Un pescador selectivo
POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ
El libro merece higiene, cuidado y respeto propios del padre con su hijo. Cada libro es un fragmento de historia, no sólo de la que cuenta el autor, sino la que los lectores dejan en sus páginas con comentarios al margen y apuntes en la cuarta de forros. En su filosofía bibliófila, el escritor Vicente Quirarte asume que en las tiendas de segunda mano los libros se sobreponen al reciclaje para revivir con la segunda lectura.
Al fondo de la librería de viejo Jorge Cuesta, elige un ejemplar de la colección de veinte tomos de La comedia humana de Balzac, empuja unos centímetros los volúmenes vecinos y jala por el lomo el número VIII de esta serie. Amante de la lengua española, ensayista y conversador generoso, para él un lector se define a partir de las bibliotecas que transitan en su vida. Puede ser solo una, dos, o las que las circunstancias dicten.
“Uno debe de tener los libros como los hijos, aquellos a los que le pueda dar casa, comida y sustento, que los pueda cuidar, que los pueda proteger a lo largo de los años. Esto no lo estaba buscando pero acabo de encontrar esta serie maravillosa su idioma original”, confiesa mientras señala esta colección monumental del novelista francés.
En este recorrido por la librería ubicada en la colonia Juárez, su primera selección corresponde a la novela Linda 67 de Fernando del Paso, al que considera uno de los narradores más rigurosos de la literatura mexicana.
“Este lo vamos a dejar por aquí apartado”, dice a uno de los dependientes, que lo coloca a lado del registro de libros vendidos. Minutos después a esta selección de Del Paso se suman la poeta Ida Vitle, José Rubén Romero y un catálogo iconográfico del pintor J. M. W. Turner, exponente del romanticismo inglés.
“Recuerdo perfectamente hasta cuando leí por segunda vez Linda 67. Fue en Bogotá. Es una novela policíaca extraordinaria, con un conocimiento muy hermoso de la ciudad de San Francisco. Las novelas mayores de Del Paso son de un rigor extraordinario y cuesta mucho trabajo seguirles el ritmo, hay que regresar pagina por pagina. En cambio, esta novela es mucho mas rápida, esa es una virtud del escritor policiaco”.
El tapanco de esta librería de la calle Liverpool se acumulan ediciones en idiomas extranjeros: obras en francés de Simone de Beauvoir, Camus, algo de Thomas Mann en alemán, Faulkner en inglés sureño o algunos catálogos de artes plásticas aun sin ordenar. Al final del pasillo, a un costado del sofá donde hará una exégesis de sus elecciones bibliográficas del día, la sección dedicada a la ciudad de México genera una exclamación de gozo en Quirarte: “Mi mero mole”.
Como ex director de la Biblioteca Nacional de México, el recorrido por los anaqueles a lado de Quirarte resulta una lección constante sobre el trato que se le debe al libro, trato que revela la educación bibliófila y que se transmite de boca en boca. Así, este autor de una veintena de títulos de poesía y otros más de ensayo sobre la ciudad de México, sus letras y narradores, menciona a Enrique Fuentes, propietario de la librería Madero, como su primer educador en el manejo de los libros.
“Él me enseñó eso, me enseño muchas cosas de la higiene del libro. Tengo muchos en casa que seguramente mi ingenuidad infantil los rompió de la parte superior de lomo. Hay que tomarlos siempre de en medio.”
A las 11 de la mañana, hora de su llegada a esta librería de “libros leídos”, como prefiere llamarle, Quirate tenía un título en mente: Mi caballo, mi perro y mi rifle de José Rubén Romero. Comparte que en esos días trabaja un texto sobre la figura del caballo en la literatura mexicana. Entre sus recopilaciones para este trabajo, dice, tiene también algunas décimas del siglo XIX que un autor anónimo dedicó a la estatua el Caballito por su mudanza de la Universidad Nacional al flamante Paseo de la Reforma. No la recuerda de memoria, pero días después comparte los versos por correo electrónico:
Se llegó el fatal momento
que mis estudios cesaran
y de que aquí me expulsaran
aunque sin pronunciamiento.
A mí y a mi pobre jumento
nos destierran según veo.
Se les cumplió su deseo
a todos mis enemigos:
Adiós, todos mis amigos,
adiós, querido Museo.
“De Romero tengo Apuntes de un lugareño y Desbandada. Esta edición de Oasis que tenemos en mano es de 1937 y reúne prácticamente toda su obra, inclusive Rosenda, una novela cuya primera edición también tuve alguna vez. Es una novela muy inquietante sobre esta muchacha de carnes apretadas como llamaban los conquistadores a las indígenas mexicanas por sus carnes prietas. De hecho, de ahí viene lo prieto, viene de apretado”.
Luego de exhibir su adquisición de las obras de Romero, muestra su segundo logro del día: Sueños de la constancia, de la poeta uruguaya Ida Vitale.
“Andaba buscando su poesía. Me da mucho gusto tener de nuevo este libro que también tuve alguna vez pero con los avatares del tiempo lo perdí. Es una primera reimpresión de 1994.”
La librería de viejo se visita para ensuciarse las manos, respirar polvo y rescatar historias. El visitante se encuentra en una constante pesca de joyas editoriales: primeras ediciones, versiones en el idioma original, los imposibles de conseguir en la mesa de novedades o libros que tuvieron un solo tiraje en vida del autor y que después aumentaron su valor en mercados exigentes.
Cada ciudad es un campo de cacería bibliográfica. En su experiencia como lector, Quirarte da un breve listado de librerías: en París la librería “Montecristo” ofrece primeras ediciones de Julio Verne en medio de réplicas del submarino Nautillus y dirigibles en miniatura. En Medellín, Colombia, “Palinuro, libros leídos”, propiedad del escritor Héctor Abad Faciolince, da una segunda vida a los libros de remate.
“En Buenos Aires sufrí una primera decepción. Iba yo navegando, caminando, ahí ‘flanereando’ por la calle Corrientes. En cada librería encontraba los mismos best seller. Entonces pregunté dónde había una librería de viejo. Me dieron una dirección en la calle Suipacha. Así llegué a la librería Cáceres. Fue un paraíso. Pregunté por primeras ediciones de Roberto Arlt y di con una primera edición encuadernada de El amor brujo, muy bien conservada. También compré una edición critica de Martín Fierro. Después decidí salirme, si no lo hacía iba a quebrar.’”
Reclinado en el sofá de terciopelo verde en el tapanco de la librería Jorge Cuesta, Vicente Quirate no oculta su fascinación por la pintura y muestra su última elección del día: un catálogo de la obra del pintor inglés J. M. W. Turner, paisajista incendiario del romanticismo. La impresión del libro es de 1903.
“Es una edición hermosa, la textura del papel y la tipografía son impecables. Tiene también una caja maravillosa y las reproducciones, a pesar de que todavía no estaban perfeccionados los métodos en ese entonces están, bastante bien. Me voy con esta, es la pesca del día.”
*FOTO:Los libros conservan registro de los lectores que han pasado sus páginas. En la imagen, el escritor Vicente Quirarte muestra tres títulos que adquirió durante su visita a la librería Jorge Cuesta/Iván Stephens/EL UNIVERSAL
« Una defensora del Siglo de Oro Fantasmas que el fervor mantiene vivos »