La última clase del Maestro

Oct 31 • Conexiones, destacamos, principales • 5680 Views • No hay comentarios en La última clase del Maestro

POR REBECA FORTUL REBULL 

 

Hace apenas unos días fui invitada a una despedida que me causaba algo de malestar y al que sin duda alguna iba a asistir, no, no era entero masoquismo, o quizá sí: Huberto Batis daba formalmente su última clase de Iniciación a la Investigación Literaria del Colegio de Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras.

 

Algo de nostalgia me invadió al saber que uno de los maestros que más influyó en mi formación literaria se despedía de la escuela de la que yo me despedí hace varios años. Por extraños poderes que desconozco, la UNAM tiene una invisible manera de hacer regresar a ella a sus hijos (pródigos y no pródigos): algún trámite, una tesis a medias, un arete perdido, la búsqueda de la juventud extraviada en Las Islas, no lo sé. Yo voy poco y a últimas fechas cada vez siento más que la FFyL no es ya el lugar en el que yo estudié (no se puede culpar a quien sí disfrutó del pasto afuera de la Central con todo y colorines resplandecientes).

 

Pocas de las cosas que aún me hacen sentir en casa cuando voy es encontrarme a algún maestro que me dio clase, casi nunca tengo la valentía de acercarme a saludarlos, pero con sólo verlos andar por los pasillos recuerdo que algo mío hay por ahí, después de todo fueron mis maestros. Con el Maestro Batis la cosa no es así, él no fue mi maestro, él sigue siéndolo (con toda la cursilería que para muchos esto represente), lo sigue siendo porque, como los grandes autores, lo veo a través de sus críticas, a través de entrevistas, a través de los muchos artículos que sobre él escriben quienes también en algún momento fueron sus alumnos o sus víctimas en la edición. Casi todas las cosas que se publican sobre el Maestro hacen especial énfasis en su carácter siempre paciente, manso, dulce, pacífico, tolerante y diplomático.

 

Cuando le otorgaron la Medalla de oro de Bellas Artes en el 2010, escuché a Guillermo Fadanelli dar una de las más amenas y sinceras alabanzas a Huberto, yo creo que me gustó tanto lo que dijo porque de alguna manera quien ha tomado clases o ha trabajado con Batis conoce de sobra las técnicas poco ortodoxas que aplica para corregir, enseñar y exaltar, desde la estupidez más absoluta hasta los textos que le parecen no del todo malos. Muchos célebres hombres de letras han hablado y escrito sobre todo eso y de ninguna manera seré yo quien continúe por esa línea, esta vez yo quiero escribir acerca de Batis, el maestro de escuincles de primer semestre de la carrera de Letras Hispánicas, quienes llegan con ínfulas de intelectuales formados a la luz de “yo ya me leí El laberinto de la soledad y ahora lo sé todo” ¡Formidable manera de llegar a la clase de Métodos de Investigación con el profe!

 

Voy a sincerarme con la confianza que le tengo, ayer en la tarde al regresar de su última clase en la Facultad revisé, en un arranque de melancolía, los cuadernos que usé en su materia, ¿el resultado? Chingos de monitos, datos sin secuencia lógica, unos de Juan Ruíz de Alarcón a los que seguían “ver La inocente de Meche Carreño”, “buscar información sobre Miguel de la Madrid”, “escribir un cuento para la siguiente clase”, etc. Y entonces recordé mejor que nunca: así, justo así son las clases con el Maestro. Entrar a su salón es como ir al concurso aquel en el que te metían a una cabina de cristal y soltaban un fajo de billetes bajo el torbellino de varios ventiladores y tú debías agarrar todos los billetes que te fueran posibles. Su clase era la muestra más avanzada de la improvisación, Batis puede iniciar la clase con cualquier cosa y dirigirla a donde se le antoje. A veces la iniciaba con la Revista de la Universidad, a veces con la Gaceta, a veces (las más temidas) con los textos que le entregábamos y con los cuales empezaba el río de sangre o también como ayer, como el mago que es, sacaba no de un sombrero, pero sí de su portafolios, la invitación a un concierto y comida ofrecida a las luminarias de la Universidad. De una invitación llegamos a la nota roja de ex maestros de la HH Facultad que habían asesinado a su familia (“Esta Facultad crea a puro psicópata” –H.B.) y de paso habló de enanos mentales, de las sanísimas “lecturas a una sola mano”, del clima en la Ciudad de México (“Con estos vientos todo se cae, árboles, anuncios, borrachos”. –H.B.) de homosexuales, de la Academia, de pornografía, de Guadalajara, de rayos que caen en días despejados a mitad de Las Islas, de Porfirio Díaz, de su ganado sobrenombre, “Maestro Fórceps” y por supuesto de Octavio Paz. Alguien con esa habilidad para tejer hilos hacia todas partes sólo se forja con la increíble capacidad para leer todo lo que cae en sus manos; yo sigo preguntándome de verdad cómo se consigue esa velocidad para leer. Sin embargo algo sé con seguridad, Batis no sabe todo lo que enseña únicamente por sus lecturas, lo sabe porque ha vivido como se debe de vivir, con huevos; el ritmo de vida que ahora se refleja en su salud debe ser su más preciada herida de guerra, ha sabido vivir entre los libros y el mundo real y ninguno de los dos se lo ha podido comer por completo.

