Parte de batalla
POR ENRIQUE PADILLA
La poesía está en crisis, se ha dicho innumerables veces, del mismo modo como se ha expresado que la novela llegó a su fin, que el canon no existe más. Pero ajenos a esas sentencias, igual que esas antiguas casaderas cuya boda no llegaría nunca, los críticos siguen bordando pañuelos y manteles para vestir su tradición preferida; los novelistas presumen sus tirajes en un circuito de ferias del libro que ya debería promoverse como los premios de automovilismo –la Gran FIL de Morelia, etcétera–; y los poetas, los incorregibles poetas, justo ahora, en algún festival, estornudan los gérmenes de la verdadera poesía para el nuevo milenio, juntan fondos para el rescate de los auténticos rebeldes de las décadas pasadas. ¿Qué hacer, en este escenario, con la “voluntad minoritaria” (aunque convenga negarlo) que ve en el poema no un artículo de consumo sino una forma viva de duración”?
La culpa es por cantar (Literal Publishing, Conaculta, 2014) es el panóptico que Malva Flores aventura como ensayos de respuesta. Se trata de una tentativa sorprendente pues implica zigzaguear por el risco de los egos y las definiciones antagónicas, así como prestarle una atención quizá inmerecida a los tantos fenómenos donde quiere hacerse habitar la poesía actual, desde las antologías más tradicionales hasta los performances emparentados con las vanguardias del siglo XX. El principal recurso de la autora para esquivar los abrojos es fingir ingenuidad. Es preferible exponerse al ridículo antes que lucir aburrida, dice, recordando la máxima de la cándida, siempre canónica Marilyn Monroe, para luego preguntarse: “no sé por qué me asalta la imagen del oropel sonoro: el show abrillantado donde hoy se ilusiona la poesía. ¿La poesía o los poetas?”.
En la era de las metamorfosis, escribe Roberto Calasso en Las bodas de Cadmo y Harmonía, cuando el dios y la doncella podían transmutarse con facilidad en el toro y la ternera, en la yedra y el laurel, las formas conservaban su nitidez. En cualquier apariencia podía reconocerse la espuma de la divinidad. Pero con el paso de las generaciones, la metamorfosis se hizo más difícil y la realidad mostró su carácter fatal, lo irreversible. “Desde entonces, y hasta hoy, el misterio es también aquello de lo que nos avergonzamos”, sostiene el italiano. Y la poesía destinada a cantar ese misterio, ¿no es también motivo de vergüenza, ahora, entre nosotros? Proscrita la noción de belleza por demasiado solemne, el rebaño de los poetas del siglo XXI pareciera más bien ocupado en reseñar y reproducir la cultura pop –centésima destilación de la apariencia– o en imitar en sus versos el delirio dionisíaco, aunque sin llegar al sacrificio del dios –léase Huidobro, Maquieira, Parra– que le daba sentido al rito. En un libro de prosa que escande los aciertos, errores y tribulaciones de la poesía y los poetas de hoy, Malva Flores no deja de servirse de un poema para dar una estocada en el centro de la cuestión:
Hoy ya no sé cantar
Sólo puedo hacer listas
Sólo hacemos las listas
(con énfasis en sólo y sin acento
que ahora dice la RAE)
con énfasis en solo.
(…)
Una simulación
una simulación en el espejo
El libro se disfraza de apuntes, escritos de carácter provisional, sujetos quizá al azar. Los nueve textos que lo integran podrían leerse como las entradas de una bitácora o los capítulos de una novela, con una ironía que ya revelan algunos de los títulos: “La culpa es de Selena”, “La fortuna de la prosa”, “Apocalíptica y final”. Con un exceso de ironía, quizá: si algún cuestionamiento puede hacérsele al conjunto, es el meticuloso esfuerzo estilístico por parecer informal, por mantener una distancia incluso respecto de las propias palabras, en caso de que se haya dicho algo que pueda ser después usado en su contra. Pero no es el caso: no hay descuido en la reflexión ni en el trabajo crítico, y Malva Flores podría confiar más en la inteligencia de su lenguaje sin recargarlo con los giros efímeros de las redes sociales.
Uno de los temas que se tocan reiteradamente es la relación entre el poeta y la sociedad, en varios de sus aspectos: la imagen del bardo, hoy más que nunca necesitado de asesoría en materia de relaciones públicas, o la ausencia de crítica de poesía en México. Caben en la discusión varios “reclamos”. Se ha reprochado, por ejemplo, que la poesía se erija como usufructuaria de la Verdad, cuando ya no es posible determinar a qué verdad se hace referencia. Y han sido los poetas mismos quienes han intentado demoler la noción de la poesía como cima de una Alta Cultura hegemónica. Pero los demoledores, se descubre, también son culpables de un contrasentido: rebelarse vende, y actuar como el incómodo, igual que nuestros padres y nuestros abuelos antes de nosotros, inserta al creador y su obra en la línea de producción del mismo sistema, o peor aún, en el toma y daca de la fama y las prebendas. En su análisis y consecuente desmantelamiento de tantas posturas que se asumen como lúdicas, contestatarias o anzuelos para el gran público, Flores hace gala de una malicia crítica que deja caer las cosas por su propio peso.
