Philip Roth: El maestro de la identidad masculina

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En Pastoral americana, Me casé con un comunista y La mancha humana, la tres novelas que componen su trilogía americana, existe un movimiento pendular entre lo personal masculino y lo universal de los acontecimientos históricos, eje central de este ensayo sobre el escritor estadounidense

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POR ROBERTO FRÍAS

La muerte de Philip Roth hace unos días nos lleva a reexaminar su obra. Más allá de su valor como candidato al Nobel o sus controversias en los medios, quisiera recordar el carácter moral de su literatura, con la que logró convertirse en el alma vigilante de los derechos humanos y civiles de su país, vigilancia urgente hoy en día. También en el escritor que habría de redefinir el examen de identidad masculina, reformulada, extraviada y aún en proceso de readaptación desde principios del siglo XX. Por no hablar de su preocupación crítica por la situación de la comunidad judía y su disección puntual y cómica del deseo sexual de los hombres.

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Los protagonistas masculinos de Roth parecen tener una gran avidez sexual pero poca experiencia, torpeza, algo casi de adolescente virgen. Son como muchachos torpes controlados por las hormonas. Pero en cuanto se abren al sexo se transforman en consumados y/o egoístas amantes. Son también hombres que se sienten aislados y solos en el mundo, pero que buscan conectar con la épica mayor y la Historia, en medio de historias personales turbulentas. Es este movimiento pendular entre lo personal masculino y lo universal de los acontecimientos históricos lo me gustaría rescatar en este recuerdo del ahora fantasmal Roth a través de su llamada trilogía americana, compuesta por Pastoral americana, Me casé con un comunista y La mancha humana, que a su vez reflejan los extraños mundos estadounidenses de la guerra de Vietnam, la era McCarthy y la era Clinton.

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Pastoral americana

El ideal estadounidense donde el ciudadano respetuoso de las instituciones, que cumple con un crecimiento “sano”: atletismo, trabajo duro, matrimonio, hijos, y merece recoger los frutos de su apasionada entrega, se ve puesto en entredicho cuando Seymour El Sueco Levov ve crecer a su querida hija Merry. Si El Sueco había sido el simpático chico judío y, “además”, el ídolo de su generación, casándose después con la reina de belleza de Newark y haciéndose cargo del negocio de guantes de su padre, su hija vendrá a refutar las promesas capitalistas de la posguerra estadounidense. En 1968, Merry es una adolescente radical, que protesta contra la guerra de Vietnam. Sus nuevas ideas y amistades la llevan a cuestionar el modo de vida de sus padres y a convertirse en sospechosa de por lo menos un crimen, un atentado con bomba a una oficina postal, antes de desaparecer.

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No es ningún misterio que con esta novela que ganó el premio Pulitzer en 1998 Roth pone en entredicho el sueño americano. Más sutil es su exposición minuciosa de los problemas de percepción del mundo que ha sufrido Estados Unidos gracias a una galopante miopía ante el horizonte internacional, un ego nacional muy inflado y un proceder colonialista. El marco mental apropiado por El Sueco durante su educación, con la segunda guerra mundial de por medio como experiencia de vida, no puede ser el mismo que el de su hija, quien más bien siente un profundo desprecio por sus propios gobernantes y, de ninguna manera, concibe a Estados Unidos como aquella nación vencedora que liberó a Europa del nazismo, sino como el país que se inmiscuye en países asiáticos y atropella los derechos humanos, el derecho internacional y los tratados para imponer su idea del mundo. Estas realidades, diríamos quizá estos planetas, no pueden entenderse, son irreconciliables. Sin embargo, Roth elude quedarse ahí, pues el ingrediente de la sangre cumple también una función diferenciadora en el drama de la familia Levov. Mientras que la madre de Merry, Dawn, se da por vencida muy pronto y decide olvidarse de la hija “terrorista”, El Sueco apela neciamente al lazo de sangre para buscar y buscar a su hija hasta que encuentra una explicación a los hechos y a la propia Merry. E incluso después de eso no se da por vencido, tan sólo porque se trata de su hija, queda claro que no tanto por el cariño como por la carga de responsabilidad.

