La burbuja catalana de Pere Calders en México 

Sep 26 • destacamos, principales, Reflexiones • 5563 Views • No hay comentarios en  La burbuja catalana de Pere Calders en México 

POR JUAN PABLO VILLALOBOS

Ensayista y novelista. Autor de Te vendo un perro (Anagrama, 2015); @VillalobosJPe

 

He visto más indios de montaña que pescadores mediterráneos. Eso, para un catalán, es algo muy grave.
Pere Calders.

M

En 1939, después de haber formado parte del cuerpo de Carabineros del ejército de la República como voluntario, Pere Calders –ironista sublime, cuentista de lo fantástico, genio de la parodia y el absurdo, humorista cáustico– llegó exiliado a la Ciudad de México. Tenía 27 años y a esas alturas ya había escrito dos libros de cuentos, tres novelas y una recopilación de crónicas sobre el frente de Teruel, donde había participado. Habría de quedarse en México 23 años, hasta 1962, cuando finalmente pudo regresar a Cataluña gracias a que la editorial UTEHA, en la que laboraba, había adquirido a la catalana Montaner i Simón, donde trabajaría hasta su jubilación.

 

De sus años en México ha quedado testimonio en el libro de cuentos Gent de l’alta vall (1957) –publicada en castellano como Gente del altiplano–, en la novela corta Aquí descansa Nevares (publicada en 1967, pero que había sido escrita durante el exilio) y en la novela L’ombra de l’atzavara (1964) –traducida como A la sombra del maguey–, escrita y publicada cuando Calders ya estaba de vuelta en Barcelona, debido al interés de los lectores catalanes en los llamados “testimonios del exilio”. Estos tres libros constituyen su “obra mexicana”, aunque habría que establecer una diferencia fundamental: los dos primeros podrían calificarse como literatura mexicana escrita en catalán, ya que sus personajes, escenarios y temas son mexicanos, mientras que el tercero sería literatura catalana del exilio, al abordar la vida de los catalanes en México.

La relación de Calders con México no fue sencilla. A la añoranza de su tierra, Calders respondió eligiendo aislarse del entorno, habitando una “burbuja catalana” mientras vivía en México: “ahí yo hacía una vida en régimen de estricta transitoriedad”, reconoció en una entrevista publicada en la revista Serra d’Or en 1979, “trabajaba con catalanes, vivía con catalanes, convivía con catalanes, el contacto con los mexicanos era muy superficial”.

 

Un hecho curioso, pero que muestra la resistencia de Calders a integrarse a la sociedad mexicana, es que una de las razones principales para que decidiera volver a Cataluña fue que su hijo mayor, Raimon, nacido en México de un segundo matrimonio con una catalana también exiliada, iba a cumplir 15 años, edad en la que Calders consideraba que corría el riesgo de que empezara a querer más a la tierra donde había nacido que a la tierra de sus padres, es decir, que temía que sus hijos se sintieran más mexicanos que catalanes.

 

A estas cuestiones extraliterarias hay que añadir las malas interpretaciones de su obra mexicana. La ironía implacable –que es una marca de Calders en toda su obra, hay que decirlo, y no sólo en la mexicana– y el retrato crudo, sin contemplaciones, de México, contribuyeron a crear una imagen de Calders como la de un desagradecido que despreciaba al país que lo había acogido. Incluso, debido a la representación de sus personajes indígenas, Calders llegó a ser acusado de racista por algunos colegas de exilio, lo que lo obligó a defenderse en el prólogo a Aquí descansa Nevares, un texto que resulta, por sí solo, una pieza fundamental para entender la complejidad del exilio catalán en México: “por lo que veo”, escribe ahí Calders, “no me he explicado muy bien y ha de parecer odio lo que en mi caso es tan sólo la comprobación de una especie de distancia”. Calders asume su perplejidad, no niega que su mirada es la del europeo que no ha acabado de asimilar la descolonización y admite que el indígena, en cuanto “tema literario”, es una tentación imposible de resistir para un escritor extranjero.

 

Los indígenas de Calders, sin embargo, están lejos de cualquier idealización, ya que dice haber renunciado “tanto a redimir al indio como a encontrarle todas las gracias”. Como se ve, la obra de Calders no es apta para nacionalistas sin sentido del humor, ni para lectores que no vean más allá de la literalidad.

