Los diarios del último lector

Feb 13 • destacamos, principales, Reflexiones • 3446 Views • No hay comentarios en Los diarios del último lector

POR CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL
Clásicos y comerciales

 

Del argentino Ricardo Piglia me interesa más el intelectual que el novelista. Creo que pocos como él han construido una diáfana conciencia crítica capaz permitirnos a los lectores de nuestra lengua hacer el tránsito entre dos siglos sin nostalgias postizas ni terrorismos mediáticos, en libros como Crítica y ficción (2001), El último lector (2005) y La forma inicial (Sexto Piso, 2015), éste último subtitulado Conversaciones en Princeton, pues es desde esa universidad donde Piglia estableció una atalaya abierta a discípulos y colegas, hasta su jubilación, seguida de la penosa enfermedad que padece. A Piglia le agradezco la prudencia con que observa las aparatosas transformaciones que la red impone en la manera y la velocidad en que leemos.

 

“Había alguien en Londres que era la literatura para nosotros”, dijo Ezra Pound hace exactamente un siglo cuando se enteró de la muerte de Henry James. La cita le encanta a Piglia, quien creció, igualmente, en el Buenos Aires de Borges y todos sus intentos de huir de su sombra, fracasaron invariablemente. Como el puntilloso maestro que es en la averiguación de todas las formas de narrar, iniciado en los misterios de la novela policíaca, Piglia es de la clase de escritores que escriben novelas para confirmar sus teoremas o a veces para ilustrar con el ejemplo aunque no todos sus lectores seamos sus alumnos en Princeton. Antes, durante la dictadura, Piglia publicó su primera novela, Respiración artificial (1980) y no en balde, al releerla, la sigo encontrando la más lograda quizá por ser obra del período preprincetoniano del autor, cuando le interesaba más la novela que el arte de la novela. Frente a la obra de James creo que Piglia preferiría los prólogos del autor a las novelas mismas. Así es el escritor–crítico. Así soy yo probablemente, también. Por ello la novela no suele ser lo nuestro.

 

Y paradójicamente, Respiración artificial, es la que tiene menos empaque de novela. Es un libro epistolar donde, una vez más, la disyuntiva sarmientina entre civilización y barbarie es puesta sobre la mesa, con una conclusión de largo alcance que hubiese complacido mucho a  la Escuela de Frankfurt: el encuentro hipotético entre Hitler y Kafka en Praga antes de la Gran Guerra. Piglia, autor de un puñado de cuentos perfectos, es capaz de escribir una estupenda polar, como las llaman los franceses, con Plata quemada (1997), con su fantástica escena de los ladrones de banco quemando cientos de billetes antes de inmolarse o Blanco nocturno (2010), laboriosa y un tanto inútil demostración del teorema pigliano de que lo policíaco es sólo una estrategia para llegar a un misterio líricamente puesto  oportunamente fuera del alcance del lector.

 

Contra Los diarios de Emilio Renzi. Años de formación (Anagrama, 2015), así titulados porque su autor se llama Ricardo Emilio Piglia Renzi (Androgué, 1940) y Emilio Renzi le ha servido de su otro yo o de chasqui a lo largo de su obra, comparto el escrúpulo de Patricio Pron publicado en Letras Libres: cómo el Ricardo Piglia de hoy habrá intervenido, con todo derecho pero sin advertirnos cómo y cuando, en sus primeros balbuceos literarios. Yo, que escribo diario, me sentí avergonzado de compararme, en mi desatada cursilería al salir de la adolescencia, con la sobriedad sin adjetivos de las primeras páginas de estos diarios del joven Pigllia, que pareciera fueron podados más que por él, por su amigo Juan José Saer.

 

Su conocimiento de la literatura mexicana es caso aparte, pues excepción hecha de César Aira, hasta hoy, un escritor mexicano siempre sabe más de aquella literatura que de la nuestra un colega argentino. Ello se aclara gracias a la extraordinaria fabulación que de Gombrowicz hace Piglia en Respiración artificial: la Argentina sólo miraba hacia Europa y ésta sólo volteó su mirada a ella mucho después, gracias a Borges. En Los diarios de Emilio Renzi, de cuya existencia se dudaba, México aparece muy pronto con una lectura muy atenta de Fuentes, con el descubrimiento de la inocencia como técnica en Rulfo y se sigue, en La forma inicial, con una comprensión cabal de Monsiváis o una declaración estúpida sobre Paz, a quien Piglia considera “sólo” un gran periodista que dejó de lado la literatura. Lo que el argentino estaba tratando de decirles a sus amigos en Princeton es que Paz nunca renunció, pese a que su fastidiado y mediático siglo se lo exigía, a la función del intelectual como clerc.

 

Hay maneras de decir las cosas que a una inteligencia como la de Piglia no pueden permitírsele. Y las salidas de tono del habitualmente comedido Piglia son dignas de subrayarse, tanto más que él fue condenado por la justicia en 1999 por prestarse a ganar con Plata quemada y con Planeta, un concurso amañado. Así, no se puede llamar “oportunista”  a Sabato, uno de los escasos héroes en “la vil, muy vil historia argentina” (Piglia dixit) sin ahorrarnos la explicación de por qué lo fue o regañar, canchero, a Vargas Llosa por su Onetti mientras él mismo confiesa no haber leído el libro del peruano sobre el uruguayo.

 

A través de Los diarios de Emilio Renzi, como de La forma inicial, como antes en El último lector, Piglia, ensayista y crítico, ha escrito retratos esenciales para nuestra literatura, como aquel que presenta a Guevara como alumno de Ezequiel Martínez Estrada, a quien visita y deja registro de ello en su diario, la cinefilia de su juventud, sus ideas sobre la narrativa como origen del lenguaje, su comprensión cómplice del peronismo (ese otro engendro inescrutable latinoamericano, junto al PRI), la extraordinaria sagacidad con que teje y desteje a Kafka, su Dante, o el retrato conmovedor de su nonno italiano cuyo único interés era reconstruir su participación en el frente de los Alpes en 1914, lo mismo que su rechazo juvenil del sofisma sartreano. Nada, en efecto, decía el joven Piglia, puede hacer La náusea contra la muerte de hambre de un niño. La respuesta está en otra parte y a buscarla ha dedicado Ricardo Piglia su notable obra.

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*FOTO: En Crítica y ficción, compilación de ensayos, entrevistas y reseñas, Ricardo Piglia vierte, entre otros temas, sus consideraciones respecto a una de sus obsesiones: la novela policiaca/ Rosaura Pozos Villanueva

 

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