Raoul Peck y la negritud potenciada
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Este documental aborda la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos a partir de la vida de tres activistas afroamericanos
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POR JORGE AYALA BLANCO
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En No soy tu negro (I Am not Your Negro, EU, 2016), vigoroso ensayo fílmico por montaje de archivos que constituye el largometraje documental 11 del activista haitiano-congolés exproductor en Alemania y efímero ministro de cultura en Puerto Príncipe de 63 años Raoul Peck (Rincón haitiano 87, Lumumba 00, Siempre en abril 05, Moloch tropical 09), las treinta páginas sobrevivientes del texto literario-revolucionario inconcluso Recuerda esta casa del malogrado escritor afroamericano gay James Baldwin (1924-87) sirven como base para un combativo discurso sobre la negritud en EU que se apoya en las vidas, obra e ideas de tres grandes luchadores por los derechos civiles de los 60-70s, muy significativamente muertos asesinados todos ellos, acaso porque los tres se definían y determinaban su acción con respecto a la violencia: el predicador del derecho a voto dentro de la contraviolencia racista/antirracista Medgar Evers (1925-63), el carismático líder martirológico de la más estoica no-violencia posgandhiana Martin Luther King (1929-68) y el altivo alentador de la fanonesca lucha violenta aquí y ahora Malcolm X (1925-65), pero por fortuna esa proclama invocativa-evocativa-reflexiva en sustancia poco novedosa, si bien vivenciada en directo pues a todos esos dirigentes célebres los apreció como amigo (“Hablan claramente de su dolor, el sufrimiento que en este país les ha sido negado por tanto tiempo”) y rechazó en profundidad Baldwin, queda amplia y abrumadoramente desbordada por un reenfoque fílmico estructural, múltiple, apabullante, unanimista y todoabarcador, con cimientos históricos y culturales, en torno a una negritud conceptual hasta hoy desconocida y por fin potenciada.
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La negritud potenciada se estructura en varios segmentos, o más bien opúsculos nietzscheanos (“Pagando mis deudas”, “Héroes” y así), que en su conjunto denuncian autotraiciones, monstruosidades morales, esperanzas deshechas, al nivel de la incomprensión de Bob Kennedy para escoltar a una afrocolegiala en el Sur, pero ante todo, del modo más autocrítico y desternillante y patético posible, tanto la continuidad como los mecanismos psicológicos de la abyección, para llegar a ese servilismo sonriente cual marca de fábrica, o a ese esclavo echado a los pies de su sedente amo para ser fotografiado como mascota protegida para la ignominia eterna.
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La negritud potenciada se basa de modo preeminente en la figura misma del literato Baldwin para reconstruirla y exponer de forma explosiva, ultrailustrada y contrapunteada con denigrantes cromos e inmemoriales imágenes de época, su pensamiento irritante a rabiar, de vigencia inminente y virulencia brutal, como si no tuviera una sola arruga, antimilitante y superagresivo pero jamás abyecto ni conformista y acaso por ello más profundo y revulsivo, o sea, presentando al propio escritor como un polemista energuménico, de dos maneras distintas, una auditiva y otra en persona mediática, uno con la voz sobria dulce de Samuel L. Jackson leyendo el libro inédito, casi amorosa con sus odiados opresores blancos, en contraste con el orador en foros o TVpanelista Jim blandiendo la verba detonante de su gran bocaza como la espada de un inmisericorde ángel exterminador, llena de erotomanía, rencor (al hablar de su juvenil huida de Harlem a París para empezar a sentirse persona), intransigencia (ante la incriminadora posibilidad de optar entre la libertad y la muerte como cualquier blanco), resentimiento (“Hay días en que te preguntas cuál es tu papel en este y qué futuro te espera”) y desafío (contra tu culta cara mustia: “El problema es la apatía y la ignorancia”), aunque nunca destemplada (“No puedo ser pesimista, puesto que estoy vivo”) ni insumisa.
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La negritud potenciada acomete en sus mejores momentos fílmicos/metafílmicos (el cine reflexionando sobre el cine) el lúcido y brillante desmontado de las reforzadísimas/reforzadoras visiones de la negritud que Hollywood ha ofrecido a lo largo de su enajenante historia: el descubrimiento del erotismo como algo de raíz inalcanzable en sicalíptico baile de Joan Crawford en Bailen, tontos, bailen (Beaumont 31), el inofensivo desgarramiento algodonal de La cabaña del Tío Tom (Pollard 27), la emotiva secuencia de la primera Imitación de la vida (Stahl 32) en donde la madre negra se entromete en el salón de clase de su hija deshaciendo odiosamente la estrategia de ésta para hacerse pasar por blanca, el cliché de la chispeante criada afroamericana aniñada a perpetuidad de Lo que el viento se llevó (Fleming 39) no demasiado diferente a los del drogadicto o el crooner chimpático o el jazzista exitoso o el primer Presidente negro para servir al statu quo, y sobre todo la relectura de cuatro cruciales escenas del profesional de la negritud torturada Sidney Poitier, renunciando a seguir encaramado en el tren de la Libertad Fuga en cadenas (Kramer 58), discutiendo su oscareada abnegación furiosa de homo faber con las monjas blancas a quienes construiría una capilla en el desierto de Una voz en las sombras (Nelson 64), el adiós conciliador y gay vergonzante al final de En el calor de la noche (Jewison 67) y la hipocresía permisiva-desmovilizadora de ¿Sabes quién viene a cenar? (Kramer 67), al gusto de la clientela blanca bienpensante en su oscurantista época sólo permisiva como edificante excepción tranquilizadora.
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Y la negritud potenciada plantea, vehicula y se hace desaforado portavoz de una postura extrema, una relectura antitradicionalista y antiblanca según la cual la única Historia real y verdadera de EU es la Historia de su negritud, su bárbara importación, esclavitud, seudoliberación, explotación, negación, sojuzgamiento, discriminación, y voluntad de exterminio de la negritud, todo ello a modo de una enorme expoliación cultural también histórica e identitaria: “No soy un negro, soy un hombre; si piensas que soy un negro, es porque necesitas uno, y debes averiguar por qué, pues el futuro del país depende de eso”.
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FOTO: No soy un negro se exhibirá hasta el 4 de mayo en la Cineteca Nacional./ESPECIAL
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