Antes de llegar a México, Calders ya había demostrado una predilección por lo fantástico y por el non sense. Una de sus influencias más importantes fue el llamado Grup Sabadell de Joan Oliver, Francesc Trabal y Armand Obiols, quienes se habían enfrentado a la tradición a través de la parodia y la provocación. Por ello no es de extrañar que Calders mirara la realidad mexicana – nuestras “extrañas” costumbres –bajo la luz del absurdo, especialmente en lo que se refiere a nuestra manera de enfrentarnos a la muerte. Así lo explica en un pequeño prólogo al cuento “Apunts per a dos contes mexicans”, incluido en Gent de l’Alta Vall: “Vale la pena repetir (ya lo he dicho antes) que lo que nosotros entendemos por realidad en México tiene otra dimensión: la gente ahí hace cosas que en otras latitudes haría falta inventar para personajes de ficción”. Enseguida, Calders relata una anécdota, supuestamente real, digna de la nota roja: la historia de un policía que había estado varios años distanciado de su madre y que, al tratar de reconciliarse con ella un 10 de mayo, acabó matándola a balazos porque en medio de la discusión ella le había reclamado a gritos: “has de pensar que tu madre es una cualquiera”. El policía, nos dice Calders, no podía tolerar que nadie insultara a su madre y esa regla no admitía excepciones. Leyendo otras obras de Calders –sin limitarnos a su obra mexicana–, es fácil entender lo que debió haberlo seducido en este tipo de historias sórdidas, cercanas a la brutalidad: su humor cáustico. Sucede de la misma manera en “Fortuna Lleu”, en el que Trinidad Romero, velador en una construcción, mata a su compadre y lo siguiente que hace es ir a visitar a la viuda para comunicarle la noticia del deceso y proponerle amancebarse.

Quizá el cuento donde la exploración de lo mexicano y las virtudes del estilo de Calders alcanzan su máxima expresión sea “La vetlla de donya Xabela” (“El velorio de doña Chabela”), una puesta en escena a medio camino entre Buñuel y Pepe el Toro. En este cuento, la muerte de doña Chabela –o, para ser más precisos, la presencia de su cadáver en el velorio– va inflando de orgullo a Marga, la nuera que le profesaba un profundo odio y que ahora es la responsable de atender a los numerosos asistentes, entre los que no faltan los colados que no conocían a la difunta, pero que aprovechan la ocasión para comer y beber gratis, y para expresar cada vez que pasan al lado del féretro cosas como: “ay, la pobre, tan santa, tan santa” o “se ve muy bien, ni parece que esté muerta”. El humor negro de Calders alcanza aquí sus cotas más altas:

 

“Marga experimentaba el fenómeno del nacimiento de un amor universal. Contemplaba los rostros de los visitantes y sentía que los quería mucho a todos y que difícilmente podría vivir sin tenerlos cerca. Yendo y viniendo, sus ojos se toparon con el cuerpo inerte de doña Chabela, y sufrió la sacudida de una nueva ternura. ¡Si siempre hubiera estado como ahora, quieta y callada, cómo habría querido a doña Chabela! Desde las plantas de los pies le subió por el cuerpo un burbujeo indefinible y se le humedecieron los ojos. Dominada por un impulso, se hincó al pie del cadalso y la abrazó”.

 

Paralelamente, el hijo de doña Chabela, un carpintero llamado Apol.linar – así, con ele geminada –, sufre un proceso in crescendo de tristeza y borrachera que lo ciega al grado de negarse a que los empleados de la funeraria se lleven el cadáver para prepararlo para el entierro:

 

“Con la necedad común a indios y mestizos, iniciaron una tediosa pelea verbal. Por fin, al verse inferior en razones, Apol.linar empujó con las manos a uno de sus oponentes y enseguida se extendió una lucha a empujones, breve porque el carpintero recibió el refuerzo de sus amigos y vecinos para expulsar a los hombres que él mismo había contratado. Los echaron a la calle y cerraron la puerta, asegurándola por dentro con todo tipo de artificios (…) El compadre Xon [nótese la catalanización de Chon] hablaba de experiencias similares vividas durante la Revolución e intentó dos o tres veces hacerse con el comando. Pero Apol.linar no dejó que ninguno pasara por encima de su autoridad, derivada del hecho de ser el hijo de la difunta y el constructor del cadalso”.

