Matt Ross y el ansia radical

Dic 17 • Miradas, Pantallas • 9164 Views • No hay comentarios en Matt Ross y el ansia radical

POR JORGE AYALA BLANCO

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En Capitán Fantástico (Captain Fantastic, EU, 2016), heteróclito segundo filme independiente del exactor secundario woo-scorsesiano vuelto autor total de 46 años Matt Ross (cortos previos: El lenguaje del amor 97 y Recursos humanos 09; primer filme: 28 cuartos de hotel 12), el barbón patriarca ermitaño moderno Ben (Viggo Mortensen) ha logrado educar en las Rocallosas, fuera de la ponzoñosa civilización y en contacto con la naturaleza dura, a sus seis brillantes hijos expertos en varios idiomas (incluyendo el infrecuentable esperanto), inmersos en el verdadero conocimiento (el extraescolar) y con nombres inventados: el joven aspirante oculto a universidades de primera Bodovan Bo (George MacKay), el púber en revuelta instintiva Rellian Rell (Nicholas Hamilton), las casi gemelas Kielyr (Samantha Isler) y Vespyr (Annelise Basso), más los muy pequeños Zaja (Shree Crooks) y Nai (Charlie Shotwell), pero a raíz de la muerte de la madre Leslie (Trin Miller) cortándose las venas en una clínica por enfermedad terminal, deben cruzar el país a bordo de un camión-casa rodante personalizado como Steve, para irrumpir de saboteadora forma estrafalaria en el distante funeral, arrostrando amenazas de arresto policiaco y reclamaciones del artero abuelo arquero Jack (Frank Langella) por la custodia de los chicos, sólo para demostrar que esos muchachos eran en realidad analfabetas relacionales, impreparados para el mundo real, pese a su ansia radical.

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El ansia radical sitúa su mundo aparte, cual realización del paraíso platónico estipulado en la República, como un principio realizado-zozobrado de utopía comunal posjipi que literalmente está en ninguna parte, aunque sea propietaria de una enorme biblioteca, para arribar a deleznables lugares cerrados donde es preferible dormir bajo las estrellas envueltos en cobijas, muy lejos de todos los Castillos de la Pureza domésticos puestos en ridículo por la obra maestra Diente de perro (Lánthimos 09), entre aquella chica educada en la clandestinidad pero luego a la conquista de su Seguridad interior (Petzold 00) y el desmadroso documental en torno a los Wolfpack: Lobos de Manhattan (Moselle 15), oscilando entre la road movie insólita grupal y la crónica familiar que bate en su terreno a cualquier domesticidad alienígena.

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El ansia radical va construyéndose mediante intempestivos cantos epifánicos que son henchidas rapsodias mínimas, con fotografía acosadora de Stéphane Fontaine, edición muy ceñida de Joseph Krings y música laxa de Alex Somers a semejanza de ciertas baladillas improvisadas a la guitarra por los actores Mortensen y MacKay: rapsodias inaugurales como la cacería del orgulloso venado para comer su corazón cual rito iniciático tribal-familiar con la cara-máscara pintarrajeada de pielroja ancestral, rapsodias heteróclitas como las concentradas lecturas especializadísimas individuales en torno a la amorosa hoguera humilde y gregaria (“Lo que aquí creamos quizá sea único en la Historia de la Humanidad”), rapsodias ejemplares como los entusiasmantes regalos de cuchillos dentados de diversos tamaños para sobrevivir en el bosque, rapsodias atónitas como el pasmoso descubrimiento de los videojuegos más banales, rapsodias edificantes como la humillación involuntaria a los primitos víctimas del mediocrísimo sistema educativo gringo produceidiotas acometida por chavos que manejan física cuántica y teoría del Estado desde su más tierna edad, rapsodias jocosas como la desternilante confusión entre el Dr. Spock de la crianza libre y el puntiorejudo de la TVserie Star Trek, rapsodias euforizantes como la temerario asalto encubierto a un supermercado fingiendo un infarto paterno, rapsodias satíricas como la constatación de un país de obesos bofos y sobremalalimentados, rapsodias sublimes como las apariciones de la madre en el sueño, y rapsodias desarmantes como la discusión de la Lolita de Nabokov o la súbita revelación del erotismo al cándido niñote de 18 años Bo con reactiva petición nupcial de rodillas.

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El ansia radical está centrada en el análisis crucial alrededor de un sola criatura hiperconsciente, el personaje de Ben/Mortensen trabajado como la imagen viva y vivaz del hombre pensante reflexionando, reflexionando en un nocturno rincón junto a la cabaña-refugio, reflexionando a través del espejo retrovisor al conducir en escape solitario, reflexionando antes de tomar cualquier decisión que hace aflorar las del grupo-contingente familiar (“Aborta la misión: no podemos perderte a ti también”) y que engendra en los demás arrebatos como esa rebeldía cualquier cosa menos visceral de Rell (“¿Qué clase de loco festeja el cumpleaños de Noam Chomsky?”).

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Y el ansia radical concluye como un homenaje muy preNobel al gigantesco cantor aeda sesentero Bob Dylan, so pertexto de entonar a coro la canción favorita de la madre (“I shall be released”) entre la humareda de la fogata previa a su depósito-entierro en el inodoro de un centro comercial y jalarle a la manija (“Seré liberada”) por la nueva unidad familiar tan vehemente cuan carcajeante, exacto antes de que la decisión del cambio en el proyecto fundamental de vida haya sido tomado comunitariamente, preciso a tiempo para que el hermano mayor Bo (casi homónimo del legendario cantautor Bob) sea despedido en el aeropuerto en su partida a la Universidad cual si partiera a la guerra revolucionaria, y toda la familia se desayune muy temprano en concentrado silencio al enfrentar la mutación límite-prueba de verdad a su educación adquirida, y ya inarrancable en la práctica, porque aquí, en lo que se advierte como el inicio de una readaptación traumática, nadie se abandona al conformismo, sino a una nueva etapa de aceleres que arranca con el radical saludo con choque de puños acuñado por ese núcleo tan bien entrenado para el lúcido combate (“Todo el poder para el pueblo, abajo el Sistema”), y para la generación de otro tipo de relaciones humanas que promuevan alteraciones cualitativas de la sociedad.

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FOTO: Capitán fantástico, con Viggo Mortensen, George MacKay y Samantha Isler, se exhibe en salas comerciales de la Ciudad de México. / Especial

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