Kornél Mundruczó y la insurrección canina

Ago 15 • Miradas, Pantallas • 3677 Views • No hay comentarios en Kornél Mundruczó y la insurrección canina

POR JORGE AYALA BLANCO

 

En Hagen y yo (Fehér isten/ White God, Hungría-Alemania-Suecia, 2014), estrepitoso properruno filme 6 del esteta húngaro de 39 años Kornél Mundruczó (Delta 08, Dulce hijo 10), con guión suyo y de Kata Weber y Viktória Petrányi, la solitaria aunque equilibrada niña trompetista de difíciles 13 años Lili (Szófia Psotta) vive afectivamente refugiada en su amor a la música y hacia su mansísimo perrote faldero de raza callejera Hagen (interpretado por el perro Luke), pero de repente debe pasar, en ausencia de su madre viajera a Sidney, tres forzosos meses en casa de su domesticado padre sacrificador de reses en el matadero budapestino Daniel (Sándor Zsótér), quien, ausente de espíritu, va cediendo poco a poco a las molestias, a las presiones de la vecina ojeta y a las dificultades de alojar a la apacible bestezuela dentro de su estrecho depto y, en vista de que su hijita se niega a exponerlo al maltrato de un refugio canino, optará por abandonarlo a su propia suerte, ocasionando la angustia, un absurdo afán por recuperarlo y la propia decadencia precoz de la niña, incurriendo en el desafío rebelde al histérico director de su conjunto musical y en la tentación del ligue desigual, hasta caer por ingenuidad en un antro, en el involuntario tráfico de drogas y en la preventiva detención carcelaria, mientras el can padece un vía crucis inimaginable, pasando ocasionalmente de un explotador amo vagabundo a un amo cruel, ser vendido a un vesánico entrenador de perros de pelea, en la tortura para devenir feroz, en el triunfo sanguinolento al cabo de una pelea y en un refugio donde estará a punto de ser inmolado, pero del que logrará escapar a tiempo, provocando una demencial fuga masiva de perros que acabarán inundando y paralizando con su furia las calles de la ciudad, sembrando el pánico y el destazamiento de sus enemigos, hasta irrumpir en el matadero del padre, donde un metamórfico Hagen (ahora interpretado en forma alternativa por el perro Body) habrá de toparse frente a frente con la antigua Lili, ya bien convertido en una irreconocible bestiaza fuera de control.

 

La insurrección canina arranca con la súbita persecución callejera casi surrealista de la jauría desatada contra la niña en bicicleta, pero su fábula contemporánea sin moraleja reclama verosimilitud gracias a la diseminación de hechos y detalles tan significativos como el cuidadoso desollamiento de la piel de una res colgada a modo de premonitoria metáfora del maltrato a los animales que vendrá, el intercambio significativo con papá de un gafete (signo de identidad) por un chiclet (signo de dañino placer gratuito), el dominio a dúo de las colinas y el arrinconamiento en el baño y la irrupción del añorante Hagen a la mitad del ensayo como instintivos refugios insostenibles, la inmisericorde cacería y la captura vesánica de perros callejeros y las jaulas de la perrera municipal con análogos visos de régimen carcelario instituido, y ese recorrido paroxístico de las calles céntricas y los modernos túneles de los pasos a desnivel igualmente convertidos en galgódromos ominosos de una alegría de vivir liberadora y un desatado afán de venganza animal que aquí diríase reivindicadoramente sagrada o incluso divina.

 

La insurrección canina invoca de entrada un poema de Rilke (“Cualquier cosa terrible merece nuestro amor”), pero serán de naturaleza muy distinta los referentes narrativos, más bien populares, que rigen sus delirios expresivos: su trayectoria de padecimientos será análoga y correrá irónicamente en paralelo con la del desterritorializado culto ciudadano afrocanadiense de 12 años esclavo (McQueen 13), su visión heroica perruna remitirá de modo inevitable en todo instante al regio sufridor perrazo de pura raza collie Lassie cuyo sacrificial retorno a casa estaría movido por La cadena invisible (Fred M. Wilcox 43), sus peripecias en el regazo infantil sufrirán un revés que lleva del sonrosado Guardián el perro salvador con la inefable Chachita (Gómez Landero 49) a la ferocidad de las complacientes peleas encarnizadas de Amores perros (Iñárritu 00), sus penalidades se desarrollarán entre la serena resignación del asno encarnación de la gracia divina de Al azar Baltasar (Bresson 66) y la implacable evolución envilecedora del más denunciador cine metafórico macrosocial europeo acerca del injusto desorden establecido fabricante de sus propios monstruos criminales que van de Los bandidos de Orgosolo (De Seta 61) hacia El proceso de degradación de Franz Blum (Hauff 73), sus bestias mamíferas se levantarán como muertos vengadores saliendo de los sepulcros a manera posbélica de un gigantesco Yo acuso a la civilización roñosa (Gance 19/38) y desatarán su absurda furia inesperada como Los pájaros de Hitchcock (63), reproduciéndose como Gremlins (Dante 84/94), para crear, con fondo de Rapsodia húngara num. 2 de Ferenc Liszt siempre inconclusa pero sin cesar recomenzada, un clima alucinado de rabiosa fantasía operática cinematográfica, como la Johanna del propio Mundruczó (05), con una Juana de Arco linchada en los sanatorios psiquiátricos de Budapest, acaso el más cercano antecedente Hagen y yo, ahora vuelto binomio, nada más, pero nada menos.

 

Y la insurrección canina ladra y canta en solitario o en tumulto una educación que es una reeducación para afrontar la brutalidad que hoy requiere la envilecida vida húngara postsocialista, antes acaso impensable, hoy flagrantemente indispensable, pero aún ahí toda violencia irracional vindicadora y toda tormenta habrán de calmarse ante el nocturno sonido pasmoso de una predominante trompeta infantil cuya resonancia todo lo aquieta y lo hace postrarse sobre el suelo, porque la música sigue tranquilizando a las fieras, en masiva actitud de reverencia, equilibrio y adoración conciliadora, culminando en ese inmovilizador intercambio de miradas hipnóticas entre Hagen con toda su manada y la intuitiva amorosa Lili para acallar al fin cualquier Llamado de la Selva.

 

 

*FOTO: Las calles de Budapest son algunas de las locaciones que utiliza este cineasta húngaro para contar la historia de Lili y su perro Hagen/Especial.

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