68 Muestra de Cine (2): procreaciones
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Entre los estrenos fílmicos que se pudieron disfrutar en 2020 destacan historias de parejas en crisis desde América Latina, la precaridad de la vida en Francia y la nostalgia paterna en China
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POR JORGE AYALA BLANCO
La fecundación distópica. En Divino Amor (Brasil-Uruguay-Dinamarca-Noruega, 2019), deflacionario opus 3 del brasileño recifense de 36 años Gabriel Mascaro (Buey neón 15), la disciplinada burócrata Joana (Dira Paes) utiliza a la brava su ínfima función pública para reconciliar a las parejas en trance de divorciarse, pues pertenece a la secta fundamentalista cristiana del Divino Amor que considera la procreación como el bien supremo y que para ello organiza severas terapias bíblicas de pareja y orgías ceremoniales, aunque la buena mujer lucha a cuerpo partido por embarazarse de su atormentado marido florista funeral literalmente parado de cabeza, pero cuando al fin lo consiga, el eufórico ADN resultante será incompatible tanto con el del esposo como con el de los demás sementales sectarios, por lo que la hembra será repudiada por todos y a purgar su condena en la luminosa soledad de una fecundación distópica.
La fecundación distópica crea con mínimos elementos un cosmos cienciaficcional situado en el ultraconservador Brasil fanático de 2027, idéntico al de hoy, dominado en forma incuestionable por la proliferación de grupos evangélicos espurios, si bien poderosísimos, con danzas tribales en antros mortecinos, umbrales detectores de preñez y un todoamansador místico Pastor consultable cual restaurante de comida para llevar, ya que la pesadilla aireacondicionada postUn mundo feliz de Aldous Huxley ha sido llevada a sus extremas consecuencias conceptuales, sagradas y fotogénicas, éstas últimas provenientes del fabuloso Buey neón rural del realizador, mediante anémicos colores artificiales, nauseantes imágenes desvaídas, autosometimiento masoquista a la beatífica palabra apaciguadora, bautismales aguas reverberantes, más un omnitranquilizador desfogue de irracionalidades y rechazos viscerales.
Y la fecundación distópica se halla narrada por la sarcástica voz de una niñita, para devenir en una anticarnavalesca alegoría del advenimiento de una bebé Mesías, en femenino sacrílego, irreconocible, transfigurado en claroscuros, repudiable y final.
La bienvenida antinatural. En Gloria Mundi (Francia-Italia, 2019), vasto film 15 del reverenciado marsellés de 66 años Robert Guédiguian (Marius y Jeannette 97), una bebita de nombre Gloria ha nacido y sin saberlo ni temerlo una cadena de socavadoras desgracias se desata sobre los miembros de la familia extendida de premiosos trabajadores a la que pertenece, el joven padre chofer de Uber sufre un cruel asalto y queda inutilizado para laborar, la joven madre dependienta de tienda es engañada por su cuñado drogo-amante clandestino y por su media hermana con un mejor empleo que se le asigna a una guapa, la sufrida abuela arreglatodo es buleada en su chamba de friegapisos al no querer unirse a una huelga por minucias y el generoso abuelo postizo resiste a todo con gran estoicismo, mientras el añorante abuelo biológico recién egresado de la prisión intenta incorporarse a la familia como niñera y termina echándose la culpa de un crimen brutal que no cometió.
La bienvenida antinatural tiende sus emotivas, rápidas y antitruculentas redes minidramáticas entre el renovado cuadro de costumbres y el más cálido estudio sociológico de caracteres populares, algo excepcional en el cine francés desde los clásicos Clair y Renoir, con sobriedad y elegancia, finos deslizamientos, introspectivos jump-cuts súbitos, elipsis púdicas, para sus apagados varones víctimas hasta de su propia desesperación sacrificial y sus mujeres arrebatadas capaces de cualquier bajeza o admirable grandeza ante el desempleo, la insolidaridad o la traición, merced a un recio aplomo descriptivo tan agudo en lo psicológico cuan panorámico en su duro alcance extralocal.
Y la bienvenida antinatural acaba colocando su saga obrera bajo el poderío inerme del melodrama sublime a lo Indio Fernández o Ken Loach y entregándose al confinamiento carcelario con recitación mental del melancólico haikú nuestro de cada día (“Aunque arranqué/ las manecillas de mi reloj/ el tiempo no se detuvo”).
La antiépica familiar. En Hasta siempre, hijo mío (Di jiu tiang chang, China, 2019), kilométrico filme 13 del celebrado veterano shanghaisense de 53 años Wang Xiaoshuai (La bicicleta de Beijing 01), una pareja de obreros sufre el ahogamiento en una represa del hijito en el que cifraban su feliz acomodo al régimen posmaoísta, la culpa recae en su mejor amiguito alter ego nacido el mismo día y ellos inician un calvario psicológico que incluirá intentos de reposición del chavo mediante un embarazo interdicto pronto interrumpido y la adopción de un niño expósito abiertamente educado como sustituto que al crecer se rebelará agriamente y exigirá la liberación contra los padres que han entrado en franca decadencia moral y social con el advenimiento de la modernidad y la anárquica occidentalización del exaislacionista país.
La antiépica familiar urde su amarga trama intimista sobre más de tres décadas de brutales transformaciones político-económicas de China, del hiperrestrictivo régimen comunista a la flamígera entrada al libre mercado, con nitidez emotiva y vivencial, no por capricho exterior panorámico sino como profunda necesidad memoriosa y traumática, por haber padecido desde adentro del sistema el drama del crimen contra el Estado por desear más de un hijo y el aborto contencioso decretado por la mejor amiga comisaria y la obligación del autoexilio hasta los despidos masivos y el desempleo lumpenizador, de las fortunas instantáneas al hundimiento en la pobreza degradante, en múltiple lucha crítica contra la amnesia roja y contra el trauma capitalista, y en paralelo con la imposibilidad de superar el golpe por la pérdida de un hijo y sus resonancias anímicas de por vida.
Y la antiépica familiar se estructura mediante luminosos retornos explicativos al pasado, oscilando entre el pudor y la ostentosa huella indeleble, entre los cambios inevitables y un largo único lamento inconsolado.
FOTO: Hasta siempre, hijo mío recibió el Oso de plata del Festival de Cine de Berlín 2019./ Especial