No expliques los sueños
POR GENEY BELTRÁN FÉLIX
A lo largo de once días, del 24 de enero al 3 de febrero, el Festival Internacional de Cine de Gotemburgo exhibió cerca de 500 filmes de 80 países. En los cuatros días que estuve en esa antigua ciudad sueca —la segunda más poblada del país—, no pude ver, comprensiblemente, sino un porcentaje muy bajo. Aquí comento algunos títulos.
En el ojo del caballo islandés
Islandia, el país nórdico menos poblado, logró colar dos filmes entre los ocho nominados al Premio Dragón, el más notable del festival y que se entrega a la mejor película producida durante el año anterior en cualquiera de los cinco países de la zona (además de Islandia: Noruega, Finlandia, Dinamarca y, por supuesto, Suecia). Por un lado, estaba Metalhead (Málmhaus), un melodrama básico y limitado dirigido por Ragnar Bragason (1971) sobre una adolescente que, luego de ver morir en un accidente a su hermano mayor, se asume culpable y se entrega a la pasión musical del fallecido: el heavy metal. La otra cinta es más meritoria. Se trata de De caballos y hombres (Hross í oss, 2013), escrita y dirigida por el también actor Benedikt Erlingsson (1967), quien sabe aprovechar los amplios escenarios de la campiña islandesa y, principalmente, sabe mirar a sus personajes.
El filme narra varias historias entrelazadas, todas ellas relativas a habitantes del campo islandés, cuya vida está ligada al caballo a niveles que ellos mismos no terminan de advertir. En primer término, Erlingsson muestra humor con sabiduría: la escena más hilarante ocurre cuando la yegua de uno de los personajes es preñada por un ansioso caballo… con el problema de que, montando a la yegua, se halla su pobre dueño. Al manejo tan pícaro del humor ayuda una edición que se apoya en la alternancia de planos abiertos del escenario rural tomado en una riqueza emocionante de tonos azules (y de los matices que da el paso del verano al invierno) por la cámara de Bergsteinn Björgúlfsson, y de close-ups a los ojos de los personajes más carismáticos de la historia: los caballos.
Aunque las casas de los humanos están alejadas unas de otras, sabemos que siempre se están espiando y que se la viven comentando las acciones ajenas. Pero, más aún, las acciones humanas son constantemente registradas por los ojos de los caballos. Y esto provoca que, entonces, ningún personaje (humano) sea lo suficientemente menor como para que no tenga un sentido cada acción que acometa… aunque sus acciones se parezcan mucho a las de sus fieles animales. Es decir: en esta película los personajes (con cuatro o con dos extremidades inferiores) conviven, viajan, viven, se enamoran, fornican, mueren guiados por ímpetus similares. Esa visión casi panteísta se vuelve no sólo muy convincente sino hasta una forma entrañable de ver y aceptar la existencia, aunque he de consignar que más de un crítico, a la hora de los comentarios informales, no concordó con esta lectura: se acusaba a Erlingsson de simplificar a los campesinos, haciéndolos ver casi como estereotipos.
No expliques los sueños
La directora finlandesa Pirjo Honkasalo (1947), con una muy destacada trayectoria como documentalista, regresó a la ficción para competir por el Premio Dragón con Noche concreta (Betoniyö).
El protagonista es el adolescente Simo (Johannes Brotherus, enormemente carismático y expresivo), cuyo hermano mayor, Illka (Jari Virman), goza de un último día de libertad antes de regresar a prisión para cumplir una sentencia. Por petición de su madre, una mujer nerviosa preocupada por que su primogénito no vaya a cometer, llevado por la tristeza, un hecho atroz, el chico acompaña a Illka a lo largo de una noche y un día por las calles de Helsinki. Sin embargo, Illka tiene que enfrentar, por su cuenta, deudas de su pasado con la mafia. Al quedar solo, Simo vagabundea por la ciudad y finalmente repara en la casa de un extraño fotógrafo cuyas intenciones parecen peligrosas.
La película fue filmada en blanco y negro. No se trata de una caprichosa decisión técnica; Peter Flinkenberg, el fotógrafo, captura con intensidad los juegos de luces y sombras y hasta de las texturas del agua y la neblina, para dar forma a la percepción de Simo. La película abre con un sueño: Simo ve descarrillarse el vagón de un tren por un puente, y posteriormente se ve a sí mismo ahogándose. El destino de Simo parece establecido entre la luz y el agua. Es la suya una sensibilidad extrema, que lo lleva a percibir la realidad como una experiencia en estado puro, movediza e incierta. El punto de vista de Simo es, pues, el de un adolescente cuya identidad se está construyendo en un entorno hostil y difícil de comprender, o ya de plano incomprensible. Así, Noche concreta traduce lo que sería la naturaleza física del transcurrir del tiempo: para Simo, los instantes son objetos que entran en su psique ocupándolo, invadiéndolo, haciéndolo creerse obligado a fundirse de vuelta con lo más esencial del mundo físico: el agua.