Etiquetada por el mercado como “artículo en desuso”, la poesía desaparece de los anaqueles y se refugia en ediciones marginales, en ediciones de autor o confundida entre millones de hits en la red, que viene a ser lo mismo. Pero, ¿cuándo, en verdad, ha sido diferente? Si pensamos que Mallarmé editó una antología de su obra en 1887 y tiró 40 ejemplares; que el primer libro de García Lorca, Impresiones y paisajes, lo pagó su padre (…); que Rimbaud pagó la edición de Una temporada en el infierno o que Trilce fue editado por los presos en el taller de la prisión donde Vallejo estaba encarcelado (…) Hoy, por poner un ejemplo, las cosas no son tan distintas: en Chilango.com propusieron el proyecto “Poeminutos” (…) El “poeminuto” más visto a la fecha es el de Paula Abramo, producido por Apolo Cacho. Fue subido el 6 de julio de 2011 y a la fecha consignada [20 de junio de 2014] se ha reproducido 664 veces. Por su parte, la sección de chistes de Míster Chispas en Revista Chilango, subida también en Youtube el 10 de julio de 2009, cuenta con 9791 reproducciones.
Independientemente de los libros de poesía y ensayo más recientes de la autora (Aparece un instante, Nevermore, y Viaje de Vuelta, estampas de una revista), el antecedente inmediato de este volumen es El ocaso de los poetas intelectuales (Universidad Veracruzana, 2010), una cabal exploración de los distintos ejes y direcciones de la poesía mexicana a partir del 68. La principal diferencia es la vivacidad del más reciente, que da cabida a la divagación, la anécdota personal, las luces y sombras de la cultura de masas. Ello no implica, sin embargo, demérito para el título anterior. Por el contrario, ambos se complementan y, leídos en conjunto, dan una visión lúcida y coherente sobre la poesía en nuestro país durante el último medio siglo, incluyendo sus puntos ciegos, como el “limbo” en que han caído los poetas mexicanos nacidos entre 1956 y 1964.
“Generaciones sin semblanza”, el ensayo donde se explora ese vacío, recupera y discute la definición de Julián Herbert, quien habla de una generación no en términos cronológicos, sino a partir de la vivencia de acontecimientos clave. En el texto siguiente, “‘I’m Back’. Adorable New Dinosaurs’”, ciertos hitos de la cultura pop, es decir, la posible genealogía de los poetas jóvenes, ofrecen un contrapunto a la historia “oficial” de la literatura durante la misma época: el auge y el final de Vuelta o la creación del Fonca gracias a las gestiones de Octavio Paz –sutil recordatorio de cuánto le deben al premio Nobel los poetas antihegemónicos que viven hoy de esa clase de estímulos–. Hay una metralla de eventos en un arco de tiempo tan tumultuoso, que la serie esbozada por Malva Flores no deja de demostrar, al paso, la frivolidad de muchos de ellos, la dificultad de asignarles peso a otros, el riesgo de soslayar algunos más.
“Confundidos, lo que no sabemos es a quien salvar, si a la niña que imaginamos ahogándose en el pozo, al niño que la tiró jugando, o al pozo mismo”, se interroga la autora. Pero su escritura no se queda en la sátira, la perplejidad, el pesimismo. Si no existe ya la Verdad, quizá también es posible descansar del deber decir, de nuevo con mayúsculas, Qué Es la Poesía. Parece más necesario elaborar una respuesta personal, donde se asienten las convicciones propias con las palabras que nos hablan claramente: las palabras de casa. La culpa es por cantar, en el ensayo dedicado a Asdrúbal Flores, físico teórico, halla en la poesía un bosón de Higgs:
A diferencia de otros lenguajes creados por el hombre, el de la poesía, que sintetiza en palabras cuerpo, música y su imagen, funde también dos procesos en eminente pugna: el pensamiento analítico –que permite al poeta, en un momento previo a la creación, desbrozar lo que mira– y el analógico, que no sólo celebra la pluralidad del mundo sino que, además, desconfía del análisis racional donde toda verdad es excluyente pues no pueden coexistir dos verdades sobre un mismo hecho. El pensamiento analógico, por el contrario, afirma la posibilidad de una correspondencia universal que religa el mundo y hace coincidir una verdad con otra: Ante el sí sólo si del lenguaje matemático, la poesía opone la palabra también.
Hacia el final del libro los textos se vuelven más personales; el tono es confesional y da cuenta de la azarosa pesquisa en torno a una obra emblemática, la pieza 4:33 de John Cage, pero asimismo de las vocaciones que la autora dejó de lado, sus relaciones familiares y las circunstancias que han hecho llevadero su exilio en Xalapa, con sus ganancias imprevistas –peces y toninas– y sus pérdidas, como los lugares que nos ha robado el narco. La voz se vuelve más solidaria en la cotidianidad compartida: la persona aparece más allá de la poeta, con el riesgo y la vulnerabilidad que ello implica: una apuesta difícil en la república de las letras, aun cuando Paz nos haya pedido buscar, desde hace más de cincuenta años, en un laberinto, la mano de otros solitarios.
“Este libro se hará viejo tan pronto como el tema que trata”, se lee en la penúltima página. Es sólo una cláusula de precaución, porque difícilmente será así: La culpa es por cantar es un parte de batalla en la guerra inacabable de la poesía mexicana, tanto como un agudo testimonio sobre las implicaciones de vivir en las trincheras.
Malva Flores, La culpa es por cantar. Apuntes sobre poesía y poetas de hoy (Literal Publishing, Conaculta, 2014).
*FOTO: La poeta Malva Flores ha recibido el Premio de Ensayo “José Revueltas”, el Premio de Poesía Aguascalientes y el Premio Nacional de Poesía Joven “Elías Nandino”./Archivo EL UNIVERSAL
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