Pedro Infante: el infantilismo y la identidad nacional

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Este fin de semana se cumple el centenario del nacimiento de Pedro Infante, fallecido en un accidente aéreo en abril de 1957. Este es un acercamiento a lo que significó este ídolo de la música y el cine. Su sepelio fue el primer gran evento que la televisión transmitió en vivo desde la calle, en el que coincidieron la muchedumbre y las estrellas de cine para despedir a este ícono de la cultura popular

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POR AGUSTÍN SÁNCHEZ GONZÁLEZ

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Dicen, desde hace seis décadas, que Pedro Infante no ha muerto. Lo dicen con razón y con justicia. Dicen, pero lo afirman con certeza, que anduvo (o anda) cantando por diversos lugares de la ciudad y del país. Era el panadero de antaño que cargaba en su cabeza un canasto de bolillos; el preso acusado injustamente, el enamorado con voz cantadita como ñerito de los cincuenta, el indito estereotipado, el hijo sumiso de su padre y abnegado de su madre, el padre que sufre por su hijo muerto, el rico hacendado que se hace pasar por pobre, el héroe-boxeador, el nieto huérfano que muere por su abuela, el hombre que camina por cualquier calle de la ciudad de México.

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Puede ser una falsedad, lo es y no,

pero lo cierto es que nuestro Pedro Infante Cruz, el ídolo que nació en Mazatlán, Sinaloa, hace cien años, sigue tan vivo que se ha creado una industria en torno suyo y hasta una suerte de ideología: el infantilismo.

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No sin razón, el epigramista Quid escribió en el desaparecido periódico Atisbos, al día siguiente de sus exequias:

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Hubo lágrimas e insultos,
hubo heridos y golpeados,
empeñones y tumultos
y un montón de desmayados
En el duelo singular
Mostró con su paroxismo
que el pueblo padece un mal,
que se llama “infantilismo”

La muerte del actor fue un acontecimiento que marcó al país. En la imagen, admiradoras de este ídolo popular lo lloran durante su sepelio. / Archivo EL UNIVERSAL

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Y si vivo cien años, cien años pienso en ti

1917, año del nacimiento de Pedro Infante y 1957, el fatídico en que murió, estuvieron marcados por claroscuros. En 1917 nació un nuevo país. Apenas el 5 de febrero anterior se había promulgado la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos que contenía una serie de derechos sociales y se convirtió en una de las más avanzadas del mundo.

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Pero también un nuevo mundo nacía: diez días antes, Lenin había iniciado un gran movimiento, la revolución rusa, que sería el sueño de mucha gente, durante décadas, en la utopía de un mundo mejor.

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En contraposición, en 1957 cuando muere Pedro, se mantuvo un sino de tragedia en nuestro país: el 16 de abril, falleció Pedro Infante, lo que constituyó una gran tragedia; después, el 28 de julio un terremoto sacudió a la ciudad de México, derrumbando uno de sus íconos: el Ángel de la Independencia; como si ello no bastara, el 6 de noviembre, Raúl El Ratón Macías cayó derrotado, y perdió el campeonato mundial de peso gallo, a manos del argelino Alphonse Halimi, un hecho que constituyó una depresión nacional.

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Así, Sinaloa, en el noroeste mexicano vio nacer a Pedro, mientras que en Yucatán, en el sureste, concluyó una vida que, a la postre, se convertiría en eterna.

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Hitos que marcaron la vida y muerte de un hombre que forma parte del panteón de los ídolos nacionales. Momentos simbólicos que marcaron a un país, de frontera a frontera.

La prensa captó al pueblo y a las estrellas de cine en la emotiva despedida al actor y cantante. En la imagen, el comediante Mario Moreno Cantinflas. / Archivo EL UNIVERSAL

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Del charro cantor, al catrín de la ciudad

Como los héroes, murió en plenitud, justo en la Semana Santa de hace medio siglo, a pocos meses de cumplir cuarenta años.

