Las primeras polémicas
POR ALIDA PIÑÓN
En agosto de 1989, luego de darse a conocer los nombres de los primeros 30 becarios del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca), el escritor Salvador Elizondo se defendió de quienes lo cuestionaron por haber sido él uno de los beneficiados del estímulo económico promovido, por primera vez en la historia cultural del país, por el poder ejecutivo. “Me acusaron de ser un viejo rico, de tener mucha edad y además de tener dinero suficiente”, dijo.
El arranque del Fonca fue difícil. ¿A quién darle dinero?, y ¿por qué?, fueron las preguntas que se hizo el gremio cultural de trayectoria. Los jóvenes, por su parte, vieron una oportunidad benéfica. “No sabíamos bien qué eran las becas. Al principio nada era claro. No sabíamos qué significaba ser parte de ese esquema de producción, pero a mí me permitió, como a muchos otros, terminar un proyecto”, recuerda el fotógrafo Francisco Mata Rosas, uno de los primeros en recibir la beca cuando el Fondo se abrió a las nuevas generaciones.
Durante el gobierno de José López Portillo, se creó el Fondo Nacional para las Actividades Sociales que promovió iniciativas como el Festival Internacional Cervantino. En el libro Cultura y transición. 1988-2012, coordinado por Carlos Lara y Eduardo Cruz, se explica que después de ese fondo, Miguel de la Madrid, durante su campaña electoral, propuso la creación de una Secretaría de Cultura, lo que nunca prosperó.
Ya en el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, esas viejas inquietudes, sumadas a las sugerencias de Octavio Paz, confluyeron en la creación del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, que detonó en el surgimiento del Fonca. Una idea que, según la crítica de arte Raquel Tibol, sirvió para “opacar el escándalo del Quinazo”.
Carlos Lara y Eduardo Cruz sostienen que Octavio Paz propuso que el primer presidente del Conaculta fuera Víctor Flores Olea. Además, se creó por primera vez la Comisión de Cultura en la Cámara de Diputados, presidida por Jaime Sabines.
Con estos intelectuales se garantizaba la apertura del poder hacia la cultura. Según los analistas citados, Paz y Sabines desearon cerrar el círculo y propusieron a Héctor Vasconcelos, “como hijo del memorable intelectual que diseñó la que por décadas fue la política cultural del país”, para encabezar el Fonca.
En Tragicomedia mexicana, José Agustín escribe que Octavio Paz estaba “complacido” porque Carlos Salinas había hecho realidad lo que él, a la cabeza de más de 20 intelectuales, había pedido en 1975 a través de la revista Plural: “que se creara un fondo de estímulo a la creación artística con becas que los mismos artistas otorgaran”. Echeverría no quiso hacerlo, pero quince años después Salinas “hizo el regalito”.
Desde entonces, dice Agustín, al Fonca se le conoció como el Pronasol de la cultura: se le acusó de “mecenazgo paternalista con tufo de cooptación”. Y asegura que la condición de los artistas por lo general era tan miserable “que medio mundo se apuntó cuando salieron las convocatorias”.
En 1989 Héctor Vasconcelos dijo estar muy sorprendido por la cantidad de solicitudes que había recibido, más de mil, y seguían sumando. “Como las cosas no estaban claras, nadie sabía qué argumentos debía presentar”, recuerda el flautista Horacio Franco. “No recuerdo ni qué mandé, quizá solo mi currículum. Era un jovencito de 25 años que necesitaba dinero, apliqué y me la dieron”.
Que jóvenes como Mata Rosas y Franco formaran parte de esa generación fue resultado de las presiones que existieron cuando se anunció que escritores como Marco Antonio Montes de Oca, Salvador Elizondo, Inés Arredondo, Gerardo Deniz y José María Pérez Gay no la merecían porque sencillamente no la necesitaban. Paco Ignacio Taibo I dedicó una columna en El Universal para cuestionar el perfil que se impulsaba: “Que el señor Montes de Oca, poeta cuyos méritos no se discuten, haya recibido una beca a una edad que no es precisamente juvenil, me viene a decir que yo jamás entendí cabalmente cuáles eran las intenciones del Consejo”. Casi al mismo tiempo, Elizondo insistía: “Cuando me dieron la beca solo tenía en la cuenta del banco 50 mil pesos, por eso pedí la beca de 3 millones; yo sí la necesito”.
Las críticas arreciaron. El Fonca, así, abrió cuatro programas: Creadores Intelectuales, (antecedente del Sistema Nacional de Creadores de Arte), Jóvenes Creadores, Desarrollo Artístico Individual, (antecedente de Creadores Escénicos) y Grupos Artísticos.
El Fonca siguió su curso, pero cuatro años después, en 1993, surgió una nueva ola de críticas, cuando se creó el Sistema Nacional de Creadores. A finales de ese año la inversión del Fonca era de 25 millones, entonces nuevos pesos, para la creación del Sistema, con una estructura similar al de Investigadores. Las becas se aumentaron a tres años, que podían extenderse por tiempo indefinido. La discusión estuvo, nuevamente, en quiénes y por qué las recibían.
Manuel Barbachano Ponce, Jaime García Terrés, Emilio Carballido, Federico Silva, Fernando del Paso, Ramón Xirau, Salvador Elizondo, Elena Poniatowska, Eduardo Lizalde, Rafael Coronel, Luis Nishizawa, Ángela Gurría, Vicente Leñero, Héctor Mendoza, Mario Lavista y Teodoro González de León fueron algunos de los beneficiados.
Ante ello, Silvia Molina publicó una columna para advertir que no solo varios de los beneficiados habían sido jurados y becados al mismo tiempo, sino que también muchos de ellos no la necesitaban porque su situación económica estaba prácticamente resuelta, como la de García Márquez e incluso Poniatowska. El novelista colombiano, por su parte, donó la beca a una universidad; Poniatowska, como Elizondo cuatro años atrás, aseguraba sí necesitarla y no tener razones para declinar.
A la distancia, Franco y Mata Rosas coinciden en que el Fonca siempre ha tenido “altibajos” y que ha generado controversias. Sin embargo, aseguran, hoy nadie puede cuestionar que el Fondo cambió la vida cultural del país y que actualmente cuenta con un esquema “transparente”.
*Fotografía: Héctor Vasconcelos (derecha), primer secretario ejecutivo del Fonca/Archivo El Universal.
« Qué sí y qué no de México en Escena Problemas que siguen sin solución »