 

Muchos nunca entendieron la magia de Huberto, quiero pensar que el temor a la humillación pública hizo que muchos de mis compañeros no volvieran nunca a su clase, quizá preferían el rigor de una clase esquematizada en la que los errores se escribieran silenciosamente en el trabajo final con tinta roja y no con un motivador grito de “¡No seas pendejo!”, frase que me complace explicar el Maestro defendió con un “No te dije pendejo, te exhorté a no serlo”. (Esa es una de las mejores declaraciones que le oí en clase). Como decía, al profe hay que agarrarle el modo para entender que su clase sí tiene un hilo conductor, lo que pasa es que no lo da tan masticado como lo harían otros ¡Arriba la libertad de cátedra!

 

De Batis se aprende exactamente lo que uno no va a aprender nunca en un libro; a muchos les pareció siempre que la clase era un cúmulo de chismes que a nadie interesaban, pero creo que sería muy injusto verlo así, ¡eran chismes muy interesantes! que a un adepto no sólo a la literatura, sino a la cultura en general, nutrían de perspectivas desconocidas. A mí me parece que es un contador de historias encantador y no en el sentido cursi de la palabra, sino porque verdaderamente tiene el poder de hacerte oírlo casi siempre con cara de “¿será en serio?” y es que uno se siente timado por sus anécdotas, sabes que una parte es verdad y también algo de inverosímil se rastrea, aclaro entonces, cuando empiezas a entender el ritmo de sus historias sabes que no son mentiras, son verdades hiperbólicas. Si algo de esa manera de contar historias se quedó en alguno de sus alumnos, deberíamos estar enteramente satisfechos de lo que aprendimos.

 

Personalmente asistí a esa “última clase” para despedir, más que a mi maestro, a la escuela que alguna vez conocí con él, porque Huberto Batis sigue presente (aquí el comentario ególatra) cuando tiene la gentileza de acordarse de mi cumpleaños y llamarme para darme sus felicitaciones, cuando en sus noches de insomnio comparte mis fotos y publicaciones de Facebook a diestra y siniestra y cuando me permite ir a visitarlo a su casa para entregarle mis textos que esperan la estocada final, pero también sigue enseñándome cuando me acuerdo de lo que ha escrito en mis trabajos (anotaciones a veces personales y a veces técnicas, que son joyas y conservo con mucho cariño) Muchas cosas he de agradecerle al irascible maestro que a más de uno nos quitó, con un tierno zarpazo, el miedo a la crítica en público. Pero mentiría si solamente hablo de él como el furibundo hombre de letras que aparentemente es, el Maestro es, al mismo tiempo, un hombre con una extraordinaria sensibilidad para reconocer la calidad intelectual y humana del mundo que lo rodea, lo que explica que en el fondo esté más afelpado que un osito de peluche.

 

 

*FOTO: Tras 57 años de magisterio, el escritor, editor y profesor dio, el 8 de mayo, su última clase en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

 

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