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¿Qué es lo que lo transforma en héroe o en mito o en leyenda o en todo?

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Una de ellas es la lectura sobre el actor, el personaje, que transita del campo a la ciudad; Pedro Infante es un poco ese provinciano que representa en la cinta También de dolor se canta, donde un tímido profesor de provincia se transforma cada vez que mira a un hada.

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Hay muchas razones para creerlo. Estas son algunas:

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La querencia de tener entre nosotros a un hombre cuyo trabajo primigenio sea la carpintería, coincidiendo con la antigua profesión de quien vino al mundo a salvarnos, según la fe y que, además, muere en Semana Santa; el personaje que puede ser bueno, malo y normal, como su triple personaje de Los tres huastecos; el rico que es infeliz en contraposición del pobre al que le sobra felicidad: Nosotros los pobres; el indígena Tizoc que se enamora de una mujer con rostro virginal; el Edipo desarrollado en Los tres García; el padre que llora la muerte de su infante (una de las grandes actuaciones del cine mexicano, por cierto); el hombre que besa a las mujeres más hermosas y sensuales de México: Silvia Pinal, Rosita Quintana, Rosita Arenas, Miroslava…

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En catorce años, es decir, entre 1942 y 1956, Pedro Infante realiza cincuenta y cinco películas que marcarán un hito, como ningún otro personaje, en la vida cultural mexicana. Tal vez por eso, nada representa mejor un grito de grilla contemporánea, expresado en un hashtag, para leerlo con ojos de hoy, que decir #todossomospedroinfante.

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Sólo por decir.

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Al aire lo que cayó del aire

Pedro Infante es una quimera, el ser que todos queremos ser.

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Si en su época se convirtió en un fenómeno, sesenta años después de su muerte sigue teniendo una presencia fundamental en la vida mexicana. La mejor muestra es que la televisión continúa transmitiendo sus películas, muchas veces para competir con eventos de primer orden transmitidos por otro canal. Nosotros los Pobres es una de las cintas que más veces se ha transmitido en la historia de la televisión mundial.

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Sus exequias fueron una de las primeras transmisiones de la TV mexicana que se hicieron en vivo y en la calle: Telesistema Mexicano colocó varias cámaras en sitios estratégicos del Teatro Jorge Negrete y en el Panteón Jardín, desde donde registraron los pormenores del duelo popular dedicado a un actor que sólo un par de veces había trabajado en ese novedoso medio de comunicación.

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La transmisión dio inicio en el edificio de la ANDA, con la voz de tres destacados comentaristas: Gonzalo Castellot, Pedro Ferriz y Salvador Vázquez. Las cámaras, instaladas encima de una camioneta, transmitieron en vivo y a control remoto, por primera vez en la historia de México, un acto de esta naturaleza; captaron los gestos y la tristeza del pueblo que acudió a despedir a su ídolo. Miles de rostros con rictus de dolor se confundieron con las grandes estrellas de cine vestidas de luto y con gafas oscuras.

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Otro fenómeno ocurrió durante la transmisión del programa El Club del hogar, conducido por Daniel Pérez Arcaraz: no faltó quien por haber encendido su aparato tardíamente, pensara que su televisor se había descompuesto al no escucharse ruido alguno, pues en el curso del programa se guardó un minuto de silencio en memoria de Pedro Infante.

