Las nuevas pesadillas 

Oct 31 • destacamos, Miradas, Pantallas, principales • 5733 Views • No hay comentarios en Las nuevas pesadillas 

POR MAURICIO GONZÁLEZ LARA

 

Un recorrido por las cintas de terror más interesantes de esta década

 

La pregunta es tan antigua como la propia historia del cine: ¿por qué la audiencia disfruta tanto de las llamadas películas de terror? Con rigurosidad casi ensayística, los realizadores Joss Whedon y Drew Goddard se dieron a la tarea de responder a la interrogante con La cabaña del terror (The Cabin in the Woods). Estrenada en 2012, la cinta está conformada por dos narrativas. La primera parte de una premisa conocida por todos: cinco estudiantes universitarios -Dana (“la virgen”), Curt (“el galán noble”), Jules (“la fácil”), Marty (“el bufón”) y Holden (“el académico”)- hacen un viaje de fin de semana a una cabaña ubicada en un bosque aislado de la civilización. Ahí, la feria de coqueteos, chistes y excesos será interrumpida brutalmente por una presencia de tintes sobrenaturales que los eliminará uno por uno. Cada muerte superará a la anterior en términos de saña y crueldad. Al final, sólo quedará “la virgen”, quien deberá enfrentar desamparada a la fuerza asesina, probablemente materializada en forma de uno o varios monstruos desfigurados, otrora víctimas inocentes sobre los que cayó un hechizo ancestral que los transformó en almas sedientas de venganza.

 

La segunda narrativa cuenta la historia de un grupo de científicos dedicados a monitorear las actividades de los universitarios a través de un complejo sistema de cámaras instalado en la cabaña. A través del uso de sofisticados controles ambientales y la liberación de sustancias en el aire capaces de alterar el humor, los técnicos manipulan las circunstancias de la cabaña, asemejándolas a los tropos que definen al género de terror, en particular el “slasher movie”. La segunda historia absorbe a la primera en aras de revelar la finalidad del juego: los jóvenes son un sacrificio que la humanidad ofrece a los dioses para neutralizar su furia y así postergar el fin del mundo. El entretenimiento sádico como antídoto del aburrimiento y los pensamientos destructivos.

 

Más allá de ser endiabladamente divertida, el valor de La cabaña del terror es que articula con claridad la función de estas ficciones: si no contáramos con la opción de manifestar nuestros temores y deseos sangrientos en la pantalla, quizá esas fantasías encontrarían maneras más peligrosas de cristalizarse en la vida factual. En la antigua Roma, por ejemplo, los padres maldecían a los novios antes de casarse bajo la creencia de que verbalizar los malos deseos era la mejor forma de evitar que se materializaran. Si lo expresas, pensaban los romanos, quizá no suceda. O como bien apunta Stephen King, el célebre autor de Cementerio de mascotas y Misery, “hay que alimentar a la bestia, los cocodrilos nunca deben estar demasiado hambrientos”.

 

Antes que cualquier otro factor, la perdurabilidad de este deseo vicario consiste en la necesidad primigenia de lidiar con la muerte. El encanto de sentirnos aterrorizados no deriva directamente de coyunturas o climas sociopolíticos. No son pocos los críticos que sostienen que estos filmes se popularizan en tiempos de incertidumbre política, crisis económicas, enfermedades o conflictos bélicos. Todo eso está ahí, desde luego, pero en el fondo se encuentra algo más visceral que la mera circunstancia. El género de terror, definido éste como la sublevación de lo anormal contra el orden establecido, promueve la locura. Es una experiencia liberadora, tanto para el realizador como para la audiencia que atestigua el delito.

 

La referencialidad permea el terror de este siglo. La cabaña del terror es una descendiente directa de la dinámica metanarrativa de Scream e influenciada por artefactos posmodernos tan variopintos como Community y Funny Games (Haneke, 1997). Otro recurso habitual es el “found footage” -la franquicia de Actividad paranormal, The Sacrament (Ti West, 2013)-, subgénero que plantea que las imágenes que se ven en pantalla fueron supuestamente grabadas por los personajes del propio filme mediante una cámara en primera persona, y cuyos precursores fueron El proyecto de la bruja de Blair (1999) y la crudeza de Holocausto caníbal (1980), la cinta de Ruggero Deodato. Lo interesante del “found footage” o “metraje encontrado” es que concilia dos aparentes opuestos: crea la ilusión de que estamos ante algo que “sucedió en realidad”, a la vez que la autoconciencia de la cámara nos recuerda que estamos ante una representación. Es, a fin de cuentas, la manifestación natural de la omnipresencia de las pantallas en nuestras vidas, el equivalente cinematográfico de la espontaneidad falsa de una selfie.

 

El género ha tomado rutas nuevas en años recientes. Los terrores primigenios continúan presentes, pero las pesadillas más memorables de lo que va de esta década distan de ser redundancias o productos de ensamblaje. Por el contrario: las propuestas más interesantes se caracterizan por un renovado cuidado estético, subtextos arriesgados y un afán palmario por alcanzar la mayor resonancia emotiva posible.

