Los Miserables reloaded

Mar 31 • Miradas, Música • 5713 Views • No hay comentarios en Los Miserables reloaded

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La adaptación de Los miserables, obra clásica de Victor Hugo, es un reto de coordinación actoral y musical. Resalta la actuación de los villanos Thénardier y, desde la fosa, del director Isaac Saúl

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POR IVÁN MARTÍNEZ

Les Miserables, el musical de Claude-Michel Schönberg con libreto y letras de Alain Boublil basado en la novela de Victor Hugo, se presenta desde hace unos días en el Teatro Telcel. La productora OCESA tiene en sus manos la reposición, con la nueva producción diseñada en el despacho londinense de Cameron Mackintosh, de este título que ya habían presentado en esta ciudad la década pasada, cuando tuvieron la temporada más larga para un musical de gran formato en nuestro país.

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El lugar común diría que las cabezas de la empresa, Morris Gilbert, Julieta González y Federico González Compeán, repiten la hazaña, pero no es así porque las hazañas son muy diferentes y porque ellos mismos no regresan al estándar artístico que se pusieron cuando produjeron Wicked (Stephen Schwartz) en 2013.

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Si la comparación es con anteriores Miserables, incluso con la adaptación fílmica reciente, salimos ganando. De entrada, porque la partitura ha sido reducida y el suplicio es por lo menos treinta minutos menor: pocas partituras tan burdas y simplistas, repetitivas y pretenciosas como la de Schönberg, que esta remodelación le ha ayudado también con nuevas orquestaciones, mucho más ricas y amplias que aparecen firmadas por Cristopher Jahnke, Stephen Metcalfe y Stephen Brooker.

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La obra es efectiva principalmente porque permanece fiel al espíritu de la novela, cuyo contexto puede estar en una época y un lugar lejano, pero cuyos valores son universales. Todos ellos. Y porque como pieza de teatro musical, Les Miz es quizá la que más hábilmente recurre a sus efectos sonoros y méritos escenográficos, de producción, para impresionar; no es un reproche, es un elogio al rediseño y al punto de profesionalización al que ha llegado la empresa, pues es probable que ninguna otra en México pueda controlar un universo tan lleno de microcosmos como éste. Desde la butaca, el control conmociona e inspira.

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Pero quizá ahí esté el problema de este Miserables, como –no sobra recordar– lo fue en su apuesta anterior, El rey león (Elton John). Para decirlo con sencillez: es tal el afán de internacionalización, que quienes dirigen al cast multinacional son directores angloparlantes que supervisan que la producción se vea y se mueva en el estándar de Broadway y el West End (y lo logran y en algunos casos lo superan), pero o no hay un director residente capaz o a éste no se le da la autoridad suficiente para controlar ya no sólo la homogeneidad de acentos (hay un argentino que suena a mexicano queriendo imitar a un colombiano), sino la dicción de la mayoría y la integración de compañía.

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Sorteando ese desliz, es palpable en casi todos la exigencia en el proceso de casting del que tanto se habló en pasillos y medios de comunicación el año anterior.

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No hay Valjean ni Javert, protagonistas de la obra encarnados por Daniel Diges y Nando Pradho: uno tiene graves problemas para controlar su instrumento vocal y el paso entre registros y el otro tiene un vicio insoportable de she-sheo y frasea como baladista español de los ochenta; ambos son desafinados y muestran cero interés en sacarle jugo a las tres notas que tiene la partitura: cada frase la repiten igual aunque el contenido literario sea opuesto, sin dinámicas actorales o musicales.

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Pero hay Enjolras, que en realidad es la revelación de esta puesta: Andrés Elvira, el joven actor que siempre destacaba en los ensambles (Mary Poppins, Wicked, El hombre de La Mancha). Su voz, bien colocada y con cuerpo, conectada en sus graves y sus agudos, impresiona desde su primera frase, cantada con aplomo y dirección sonora; comprometido con su papel, le brinda una presencia enjundiosa y una vocalidad viril.

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Igual de destacada está Morena Valdés en el papel de Fantine. Su interpretación de la más clásica de las canciones del musical, I dreamed a dream, quizá sea junto al coral liderado por Elvira al final del primer acto, el momento más emotivo, por honestidad artística. De voz “carnosita”, Valdés no sólo canta, sino cuenta cada palabra de su historia en ese número. Lo vive y es el único momento en el que alguien actúa verdaderamente a través de la música.

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Comparación injusta, Clara Verdier no lo hace nada mal como Cosette, aunque al lado de Daiana Liparoti como Eponine, se vuelve obvio que la segunda controla mejor su voz. Verdier adolece flaqueza en sus graves. La de Liparoti es una voz mucho más completa, y su canto uno más redondo, cuidado y de fraseos más sensibles, de detalles exquisitos.

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Injusto es también cualquier comentario sobre Michelle Rodríguez y Sergio Carranza, quizá los actores de comedia más destacados de su generación. Como los villanos Thénardier, están desarrollándose en el terreno de la comodidad, “jugando safe” sabiendo que así se llevan la obra y esperando que un verdadero director los saque de su zona de confort y los lleve a la consagración actoral que se merecen y que nos merecemos de ellos como público. Cualquier elogio sería no reconocer lo que pueden hacer y cualquier reproche, no sería su responsabilidad.

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Como si fuera la primera vez, sigue impresionándome el trabajo de los ensambles. Entre actores, hay un sentido coral, redondo, en la emisión del canto de los números de compañía. Mientras que abajo, desde el foso, lo que hace Isaac Saúl dirigiendo una pequeña orquesta que suena a orquestón, es magia pura. No es el volumen de las bocinas, sino la fuerza que suena a través de la autoridad que inspira su batuta.

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FOTO: Los Miserables cuenta con la participación de más de 40 actores en escena. / Ocesa

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