“No expliques los sueños”, le dice Illka, quien, sin embargo, a lo largo de las conversaciones con su hermano menor se dedica a explicarle en qué consiste —según él— La Vida. Sólo que, después de sus expresiones de tono sapiencial, éstas se ven contrastadas o hasta parodiadas por la realidad. Así, por ejemplo, después de decirle a Simo que siempre se le puede pegar a las mujeres, porque ellas “lo disfrutan”, la carcajada infantil de Simo se congela cuando ve a su madre caminar del brazo de un desconocido, en una situación equívoca que apunta hacia la vulnerabilidad de la mujer. De igual modo, uno de los personajes le dice al joven: “Lo único torcido está en nuestra mente, no en la realidad”. El problema es que Simo no sabe distinguir entre lo que está en su mente y lo que está en la realidad: por eso “lee” mal las intenciones del fotógrafo y responde con violencia. Con el concurso de una puesta en imágenes de gran potencia lírica, Noche concreta muestra las capacidades de Honkasalo para crear una realidad primigenia, algo que sí existe por sí misma en la realidad y que destroza la mente de su protagonista. Fue esta la mejor cinta de cuantas vi en el festival; el Premio Dragón recayó en Carta al rey, del cineasta noruego de origen kurdo Hasham Zaman, que, ya para cuando aterricé en Gotemburgo, había agotado sus funciones.
Remordimientos del Primer Mundo
Entre los filmes nominados al mejor documental nórdico resultó muy evidente el interés de los cineastas por contar —y casi siempre en inglés—, historias propias de problemáticas en países distantes. Así ocurre en el filme danés El acuerdo (The Agreement), de Karen Stokkendal Poulsen, un reportaje ágilmente armado sobre las conversaciones que dos altas autoridades de Kosovo y Serbia sostienen en 2008, con la intermediación de un funcionario de la Unión Europea, y que hace lucir las tensiones y confrontaciones históricas de dos pueblos a través de los desplantes, acusaciones y reflexiones que ocurren en una escueta oficina de la diplomacia internacional.
Por su parte, Sobre la violencia (Concerning Violence), dirigido por el sueco Göran Hugo Olsson (1965), está dedicado a difundir las ideas de Frantz Fanon en Les damnés de la terre y a recapitular, de manera fragmentaria, varios episodios de la explotación colonialista en África: Angola, Mozambique, Zimbabwe, Guinea-Bissau, Liberia, entre los sesenta y los ochenta. El filme hace bien su tarea de difundir, con una edición dinámica, las ideas de Fanon, pero no deja de soltar un tufillo anacrónico —la situación de África es diferente, aunque claro que no independiente, de los procesos mencionados en el documental— y, sobre todo, revelador del caprichoso complejo de culpa de un país primermundista tan políticamente correcto como Suecia: hay una fuerte crítica de la política colonialista hasta hace 30 o 40 años, pero ninguna mirada crítica sobre la positiva herencia que para las actuales, pacíficas y prósperas sociedades europeas (entre ellas la sueca) significó el papel expoliador, en el pasado, de sus gobiernos y los gobiernos de los países vecinos.
Ese paternalismo también es visible, pero con mejores resultados, en Sepideh, de la danesa Berit Madsen (1964). Una adolescente vive con su madre viuda en una pequeña ciudad y tiene un sueño: convertirse en astronauta. Lo que le complica todo es el hecho de que vive en… Irán. La cinta sigue a Sepideh en sus gestiones para unirse a un club local de astronomía, conseguir un telescopio o ser aceptada en una universidad… hasta que todo apunta a que, a pesar de vivir en una sociedad conservadora y misógina, Sepideh sí podrá acercarse a su meta. La recreación de los hechos, especialmente cuando se involucra a la madre de Sepideh, no deja de advertirse artificial y falseada, pero la directora saca el mayor partido al encanto de la jovencita, quien tiene espontaneidad, frescura y una adorable perseverancia. Dije líneas arriba que este filme es paternalista; me refiero a esto: si la historia hubiera sido contado por un cineasta iraní, lo más probable es que habría tenido un final triste o incluso trágico. El optimismo de Sepideh —y aquí dejo ver mi crianza en un país del tercer mundo, por supuesto— es el propio de una feel-good movie: no se escapa el hecho de que, puesto que una cineasta primermundista está grabando las peripecias de la adolescente, esta misma operación es la que le facilita el camino a la joven. Pero Madsen no hace explícito el hecho de que su registro es uno de los elementos fundamentales de la historia. Y eso es ingenuo o, siendo más duros: inaceptable.
*Fotografía: “De caballos y hombres”, de Benedikt Erlingsson, fue una de las dos películas islandesas nominadas al Premio Dragón/ESPECIAL
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