 

Monstruos, posesiones y asesinos

La cotidianidad ofrece numerosas experiencias perturbadoras. Una de las más comunes es percatarse mientras caminamos, esperamos el autobús o estamos sentados en una banca, de que un extraño nos mira fijamente. Un sentimiento de culpabilidad se dispara en nuestro cerebro. De repente el testigo invisible de nuestros crímenes pasados ha decidido revelarse ante nosotros y hacernos pagar por nuestras faltas. Es por eso que señalar a alguien que no conocemos nos parece una grave falta de civilidad. ¿Qué pretende el extraño que nos ha identificado? Las posibilidades son en extremo inquietantes.

 

Está detrás de ti (It Follows, 2014) está basada en este miedo primigenio. El largometraje dirigido por David Robert Mitchell cuenta la historia de Jay Height (Maika Monroe), una joven atormentada por una entidad que puede tomar la apariencia de cualquier persona –tanto extraños como la gente que ama- y que la seguirá adonde vaya, de manera lenta pero constante. Esta maldición es transmitida sexualmente. Jay no sólo la adquiere al acostarse con un pretendiente, sino que a lo largo de la película actúa bajo la creencia equivocada de que puede deshacerse de ella si coge con otras personas, como si se tratara de una variación sexual del juego de los “encantados”. La idea de la “Madonna” y “la puta” es típica del género. La “Madonna” es la mujer joven, bella y con frecuencia virginal que debe enfrentarse con el monstruo que ha asesinado a “las putas” que han tenido sexo durante la primera mitad de la cinta. La “Madonna” es una chica noble y generosa; “la puta”, si bien puede ser simpática y dicharachera, es con frecuencia egoísta, indolente e irresponsable. Jay, así como los amigos que la ayudan a combatir la maldición, no responde a ninguno de estos arquetipos. Tampoco estamos frente a un grupo de personajes de naturaleza bonachona. Ambientada en un universo atemporal donde lectores electrónicos conviven con televisiones viejas y un “score” electrónico de sintetizadores ochenteros, este trabajo de Mitchell se revela como una pieza sobre afectos engañosos. ¿Qué se esconde detrás de las personas y escenarios que nos rodean? ¿Cuáles son sus intenciones? La duda en torno a los vínculos es el monstruo que persigue a Jay, la verdadera maldición a enfrentar.

 

El Babadook (2013), película australiana dirigida por Jennifer Kent, le da un giro interesante a otro tropo clásico del terror: la posesión demoniaca. Seis años después de la muerte de su marido –fallecido a causa de un accidente de tráfico provocado por la premura de llevarla al hospital para dar a luz-, Amelia (Essie Davis) se encuentra al borde de un ataque de nervios a causa de su pequeño hijo, quien vive aterrorizado por las pesadillas que le produce el “Babadook”, un monstruo salido del libro de cuentos del mismo nombre. Al igual que Tenemos que hablar de Kevin (Lynne Ramsay, 2012), esta cinta lidia con la frustración y los horrores de la maternidad bajo el disfraz de un filme genérico. Amelia queda atrapada en una espiral descendente donde la fantasía y la realidad se vuelven indistinguibles, al punto en que ella misma se convierte en origen y extensión de la presencia maligna que amenaza el hogar.

 

Una expresión aún más extrema del rencor hacia la familia es Kill List, filme realizado por el británico Ben Wheatley que cuenta la historia del reclutamiento de un asesino a sueldo por un culto satánico. Kill List comienza con el matón quejándose con su esposa de un dolor de espalda y acaba con el enfrentamiento del protagonista contra un “jorobado”. El giro final que revela la identidad del “jorobado” es, sin exagerar, uno de los momentos más inquietantes que se hayan visto en pantalla. No hay ironía ni autoconciencia en Kill List, sólo nervio y devastación.

 

El terror en ti

De acuerdo con el director David Cronenberg (Cronenberg on Croneneberg, 1997), el terror promueve la experimentación: “El manejo del espacio es esencial en el cine. ¿Cómo, cuándo y dónde enseñas qué? En términos técnicos, eso se traduce en qué clase de lente utilizas, la cámara que seleccionas, qué tan amplias deben ser las tomas, la naturaleza de los acercamientos, etcétera. En ese sentido, el horror es una expresión pura del proceso cinematográfico: supeditado en su totalidad al espacio y tiempo, inmerso en cómo las imágenes y ritmos se relacionan ciertas clases de sonido y silencios. Cuando realizas una cinta orientada a un público general, experimentar con todas estas cosas es algo intimidante, pero con el horror resulta de lo más natural”.

 

Bajo la piel (2013), de Jonathan Glazer, es una fiel representante de este espíritu. El relato es mínimo: una alienígena (Scarlett Johansson) abduce a diversos hombres solitarios que encuentra en un diario recorrido las desoladas carreteras de Escocia. Conforme pasa el tiempo, la alienígena experimenta una crisis de identidad que redunda en su destrucción. Poseedora de una pesadillesca maqueta de sonido y repleta de imágenes memorables (botón de muestra: ese negro líquido en el que flotan las víctimas de Johansson hasta devenir solo en piel), quizá algunos puristas no consideren a Bajo la piel como una película de terror; sin embargo, cuesta trabajo pensar en una cinta más acabada sobre la tragedia de no sentirse humano. ¿Acaso existe algo más aterrador?

 

 

*FOTO: En Babadook, seis años después de la violenta muerte de su marido, Amelia (Essie Davis) lucha por recuperarse y por imponer algo de disciplina en su conflictivo hijo de seis años/Especial.

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