Sam Mendes y la inmersión bélica
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1917, de Sam Mendes, es protagonizada por dos soldados británicos que durante la Primera Guerra Mundial deben cumplir una misión en campo hostil antes de que el hermano de uno de ellos muera en un ataque suicida
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POR JORGE AYALA BLANCO
En 1917 (RU-EU, 2019), hiperespectacular film 8 del exdirector escénico inglés shakespeariano de 54 años Sam Mendes (Belleza americana 99, Camino a la perdición 02, El infierno espera 05, e inventor del desfile de calaveras como tradición mexicana desde 007: Spectre 15), sobre un guion suyo, basado en historias de su abuelo Alfred durante la Primera Guerra Mundial, y de Krysty Wilson-Cairns, el hedonista cabo flaco urbano que ha trocado por una botella de aguardiente la gloria de una merecida medalla al valor Schofield (George Mackay con cara enjuta) es elegido casi al azar por su homólogo rural en la atroz guerra de trincheras y en esporádicos intermedios de reposo bucólico, el rechoncho cabo añorante de la cosecha de cerezos en flor Blake (Dean Charles Chapman con cara pálida acaso mortuoria antes de tiempo), como compañero hacia el búnker de la asediada trinchera, donde el general Elinmore (Colin Firth) les encargará en persona la misión suicida de atravesar la tierra de nadie del campo de batalla y las líneas de un ejército alemán en retirada solo estratégica, para llegar hasta las tropas británicas apostadas al otro lado del frente, llevando un crucial mensaje para suspender el ataque previsto al amanecer y así salvar la vida de mil 600 soldados, entre ellos el hermano mayor de Blake, pero todo resulta más difícil y mortífero de lo imaginable, el cruce debe hacerse por un campo minado, Schofield se hiere la mano derecha por sostenerse de una alambrada y un explosivo oculto en la bolsa de ratas de una trinchera enemiga le estalla en la cara, dejándolo sepultado y pudiendo ser rescatado a duras penas por un Blake que sin embargo va a perecer apuñalado por un piloto alemán que se había estrellado con su avión justo detrás de ellos y a quien el rústico soldadito británico había misericordiosamente acudido a auxiliar, y ya en solitario a contrarreloj el buen Schofield va a tener que sobrevivir a su propia muerte segura, desmayado por francotiradores, perseguido y luchando cuerpo a cuerpo, pernoctando en la casa derruida de una francesita (Claire Duburcq) salvadora de un bebé, nadando entre cadáveres, llegando a su destino cuando el asalto ya ha comenzado, debiendo abrirse paso entre los pelotones rumbo a una masacre en la cumbre, saltando entre bombas que explotan en sus talones, enfrentándose a un agitado coronel Mackenzie (Benedict Cumberbatch) que solo le creerá al escrito de la superioridad, buscando al teniente hermano de Blake (Richard Madden) entre los destripados recientes de un hospital improvisado y hallándolo ileso y en pasmo al comunicarle el deceso fraterno, como culminación de una desazonante y trágica inmersión bélica.
La inmersión bélica desea ante todo restituir la vivencia de la guerra desde adentro, en el individual centro vivo y pararrayos de un relato en continuum simulado, en el inframundo pesadillesco de las trincheras y al descubierto, en espacios contiguos de acción como no se veía desde Los rojos y los blancos del húngaro Jancsó (67), de frente a la adversidad compacta y a lo irremisible, en el vórtice y nunca en el vértice de una concreción jamás generalizada, en función de una dolida angustia de jóvenes viejos ya veteranos en las artes de la guerra y la sobrevivencia, si bien conservando intactos sus buenos sentimientos caritativos, para ese dolor en un abanico de emociones: valentía, temeridad, cacería humana, esperanza (si bien “La esperanza es algo peligroso”), rebeldía y consuelo.
La inmersión bélica desata entonces dos horas de amenazas en apariencia sin cortes aunque admite elipsis postaniquilaciones parciales en negro, un frenético y eterno plano-secuencia increíblemente móvil que suprime puntos de vista al tiempo que diversifica y ahonda la riqueza de la experiencia individual y la empatía del espectador sin reducirla al automatismo de un mecánico videojuego preprogramado), un plano secuencia para lucimiento del fotógrafo Roger Deakins y el relegamiento al mínimo de la edición de Lee Smith pero con la enfática ayuda un tanto inútil de la redundante música atronadora de Thomas Newman, un plano secuencia pluridimensional en varias etapas y cumpliendo numerosas funciones, una función denotativa al avanzar con linternas o huir de los francotiradores, una función connotativa en el súbito estrellarse del avión en el background o brincar entre bombas, uno que remite a la mímesis realista y otra a la diégesis del artefacto, una que corresponde al contexto y la otro al texto, además de una arrebatada función de remolino entre varios fuegos.
La inmersión bélica nace pues de la contradicción entre espectacularidad y angustia personal, entre un cine virtuosístico de proezas técnico-expresivas (en el límite Largo viaje hacia la noche de Gan Bi 19) y un cine netamente pulsional (en el extremo Qué difícil es ser un dios de Guerman 13), una contradicción que se resuelve en una emotiva y conmovedora visión tácita e implícitamente condenatoria de la guerra, desbordada y con apariencia radical, y lo que podrían haber sido las ultratecnificadas nuevas hazañas del Pequeño Coronel en el frente de batalla de El nacimiento de una nación (Griffith 1914) con grandes retrocesos de cámara de la egregia figura sable en mano en la línea de combate, o bien una requisitoria antibelicista sea sentimental (Sin novedad en el frente de Milestone 30) o evacuanteheroica (Dunquerque de Nolan 17), se ha convertido en la teoría novelada de un gran rechazo a las fuerzas destructoras, al sueño vuelto pesadilla que salva in extremis al soñador vuelto su propio fantasma, incluyendo su deseo en el lodo, su instinto animal, su negatividad cósmica más que divina y su contacto con una plenitud en la simple preservación individual.
Y la inmersión bélica incluye también el éxtasis lírico en la caída de los pétalos de cerezo, la comunicación con el bebé, el viaje entre escombros hacia la reinvención de la luz, el fuego onírico y el reposo final del guerrero.
FOTO: 1917 está nominada para 10 Premios Oscar en la edición 2020, entre ellos por Mejor Película./ ESPECIAL