Los Bienamados: un díptico transgresor

Nov 7 • Conexiones, destacamos, principales • 5809 Views • No hay comentarios en Los Bienamados: un díptico transgresor

POR MAURICIO MATAMOROS DURÁN

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En un rincón dentro de Cineteca Nacional (en sí misma, aún un refugio del mundo externo y de los grandes cadenas comerciales de cine y su desmedida oferta) se ubica un bunker oculto dentro de la misma institución: en la Videoteca Digital Carlos Monsiváis el tiempo parece detenerse, velos de luz penumbrosa inducen a los visitantes en una animación suspendida que los acomoda sobre un futón y frente a pantalla en la que pueden disfrutar alguno de los 5 mil títulos de todo el mundo que guarda o guardará el catálogo, y que surge del acervo videográfico que el propio escritor y periodista dejó tras su muerte.

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De entre esa cantidad, en mi primera visita al refugio, decido escoger y reproducir un filme que, resulta, está cumpliendo medio siglo de que fue armado: Los Bienamados, díptico dirigido por Juan José Gurrola y Juan Ibáñez, a partir de cuentos de Juan García Ponce (Tajimara) y Carlos Fuentes (Un alma pura), respectivamente.

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En el primero de estos mediometrajes, de hecho, hace una aparición el propio Monsiváis, como parte de una masa fiestera entre la que se encuentran otros intelectuales (como el autor de la fuente original: Juan García Ponce) que conformaban una alegre y talentosa generación de artistas y autores hipsters (a la usanza original de los 40, y popularizada en los 50 y 60) que supieron divertirse y crear al mismo tiempo.

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Casi en el momento de su presentación, y más aún con el paso de los años, Los Bienamados se convirtió en un filme de culto del cine mexicano, antes de que existiera incluso el tan manoseado y sobrepasado terminajo. Las razones de esto no sólo atañen al largometraje en cuestión, sino igualmente a un grupo de filmes que marcan un momento histórico, un antes y un después.

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Para los años 60, el cine mexicano se encuentra en una crisis creativa en la que, se sabe, la industria era prácticamente sostenida por el éxito del cine de charros y de luchadores. En esa atmósfera, es que ante la desesperación de la propia Sección de Técnicos y Manuales del STPC (Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica), institución renuente durante años a permitir la entrada de nuevos directores a su organización, convoca en 1964 a un 1er Concurso de Cine Experimental, en el cual se inscriben más de 30 trabajos y cuyos 12 trabajos resultantes se producen en su mayoría y se presentan al siguiente año.

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Estamos hablando aquí, obviamente (y sólo para aclarar la perspectiva del tiempo, sobre todo a los lectores más jóvenes), de un momento histórico en el que no había teléfonos celulares con cámara ni cine digital, y las únicas maneras de filmar –sí, entonces sí se filmaba– fueron con cámaras de 16 y 35 mm, y el trabajo y organización monetario y físico eran algo que hoy día en las producciones independientes se ha minimizado en grandes cantidades.

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Bajo esas condiciones y con poca experiencia, aunque no con poca idea, talento y energía, varios autores sobresalen y entregan filmes que han logrado inscribirse en la historia del cine mexicano por méritos propios.

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Tras un interesante intercambio de opiniones y perspectivas en los medios escritos, el filme triunfador es Koka Kola en la Sangre (que posteriormente se le conocería como La Fórmula Secreta), de Rubén Gámez, el segundo lugar se lo lleva En este pueblo no hay ladrones, del entonces caricaturista Alberto Isaac, basado en un guión de Gabriel García Márquez, y sobresalen filmes como Amor, amor, amor (de Benito Alazraki, Miguel Barbarchano Ponce, Héctor Mendoza y José Luis Ibáñez), El día comenzó ayer (de Ícaro Cisneros) y Los Bienamados.

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El Concurso (convocado por Ícaro Cisneros, y para el cual fueron jurado, entre otros, Efraín Huerta, Jorge Ayala Blanco, Luis Spota, José de la Colina, Manuel Esperón, Huberto Batis, Fernando Macotela y Andres Soler, representando distintas instancias, como el PECIME, el STPC, SOGEM, UNAM, INBA y la ANDA), en principio, resultó fructífero pues arrojó un grupo de noveles realizadores de cine, que lograron evidenciar los vicios formales y discursivos de la vieja y establecida escuela de la industria fílmica de la época, proponiendo nuevas maneras de narrar y componer un filme. Aunque de cierta manera podría decirse que las obras concursantes estuvieron embebidas por tendencias extranjeras como la nouvelle vague francesa o el free cinema inglés, y no menos el cine de Federico Fellini, la dialéctica producida por los filmes resultantes del Concurso terminó con los prejuicios y temores de acercarse al cine para una nueva generación de autores, permitiendo el surgimiento de un cine subversivo al no acatar las líneas establecidas por la industria (esto finalmente, daría pie para escuela como las del Cine Pánico y el cine por Cooperativas).

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Pero ya en la práctica, fuera de Albertro Isaac y Juan Ibáñez (quien un año más tarde repetiría con Carlos Fuentes para entregar Los caifanes), ninguno de los realizadores concursantes logró lo que podríamos llamar carrera dentro de la industria; sin embargo, casi cada uno de los concursantes logró momentos clave dentro de la misma con sus trabajos en concurso.

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Como es el caso de la mencionada Los Bienamados, un filme cuya base son cuentos de autores ya importantes en aquella época para las letras latinoamericanas (García Ponce y Fuentes) y bajo la dirección de Gurrola e Ibáñez, inexpertos en el cine pero con carreras ya importantes en el teatro (además de que Tajimara fue fotografiada por quien se convertiría en uno de los renovadores de dicho arte: Rafael Corkidi; mientras que Un alma pura contaría con el trabajo de Gabriel Figueroa, como un gesto de buena fe ante el nuevo cine). De igual manera despuntarían los protagonistas, un grupo de actores jóvenes como Pilar Pellicer, Claudio Obregón, Enrique Rocha e, inclusive, un muy joven José Alonso, al frente de historias sobre amor/desamor y curiosamente coincidiendo en el amor incestuoso.

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Del Concurso de Cine Experimental no volvió a saberse prácticamente nada (en 1967 se celebraría una segunda edición, pero pasó casi de noche), pero la vanguardia –un poco tardía– de La Fórmula Secreta no pasó desapercibida y abrió canales sensoriales en futuras generaciones de cineastas; mientras que, tanto Tajimara como Un alma pura (que igualmente formaron parte del grupo de cortos apoyados en la producción por Manuel Barbachano Ponce para Amor, amor, amor) con sus visiones de autores cosmopolitas permitió el enriquecimiento formal de la industria que poco a poco tuvo que abrirse a nuevos panoramas formales y narrativos.

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¿A 50 años del disidente Primer Concurso de Cine Experimental cuánto ha crecido, enriquecido y abierto a voces sin apellidos afortunados la industria fílmica mexicana?

*FOTO: Claudio Obregón, Rafael Corkidi, Juan García Ponce y Juan José Gurrola, durante la filmación de Tajimara/Especial.

 

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