“Floor of the forest”, pieza de museo
POR JUAN HERNÁNDEZ
En una entrevista para el Canal Walker Art, realizada en 2008, le preguntaron a Trisha Brown
–figura emblemática de la danza posmoderna estadounidense– por qué en los años 60 y 70 hizo obras que se realizaban en paredes, azoteas, patios, y ponía al cuerpo en una línea de riesgo. La coreógrafa contestó: “Me hubiera gustado responder esta pregunta en aquel momento”.
La respuesta que Trisha dio a sus entrevistadores revela la importancia que para ella tuvo el carácter efímero de sus acciones creativas. Aquellas primeras piezas de la coreógrafa iban en contra de la concepción tradicional del arte, del carácter perenne de la obra y de la acumulación de la producción artística.
Brown formó parte de una pléyade de artistas multidisciplinarios que se integraron en el grupo Judson Dance Theater –que operó en Nueva York de 1962 a 1964–, quienes se negaron a ceñirse a las limitaciones de la técnica, del espacio convencional, de la moda y el glamour.
Todo esto viene a cuento por la temporada de Floor of the forest, de Brown, en el Museo Tamayo, con bailarines del Centro de Producción Coreográfica (Ceprodac) del INBA, la cual nos hizo pensar en lo irónico que resulta hoy ver esta obra justamente en un museo, espacio que la coreógrafa y otros artistas de la vanguardia sesentera rechazaron por considerarlo parte del establishment artístico.
La obra originalmente fue presentada en un edificio de la calle Wooster, en Nueva York, en 1970. La creadora experimentaba con la resignificación de los movimientos del cuerpo en la vida cotidiana, las variaciones de la perspectiva, el uso de objetos y, desde luego, con la gravedad, a la que retaba constantemente.
La pieza, en la que confluyen las artes plásticas, el performance y la danza, es constituida por una estructura de hierro que sostiene una red de cuerdas, de las cuales cuelgan prendas de vestir de diferentes colores y tamaños.
Esta instalación es transformada por la acción de los bailarines, quienes experimentan con las acciones cotidianas de vestirse y desvestirse, y exploran el concepto de ingravidez al colgar sus cuerpos por debajo de la red.
El significado de esta pieza en la actualidad es muy distinto al de hace 43 años. Incluso podríamos decir que el espíritu original de una obra de esta naturaleza se traiciona al reponerla, toda vez que la postura de la vanguardia, en la cual fue concebida, se contraponía a la idea de la reproducción, y se atenía al carácter transgresor y efímero del arte en un contexto histórico y cultural específicos.
Floor of the forest, sin embargo, se ha reproducido en distintos momentos –en 2004 en la Henry Art Gallery de la Universidad de Washington- y ahora en el Museo Tamayo, con bailarines del Ceprodac.
La experimentación original pierde sentido hoy, porque los bailarines mexicanos que participan en la acción tienen preocupaciones formales distintas a las que Brown y sus cómplices expresaban en 1970, amén de que no han tenido relación creativa con la creadora estadounidense.
Así vista, la pieza se convierte en obra de museo, cuyo valor consiste en documentar y acercarnos parcialmente a una propuesta artística que tuvo razón de ser en su tiempo y que se constituyó en pieza importante de un periodo convulso de la historia del arte.
*FOTOGRAFÍA: Presentación del ballet CEPRODAC “Floor on the florester”, en el Museo Rufino Tamayo/Raúl Estrella/EL UNIVERSAL.
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