 

En el clímax del cuento, Marga, que cada vez le ha agarrado más cariño al cadáver de la suegra, incita a gritos a su marido:

 

–”¡No dejes que te la roben, es tu madre, Apol.linar!, ¡madre sólo hay una!… ¡Antes de que te la quiten, quémala!”.

 

En los dos últimos párrafos del cuento, Calders llega al extremo del absurdo, convirtiendo la cremación del cuerpo de la difunta en un espectáculo humorístico en el que la sonrisa es modelada por las llamas:

 

“Si desde las alturas, donde debía encontrarse, doña Chabela hubiera podido ver su fiesta funeral, contemplar a todo el barrio agitado, el enjambre de pequeñas figuras moviéndose alarmadas, y oír las sirenas de los bomberos y el zumbido de centenas de voces, no habría podido evitar un reprobable sentimiento de vanidad. Habría visto el aviso del fuego, en los brazos de humo que salían por puertas y ventanas, y al fuego mismo apareciendo de pronto en la calle, apoderándose de un puesto de frutas. Y a su hijo Apol.linar, conducido por dos miembros de la Cruz Roja, pataleando y resistiéndose, a pesar de tener el pelo encendido. Y a su nuera Marga, con la ropa repleta de llamas, corriendo y gritando hasta que alguien la cubriera con una manta. Y a todos los amigos, parientes y vecinos que le habían hecho tan amable compañía, contorsionados por aquella desgracia.

 

Pero lo que llamaría de una manera especial la atención de doña Chabela, sería contemplarse a ella misma en el centro de la pira, con una pose serena y ausente hasta que el fuego, estirándole los músculos del rostro, lo obligaría primero a sonreír, después a hacer una mueca grotesca y finalmente a adoptar el gesto de desaprobación que hacía siempre que sus hijos la contrariaban, por la violencia de sus juegos infantiles o bien, ya de grandes, por su complicada manera de vivir”.

Pero no todo es fúnebre en la obra mexicana de Calders, hay una vertiente paródica que, curiosamente, puede ponerse en diálogo con la tradición literaria mexicana. “La batalla del 5 de maig”, por ejemplo, parece escrito por Jorge Ibargüengoitia: un periodista americano, de la revista Life, visita el pueblo de Santa Rita para escribir un reportaje sobre la celebración del 5 de mayo, que consiste en la representación de la batalla entre las tropas del General Zaragoza y las del General Laurencez. Los dos bandos son representados por habitantes del pueblo, con un criterio de selección en el que se pone de manifiesto, de manera ridícula, la desigualdad social de nuestro país:

 

“Con tal de formar los dos grupos, siempre hemos dividido a los muchachos del pueblo en dos categorías: los que pueden comprar el uniforme de franceses y los que no. Por obvias razones, los primeros pertenecen a las clases acomodadas, están mejor alimentados, son más saludables. Los otros, pobrecitos, con su ropa de diario y el sombrero y el palo pintado con purpurina que les da el ayuntamiento. No hemos podido impedir que incuben resentimiento. La temporada de ensayos transcurre entre odios mutuos y las familias que tienen parientes en bandos opuestos no se saludan…”

 

El cúmulo de resentimientos provoca que la representación de la batalla se convierta en algo real y que cada año haya la incertidumbre sobre quién ganará: “La tragedia se había consumado: este año ganaron los franceses”.

Toda la obra mexicana de Calders está, en realidad, catalanizada. Sus personajes llevan nombres con grafías catalanas. En los diálogos, en lugar de intentar imitar el habla mexicana, los mexicanos hablan catalán como catalanes.

 

Cada vez que un mexicano en una obra de Calders dice “em sap greu” –lo que un español traduciría como “me sabe mal” y un mexicano como “siento mucho”– podemos imaginar a Calders escribiendo y mirando a través del cristal de su burbuja catalana.

 

 

*FOTO: Durante la guerra civil, en la que formó parte del cuerpo de Carabineros del ejército republicano, Pere Calders escribió Unidades de choque y Gaeli y el hombre dios. Al finalizar la contienda se exilió a México, en donde continuó con su producción literaria/Especial.

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