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El periódico Cine Mundial publicó, en la edición del 18 de abril de 1957, una nota que refleja el nuevo fenómeno de comunicación masiva: “Cuando comenzaron los controles remotos reseñando el éxodo del cadáver de Pedro por las calles, la salida de la capilla ardiente, las manifestaciones populares en torno al cortejo fúnebre, la televisión mexicana se convirtió en un especial Vía Crucis. Era un Vía Crucis muy particular. Había dos pueblos: el que estaba presente a cielo limpio, bajo el sol de aquel día abrileño, el que acompañaba los restos del sinaloense hacia su última morada, hacia el panteón Jardín. Y el otro cortejo: un cortejo inmóvil, innominado, inclasificable, el cortejo que seguía el acontecimiento tristísimo del entierro de aquel querido artista desde los propios hogares, ante la pantalla electrónica. Sobre el cuadro de cada receptor, surgían las notas emocionantes de toda aquella caravana de muerte, caravana de dolor…”

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La muerte de Pedro Infante mostró un nuevo perfil dentro de la información a través de la televisión, así se sumaba ese novedoso medio de comunicación al duelo nacional.

Javier Solís, El Rey del Bolero Ranchero, cantó en el sepelio de Pedro Infante / Archivo EL UNIVERSAL

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Gitana tenías que ser

De todas las historia de la historia de Pedro, siempre recuerdo un largo capítulo de un libro inédito que escribí donde narro sesenta notas sobre su muerte. Tal parece que vivía obsesionado por ella. A lo largo de una serie de entrevistas, entresaqué historias como la de la gitana que le dijo, en Saltillo: “Naciste en una carpintería y vas a morir en otra” (el avión cayó en una carpintería, en Mérida).

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También, leyó un horóscopo que decía: “Escorpión: tenga cuidarlo con el Fuego. Puede ocasionarle la muerte”.

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El día que murió, volaría por Mexicana de Aviación, pero ante el escándalo por su divorcio, decidió regresar en vuelo privado, el vuelo de la fatalidad; mismo en el que, por cierto, sustituyó a otro piloto que salvó de perecer.

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También ese día su madre, doña Delfina, despertó angustiada y, casi a la misma hora que caía el avión, ella se confesaba en la iglesia de San Cayetano, en Lindavista.

Pedro Infante recibiendo servicios médicos luego de su primer accidente aéreo en Zitácuaro, Michoacán, el 23 de mayo de 1949. / Archivo EL UNIVERSAL

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Los dos nacimientos de Pedrito

Junto al azul del mar del Océano Pacifico, doña Refugio Cruz pasó todo el día 17 esperando el alumbramiento. Fue hasta las 2:30 de la madrugada del 18 de noviembre cuando apareció el bebé que conmocionaría a México, en el Puerto de Mazatlán, cerca del Paseo Olas Altas.

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Pedro nació a la orilla del mar, de un azul en el que solía mirar como en el horizonte se confundía el mar con el cielo, aquel espacio en lontananza que disfrutaba como nadie: “Es que allá arriba nadie me reconoce, me siento libre y muy a gusto. Es que tú no sabes, no te imaginas la sensación que se vive allá arriba. ¡Todo es tan bonito, tan tranquilo y además, me siento más cerca de Dios!”

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En otro azul, montado en un avión marca “Consolideted Vultee”, B24J, con matrícula XA-KUN, cerca del cielo donde mora el Dios que le inculcaron y que veneró, Pedro Infante sufrió el accidente que lo condujo a la muerte cuando apenas tenía 39 años. Ese accidente, cuyas exequias provocaron la conmoción nacional, paradójicamente sería el punto de partida del otro nacimiento, el del ídolo que vive, como decían los periódicos populares, en el corazón de todos los mexicanos.

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Un siglo después, Pedro Infante ha creado una suerte de religión que bien podría ser llamado infantilismo y que nos hace soñar, creer y vivir en un personaje eterno.

Una muchedumbre siguió el cortejo fúnebre de su ídolo. / Archivo EL UNIVERSAL

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FOTO: A lo largo de catorce años, entre 1942 y 1956, Pedro Infante protagonizó más de cincuenta películas. En ellas fue carpintero, policía, vagabundo, bandolero, boxeador e hijo sumiso y abnegado. En la imagen, Pedro Infante en su papel de Pepe El Toro, rodeado del resto del elenco de la película “Nosotros los pobres”. / Especial

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