Lucia de Lammermoor: efectista y efectiva

Feb 25 • Miradas, Música • 5483 Views • No hay comentarios en Lucia de Lammermoor: efectista y efectiva

POR IVÁN MARTÍNEZ

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La Ópera de Bellas Artes eligió el título más importante de Gaetano Donizetti, Lucia de Lammermoor, para iniciar las actividades el año. Para hacerlo, tomaron prestada la producción que el director teatral Enrique Singer, quien ya había dirigido Rusalka para la misma Compañía Nacional de Ópera, concibió para el Teatro del Bicentenario de León, Guanajuato. Como allá, musicalmente corrió a cargo de Srba Dinic, director titular de la orquesta del Teatro de Bellas Artes mientras que en el rol masculino principal repite el tenor Ramón Vargas, en su regreso a este escenario luego del paso que tuvo por la dirección artística de la compañía.

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La producción, que estrenó el pasado domingo 19 de febrero y que todavía se podrá ver este domingo 26 y el martes 28 esta última función con Angélica Alejandre y Hugo Colín en los roles principales, corre escénica y musicalmente sin mayores problemas. Sobre todo musicalmente.

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A cargo de Dinic, la orquesta del teatro goza de la mejor salud. En general ofreció un acompañamiento sólido y atento, de tempi adecuados, sonoramente brillante y muy atenido a buscar la riqueza de colores con resultados privilegiados. La unidad de la cuerda sirvió especialmente en pasajes de dramatismo, e individualmente, los solos que acompañan las apariciones de la protagónica, y que requieren una presencia artística más allá del mero acompañamiento orquestal proveniente del foso, fluyeron con naturalidad y belleza; especialmente el de la flauta en la primera de las arias de la escena de la locura, me pareció uno de los mejores que haya escuchado a los miembros de esta orquesta y el más destacado entre cuantos he escuchado a Aníbal Robles Kelly. Algo con esa sensibilidad artística y delicadeza técnica debía escucharse en el arpa del primer acto, que prácticamente fue el único yerro orquestal en la función del martes 21.

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El coro también ofreció una actuación cerca de lo extraordinario. No sucedía desde que tuvo como visitante frecuente al director Xavier Ribes. En esta ocasión a cargo del preparador Luigi Taglioni, se escuchó con una emisión fluida y como un solo instrumento, no el griterío sin orden de producciones anteriores recientes. Extremadamente cuidadoso de los matices y muy comprometido con la concepción escénica que les fue propuesta.

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Es en la “concepción escénica”, título más acorde al trabajo del nuevo director de la Compañía Nacional de Teatro que el de director de escena, donde comienza a flaquear el trabajo músico-teatral en su conjunto. Se trata de una idea original, efectista en su dramatismo, pero no siempre funcional a la teatralidad: un gran cuadro encierra pequeños cuadros, “pictóricos”, en los que a Singer le pareció, según explica en una innecesaria nota de programa donde se contradice un par de veces, se contaba mejor la historia.

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Hay, claro, momentos que son visualmente bellísimos (casi todo el segundo acto, la escena de la locura en el tercero), como fotografías, pero funcionan poco en la escena en tanto mantiene a los cantantes casi inmóviles dentro de los pequeños cuadros. El concepto incluye movimientos, “gestualidad” bajo el crédito del coreógrafo Antonio Salinas, hiper melodramatizados, manieristas más que barrocos, que rayan en el tono fársico; hay risas en el público que no deberían provocarse.

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La iluminación de Philippe Amand, quien también firma el diseño escenográfico de los cuadros, ayuda poco: casi siempre es obscura y a los cantantes se les ve constantemente buscando un foco que más o menos les ayude a verse.

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Entre solistas es la medianía la que reina la producción. No por cuestiones técnicas, sino personales: a casi todos los involucrados les falta madurez para enfrentar los alcances de este drama; y a uno en realidad le sobra. El cuerpo delgado de sus voces tampoco ayuda mucho.

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La siberiana Irina Dubrovskaya debuta en este título y lo hace destacadamente, lo que es fácil cuando los contrapesos artísticos no existen. No destaca por sí misma, sino por el escueto trabajo de los demás. Su timbre es bello y su afinación cercana a la perfección, pero su actuación está pérdida y su interpretación musical es plana. El resultado de sus arias de locura es demasiado bonito, lo que de ninguna manera puede ser el estándar para un personaje que muestra locura desde que abre el telón, que acaba de perder al amor de su vida, que está al borde del delirio que la lleva a la muerte. “Bonito” no debe ser nunca el resultado. El camino actoral del indicio de locura al instinto asesino tampoco debiera ser automático: falta un desarrollo de personaje.

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Aunque todos los demás involucrados permanecen grises, sin cometer mayor tropiezo, el Enrico de Ramón Vargas es el personaje más débil, por sobrado de madurez; no en el buen sentido. Actoralmente plano, su expresión física se resume a la figura encorvada y abriendo los brazos, a la manera de un luchador, como si abarcando más aire del espacio escénico cubriera la falta ya notoria de presencia y lo avejentada que se escucha su voz: de emisión difícil, ahogada, calado en afinación y varias veces a punto del gallo.

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FOTO: Lucia de Lammermoor, de Donizetti, se presentará este domingo 26 y martes 28 de febrero./Cortesía INBA

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