Sofia Coppola y la delicadeza castrante
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El llegada de un soldado en una escuela para señoritas durante la guerra civil estadounidense crea un ambiente de celos y envidias
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POR JORGE AYALA BLANCO
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En El seductor (The Beguiled, EU, 2017), esteticista filme 6 de la estilista dinástica ítalo-norteamericana poshollywoodense de 46 años Sofia Coppola (Las vírgenes suicidas 99, Perdidos en Tokio 03, María Antonieta 06, Ladrones de la fama 13), con guión suyo basado en un argumento del ex perseguido por el macartismo Albert Maltz y Gimes Grice a partir de la novela Un diablo pintado de Thomas P. Cullinan (66) ya tan brillante y sádicamente filmada por el hiperpolicial-suprawersternista Don Siegel (El engaño 71), el apuesto cabo yanqui desertor de origen irlandés McBurney (Colin Farrell tan neutro como en La langosta) se le aparece con una pierna deshecha bajo un árbol del bosque neblinoso a la pequeña Amy (Oona Laurence encantadora) que recolectaba hongos, en el estado de Virginia de 1864 hacia el final de la Guerra de Secesión, y la chavita lo lleva como puede a su colegio confederado del que han escapado esclavos negros y alumnas, y sólo quedan la severa directora aún guapa Martha (Nicole Kidman desangelada), la abnegada profesora de buena familia Edwina (Kirsten Dunst ya alter ego de la realizadora en María Antonieta), la escolapia adolescente lanzadísima Alicia (Elle Fanning) y tres compañeritas más, en donde ese rudo soldado enemigo deberá ser esmerada, caritativa y casi religiosamente atendido por ellas, si bien el varón les trastornará la vida globalmente, y por riguroso turno, al revelarse muy pronto como un seductor nato, embaucador y casado con la mentira compulsiva en su habitación-celda, besado de inmediato por la joven Alicia con impaciencia en el corazón y enamorando a todas, si bien considerado propiedad sexual de la directora, pese a prometerle matrimonio a la ansiosa reprimida Edwina, hasta que al descubrirse ese dobleteo erótico central, la ilusa profa exaltada lo arrojará escaleras abajo para causarle un nuevo daño ahora irreparable en la extremidad apenas recuperada que merecerá una rápidamente decidida amputación por parte de la cirujana aficionada Martha, cuya brutal secuela conclusiva, a la hora de los enfrentamientos posmutilación, no podrá ser sino la liquidación total del armado héroe intimidante, por medio de una ingestión deliberadamente homicida de hongos venenosos durante una cena con vestidos largos y aretes y broches de gala para coronar una tumultuaria delicadeza castrante.
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La delicadeza castrante reelabora el cuento cruel, deliberadamente sin profundidad psicológica individual femenina alguna y con una sobreminimizada figura masculina, en contraposición con aquel masoquistamente atormentado Clint Eastwood de El engaño (presto a encarnar al Eros Fascista de Harry el Sucio 71 del mismo magistral director Siegel para marcar una violentísima época genérica), porque ahora todo, absolutamente todo, se ha sacrificado a los atisbos lógico-sensoriales del comportamiento colectivo, a la muta de caza de las hordas primitivas (según Masa y poder de Canetti) y a la dinámica de grupos, a la comunidad abandonada y crispante de la ínfima comunidad prevaleciendo sobre el individuo, para crear una conjunta sensación, a la vez de asfixia y exasperada, de las pulsiones primarias, siempre objeto de avasallamiento y desbordadas por la razón del grupo, para ser inmoladas ante ésta, porque todas las féminas jóvenes o maduras miembros de ese gineceo aislado-asesino deben participar activamente, inspiradas por él e inspiradoras suyas, incluso la angelical niña gordita Marie (Addison Riecke) que propone el crimen con hongos venenosos y la rencorosa Caperucita al revés Amy que en forma idílica los recolectará para el regio banquete tipo El festín de Babette (Axel 87), beatamente en común.
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La delicadeza castrante adelgaza y convierte en demasiado sensible y ultraexquisito todo aquello que en Siegel era garra, brutalidad y aguafuertes de época, pues Coppola se esmera en ir sublimando, más que sublimizando, una estilización epocal tan depurada como la prerroqueramente cortesana de María Antonieta, apoyada en su personalísimo libreto-guía llevado casi a la abstracción, y por las imágenes caligráficas y autárquicas de una hiperdifuminada fotografía definitivamente crucial del francés Phillippe Le Sourd, una edición lisa aunque llena de divagantes frondas arbóreas de Sarah Flack y una música ambiental jamás ilustrativa ni dramática del grupo Phoenex insólitamente inspirada por el madrigalesco Magnificat de Monteverdi, para conseguir un filme-objeto que parece hacer realidad el profético dictum muy años 20 y tan vigente hoy de la cinepionera femenina Germaine Dulac, según el cual “El porvenir pertenece al filme que no podrá platicarse, porque ya no será un arte narrativo, sino de las sensaciones fílmicas puras”, dando lugar a una estructura molecular y diseminada en las antípodas de Lo que el viento se llevó (Cukor-Fleming 39), a una disolvente entropía en aumento y elíptica al máximo, apenas insinuada por las heridas curadas en vivo, los corporizados haces lumínicos, las atmósferas umbrías, los juegos de contraluces y las acciones virulentas en el background.
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La delicadeza castrante demuestra que la misoginia ejercida por las mujeres resulta siempre más sorprendente y refinada que la ejercida por los varones, ahora so pretexto de viviseccionar de manera vagamente reivindicadora la condición de las mujeres durante la Guerra de Secesión o en cualquier guerra de la época, relegadas a un microcosmos presuntamente aislado y por ende susceptibles de transformarse por algún accidental agente externo en erráticas amazonas estáticas y extáticas ante los valores fálicos en crudo y en cocido, erinias en aparente calma, subrepticia banda de criminales en falsa impotencia y en acto.
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Y la delicadeza castrante señala con un trapo azul sobre la cerrada verja ante cadáver envuelto en sábana, el triunfo de la delación y el exterminio aleve por encima de la misericordia cristiana, así como la victoria del erotismo negro sobre la compasión y el sentimiento.
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FOTO: El seductor, con las actuaciones de Nicole Kidman y Colin Farrell, se exhibirá hasta el 21 de septiembre en la Cineteca Nacional.
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