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Me casé con un comunista

El eterno alter ego de Roth, Nathan Zuckerman, se reencuentra con su antes admirado profesor de inglés, Murray Ringold, mientras pasa unos días en los Berkshires. A lo largo de varias noches recuerdan a Ira Ringold, hermano de Murray. Recuerdan su ascenso y caída durante el macartismo. Recuerdan cómo ambos hermanos judíos crecen en un barrio italiano de New Jersey y cómo toman caminos diferentes para lidiar con la sobrevivencia en ese entorno hostil: Murray transita con una naturalidad vigilante e Ira, con cólera. Ira es el judío colérico pobre, un excelente material para el adoctrinamiento comunista. Como es de esperarse, ha tenido también un perfil laboral que facilita su convencimiento: excavador de zanjas, mesero y minero de zinc, además de servir en el ejército durante la segunda guerra mundial. Ira se convierte en actor de radio y se casa con la actriz principal de su serie, Eve Frame. Divorciada de un actor británico gay y con una hija constantemente enojada, Sylphid, Eve es una mujer de mundo y dinero, una persona adorable que Ira no podría resistir aunque se lo pidiera el mismísimo Stalin. Sin embargo, el matrimonio se va a pique por la hija, quien odia a la madre y no puede llevarse bien con Ira. A esto se le suma que Eve descubre una infidelidad recurrente de su marido y que sus amigos de derecha la convencen de firmar un libro titulado Me casé con un comunista. Lo cual acaba con la carrera de Ira.

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La historia narrada por Murray y por Nathan se balancea entre los hechos de la vida de Ira y la era McCarthy y los hechos de la vida de Nathan, su búsqueda por la literatura y figuras paternas y mentores que disminuyan su sentido de orfandad, esa orfandad que es “la masculinidad”. Y no queda de lado la historia de Murray, a quien Estados Unidos también le ha fallado, víctima de la terrible era nixoniana. Al final, se trata de las historias de tres hombres aislados que sufren por sus ideologías los castigos de la sociedad en la que viven, un aparato donde los espíritus libertarios son vistos con desconfianza. Se trata también de la conversación confesional entre los tres, aunque uno esté ausente (lo cual permite el juego de comentarios y especulación entre dos sobre las razones y los hechos en la vida del tercero), donde cobramos conciencia de la indefensión del hombre contemporáneo.

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La mancha humana

Por su parte, la última parte de la trilogía, situada durante los días del escándalo del presidente Clinton debido a Monica Lewinsky, aborda la historia de Coleman Silk, un viejo catedrático de literatura grecolatina quien pierde su trabajo por una acusación de racismo, lo cual deriva en la muerte de su esposa, y quien se enamora de Faudesapania Farley, una conserje iletrada de 34 años. Coleman es vecino de Nathan Zuckerman, quien se interesa por su historia. A lo largo de la historia nos enteramos de que Silk es un mulato que se ha hecho pasar por judío para tener acceso con mayor facilidad a una vida que suponía reservada para blancos. De ahí que se casara con una mujer blanca a quien nunca revelaría su historia y con la que tuvo cuatro hijos. También entramos en la historia de Faunia, quien perdió a sus hijos en un accidente doméstico y ha tratado de suicidarse. Coleman, Faunia y Nathan, personas rotas, que han tratado de encajar en la sociedad en la que viven, han acumulado ahora la suficiente experiencia para convivir con los fantasmas de la injusticia y las desgracias inexplicables de la vida. En cierto sentido, si vemos las tres novelas como esta trilogía, La mancha humana ofrece cierta esperanza a sus personajes, si no de felicidad, por lo menos de tranquilidad y comunión, tanto por la amistad masculina de Coleman y Nathan como por el amor entre Coleman y Faunia, esperanza cegada por el trágico final.

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Estados Unidos debe sentirse más solo ahora, más a merced de la ignorancia y la falta de inteligencia, justo cuando uno de sus mejores representantes nos ha dejado. God bless America.

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Foto: El autor de novelas como Operación Shylock y libros autobriográficos como Los hechos Patrimonio, en su casa de Nueva York en 2010. / Crédito de foto: Reuters

 

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