grandes actuaciones galardonables (mucho más que un Affleck afectado de inafectiva incontinencia antisocial con eterna cara multiforme de me-está-llevando-la-chingada, una Williams odiosamente cerrada al placer deseante, y un narigudillo Hedge precozmente propenso a la transgresión y al peligroso truene irremediable), diálogos menos agudos (“Te dije cosas espantosas, tenía el corazón destrozado, y sé que el tuyo también lo está”) y lucidores (“Un pez grande y blanco”) que tajantes (“No voy a molestarte, aquí me quedaré hasta que te calmes”) o ensimismados (“No, no lo comprendes, aquí no hay nada”), más una edición de Jennifer Lance que le toma sabiamente el rítmico pulso sensible de una dulcemente sorpresiva docena de vaivenes temporales cual estrellado rompecabezas de una ultrasignificativa ternura volatilizada, y desde afuera, desde la agobiante exterioridad comunitaria, a través de una fotografía majestuosa y paisajística hasta el sarcasmo de Jody Lee Lipes, y en los momentos cruciales las intervenciones más que necesarias de trozos completos de música culta que fluyen cumpliendo una emotiva función vehicular, como ese largo flashback del incendio a modo de continuum expuesto sobre el célebre Adagio de Albinoni (con razón éste siempre sonaba inconsolablemente en las extremas ficciones antintelectuales del viscerosófico joven Werner Herzog), como ese amoroso velorio fraterno-paterno al que se le superponen navideños fragmentos corales del oratorio El Mesías de Handel, o como esa sinuosa secuencia-envío concluyente de la comunitaria conmemoración panteonera a un año del entierro del hermano, sobre un radiosa aria para mezzosoprano del Chérubin de Massenet.

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Y la inefectividad afectiva terminó yéndose de pesca y botando la pelota con el tío y el sobrino, apenas vislumbrada una ínfima luminosidad emocional efectiva.

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FOTO: La Cineteca Nacional proyectará Manchester junto al mar hasta el 23 de febrero./ESPECIAL

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