Winding Refn y la belleza demoníaca

Sep 10 • Miradas, Pantallas • 8454 Views • No hay comentarios en Winding Refn y la belleza demoníaca

POR JORGE AYALA BLANCO

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En El demonio neón (The Neon Demon, EU-Francia-Dinamarca, 2016), trepidante opus 10 del visionario estilista danés de 46 años Nicolas Winding Refn (Drive, el escape 11, Sólo Dios perdona 13), con guión suyo y de Polly Stenhan y Mary Lewis, la dieciseisañera huérfana provinciana aspirante a modelo si bien aún virgen Jesse (Elle Fanning lívida alígera) posee una belleza convulsiva y demoníaca tal, pálida de tiempo completo perversamente pura e intolerablemente inocente (“Este ciervo deslumbrado es justo lo que eres”), que de inmediato se ve envuelta en anomalías ambientales (con insólita aparición de un freudosimbólico puma rugiente en la cama núbil aprovechando una puerta semicerrada) y diversos acosos masculinos pronto neutralizados por sorpresa y azar, como ponerse a merced del fotógrafo erotómano Jack (Desmond Harrington) que sin embargo se limita con pintarla de dorado, a merced del histérico regenteador de motel Hank (Keanu Reeves) que se descubre lenón traficante de niñas, y a merced del poderoso diseñador de modas para quien la belleza lo es todo Sarno (Alessandro Nivola) que ahuyentadoramente humilla en un bar al casto noviecito fotógrafo de la buena chica Dean (Karl Glusman), pero ante todo la belleza indefensa de Jesse despierta la codicia sexual de la artista de maquillaje Ruby (Jena Malone), la envidia de la hermosa artificial diez veces operada Gigi (Bella Heathcote) y la fascinación fatal de la pasarelista estrella Sarah (Abbey Lee), tres compañeras de trabajo en realidad irreprimibles homicidas que, por celos de la verdadera belleza y cuchillos en mano, acabarán provocando la destrucción de la muchacha, orillándola que se precipite en una piscina sin agua.

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La belleza demoníaca incita muy pocos episodios anecdóticos, pero todos amplificados a lo Erich von Stroheim de La reina Kelly (28 inconclusa), que en su mayoría producen sendos incidentes o eventos ultrasofisticados con escasísimas bases realistas, espectacular y gélidamente alucinatorios, como ese show de bondage japonés entre luces estroboscópicas, ese monumental sesión de casting al semidesnudo, ese pesadillesco tragado de un puñal, ese acto vampírico de mingitorio al que Sarah somete a Jesse cortada por un trozo de espejo estrellado en la mano sangrante, esa violación de una chava de 13 años en off, ese refugio en la tenebrosa mansión de Ruby cual Casa de Usher, ese beso a un reflejo de sí misma en triangulares espacios distorsionados, esa fallida tentativa de iniciación lésbica por parte de la anfitriona maquillista que debe conformarse con el lance necrofílico sobre una anciana difunta en la morgue donde labora cual actividad alterna, y así hasta (casi) completar el rompecabezas de un ambiguamente ennoblecido cuadro de misoginias seductoras entredevorándose.

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La belleza demoníaca acomete el rutilante retrato de un destazamiento femenino a lo Estrella 80 (Fosse 83), ya no sólo contra la multimartirizada inermidad de Mariel Hemingway, sino con sutilmente acres rebordes sadianos (Justine o los infortunios de la virtud) y kubrickeanos (¿acaso lo que hubiera filmado el genio del Bronx luego de sus Ojos bien cerrados 99), para obtener, mediante una unión más implosiva que explosiva entre la superretorcida provocación genital y la recóndita fantasía erótica, entre juegos de reflejos y ámbitos amenazantes y convulsiones frenéticas, una tensión pulsional que, con fotografía ahíta de tintes manieristas de la argentina Natasha Braier (mortecinas atmósferas monocromáticas violáceas/solferinosas/amarillentas como el color del miedo, enfermo Ballet Mecánico de geometrías enclaustradoras, pluralidad de iluminaciones fractales, altocontrastes, metafísica del látex, elegantes dollies laterales, inquietantes planos generales) y deletérea música electrónica de Cliff Martinez, reclamará caracteres de filme-objeto autónomo y autárquico, renovando a un tiempo el thriller de suspenso y el horror psicológico (¿o era el del inasible conductismo irrealista?, por medio de un auténtico abandono al trance hipnótico (“Rezando para que algún día parezca una versión de mí”) de sus imágenes feroces y feraces.

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La belleza demoníaca equivale a un duro y crispado ejercicio de paranoia esteticista, concediendo importancia desmesurada a la visualidad y al plasticismo futurista del relato, más delirante y etéreo que narrativo anormal, a partir de una trama-pretexto y jugosas referencias cinefílicas a la obra de grandes realizadores de la Primera Ola lírico-visualista francesa (L’Herbier y Epstein a la cabeza) o de poshollywoodesca avanzada independiente, pues ahí están en forma preeminente las huellas del misterio identitario del Mulholland Drive de Lynch (01) y el inhumano devenir abismal del Almuerzo desnudo de Cronenberg (91, su versión de un Burroughs vuelto imaginario antropófago), pero también las insanas truculencias del giallo insuperable Alarido de Argento (Suspiria 77), poniendo de manifiesto un nuevo hipertrofiado tipo de belleza cinematográfica que es a la vez copa de veneno baudelairiano y elixir de la vida extrema, belleza de la doncellez total y absoluta como la de su protagonista (“No quiero ser como ellas, ellas quieren ser como yo”), una belleza narcisista a rabiar, una belleza desde el inicio degollada sobre un diván Récamier, una belleza vuelta sentido último y abolición de ese sentido o de cualquier sentido analógico y lógico posible.

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Y la belleza demoníaca hace que las tres parcas encubiertas sigan peleándose los despojos de la joven víctima desdichada después de muerta, reptando sobre su tumba florida, agonizando en el blanco triángulo equilátero, escupiendo sangre o manándola por todo el cuerpo, practicándose un harakiri con tijeras (“Necesito sacarla de mí”) para vomitar uno de sus glóbulos oculares, recogiéndolo para ser vuelto a tragar por otra, emblematizadas por las cuarteaduras de un inhóspito terreno o avanzando árida cabellera pelirroja al viento contra el crepúsculo perenne.

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FOTO: Con actuaciones de Jena Malone, Elle Fanning y Keanu Reeves, El demonio neón se exhibe en salas comerciales de la Ciudad de México. / Especial

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