120 días de Gomorra (fragmento)
POR GONZALO LIZARDO
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1
Sus dedos me quitaron la ropa, con destreza cortesana, mientras mis dientes abrían, botón a botón, su vestido y su corsé. Con sus labios ella desabrochó las prótesis de mis brazos y en seguida mis pies la despojaron de sus piernas artificiales, inertes. Sólo entonces hicimos el amor, como dos estatuas libertinas en algún burdel de la antigua Roma: apasionadas pero incompletas, eternamente en ruinas.
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2
Hermana, hazme frutal. Que tus besos mordisqueen mis cerezas y endulce mi lengua el néctar de tus higos. Que aduraznen mi espalda tus caricias mientras exprimen tus dedos la uva estremecida de mi clítoris. Que mi olfato se embriague con tu piel amanzanada y se apacigüe mi sed con tu leche y los gajos saladulces de tu sexo. Hazme frutal, hermana: dame a comer todas las frutas de tu amar.
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3
“Sólo por jugar, quiero ser tu muñeca”, dijiste y en tus venas inyecté la anestesia precisa para complacerte. Jubiloso, cargué tu cuerpo inerte hasta mi auto y puse en la cajuela tus disfraces. El de monja para profanarte en una iglesia, el de prostituta para follarnos en un callejón, y el de novia para amarte en un motel; el mismo donde mañana, al despertar, dirás que fue un sueño y que apenas ayer fue nuestra boda.
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4
La semana libre, la ruta planeada. Empacados ya mis discos, mis faldas, el cuaderno que guarda (aún) las canciones que no he escrito. En el carro (imagino) traerás tu guitarra vieja, tus juguetes nuevos, las bragas que me robaste (pervertido). Nada falta sino tu voz (al teléfono) que me pregunte: “¿Estás de acuerdo, mi niña, que entre dos, si se aman, la perversión no existe?” Y yo diré que “sí, corazón”, antes de abrir la puerta y despedirme de Nada.
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5
Rencorosa, la cama rechinó con mi embestida y el vapor de tu piel hizo sudar los cristales. Por la ventana, voyeurista, la tarde se masturbó al mirarnos, mientras el mar con su lengua mojaba el pubis salobre de la playa. Cuando la noche —entre rayos y nubarrones— derramó su negro esperma sobre las sábanas del cielo, entendimos que no sería el Cosmos, sino el Amor, lo que esa noche se volvería tormenta.
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6
No te ufanes, forastero, si los dados te eligieron entre muchos. Eres mi feligrés y yo la sacerdotisa que desnuda te aguarda en el altar. No me hables, solo bésame, para que se abran mis piernas, con ciega devoción, y mi deseo, al engullir el tuyo, te vuelva injerto de mi carne, rémora de mis senos, simulacro táctil de mi esposo: el Dios de mil bocas y mil falos, al que inmolaré esta noche tu placer y mi impureza.
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7
No, no quiero ser tu esposo; quiero ser ese extraño sin rostro que dibuja bacanales en tus sueños; ese desconocido que en secreto roba tus sostenes, revisa tus cartas y atesora tus olores; ese intruso que te escucha bajo la cama, sin resuello, cada vez que él viene a vaciar su tedio conyugal en tus adentros. Ser ese diablillo (sólo tuyo) que palpite entre tus ingles, mujer, cuando pronuncies mi nombre a sus espaldas.
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8
Como un libro prohibido abrí sus muslos y con manos de ciego leí los salmos en Braille cifrados en su piel. De ese modo, beso a beso, conocí cada placer y pena de amor que ella provocó o había padecido. Cuando por fin entré en su carne, afiebrado, supe que jamás podría salir de su texto; que mi cuerpo, al amanecer, podría alejarse de ella, pero no mi alma, tatuada para siempre entre sus páginas.
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9
Que cierres los ojos y suspires. Que se erice tu vello con mi aliento y se rindan tus ingles a mis besos. Que mis dedos alboroten tus tatuajes y se estremezcan tus muslos con mi tacto. Que se alcen sobre el lecho tus caderas y un pequeño grito, como ave en celo, huya de tu boca cuando te hiera mi saeta. Y que al final, sobre mi pubis, tu sangre certifique el milagro de tu virginidad perenne, cada noche rota, cada noche recobrada.
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10
Lo juro. No fue tu hechizo el que me hizo volar en escoba hasta el bosque, ni tuya la voz que me postró sobre la yerba (bocabajo, temblorosa). No fueron tus pezuñas las que rasgaron mi vestido blanco, ni tuyo fue el cuerno bífido que me desgajó por dentro (ay) para inundar mis caderas (ay) con su abundancia de leche, miel y ambrosía. Pero fuiste tú, mi Señor, el que miraba. Y con eso me basta. (Por ahora.)
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*FOTO: “Que mi olfato se embriague con tu piel amanzanada y se apacigüe mi sed con tu leche y los gajos saladulces de tu sexo”. La fotografía, titulada Felicon(1986), es de Mireia Sentís.
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