Festival de Morelia: cambio de ruta
POR IVÁN MARTÍNEZ
Ningún festival mexicano ha cambiado tanto su ruta entre direcciones artísticas consecutivas como el Festival de Música de Morelia “Miguel Bernal Jiménez”. Los últimos años, el festival se dedicó a cultivar los gustos exquisitos de su entonces consejero artístico Sergio Vela, privilegiando además de algunas visitas importantes en terrenos sinfónicos y barrocos, algunos de los más refinados grupos de cámara probables, haciendo posibles algunas de las sesiones más memorables que en años recientes se hayan escuchado en el país (sin olvidar algún ejercicio fallido, no achacable al encuentro, como el de Mutter-Bashmet-Harrel en lo peor de sus carreras).
Tras su despedida hace un año y ahora aconsejada por tres artistas intachables, los compositores Rodrigo Sigal y Javier Álvarez y el percusionista Ricardo Gallardo, el festival lleva a cabo su edición 2015 bajo un manto de experimentación y nuevas posibilidades sonoras, ofreciendo en general una paleta más variada fuera de la música de concierto que reagruparía a un público más amplio y diverso pero que resulta inconsistente con el que, dispar o no, venía siendo el espíritu del festival.
Asistí a su primer fin de semana con interés por conocer a la Geneva Camerata que inauguró el encuentro, pero sobre todo, para atestiguar lo que en una especie de homenaje se realizó alrededor del baterista Antonio Sánchez, un músico que, si bien está fuera de mis fronteras, he reconocido –y defendido (“En defensa de Antonio Sánchez”, Confabulario, enero 4, 2015)– como uno de los artistas más geniales de su generación.
Escucharlo contar su historia superó mi admiración hacia él, oír su masterclass me ofreció un entendimiento mayor de su terreno, el jazz, y presenciar la sesión que protagonizó el sábado 14 en la Casa de la Cultura de Morelia, con su Migration Band, me brindó el mayor placer posible: más allá de gustos por estilos o corrientes, no hay nada mejor que observar con el oído a un músico que comunica, que cuenta y transmite, que posee un discurso coherente, capaz que ofrecer una narrativa musical de casi una hora y media –sin interrupción: experimento jazzístico que sus especialistas analizarán– a la manera de una gran sinfonía, un guión fílmico de proporciones y arcos dramáticos exactos o, como él ha definido a su Meridian Suite, de una enorme novela musical.
Lo mejor es, en su caso, que desde un instrumento aparentemente limitado pueda ofrecer tal variedad de colores, texturas, matices, sea la más suave caricia con una escobilla en una de las tarolas o los más impetuosos fortes en todo el instrumental. Nunca inerme, nunca tímido, nunca un lastre.
Sea cual decida la dirección de este festival por llevar su nueva ruta, es éste el ejemplo de lo que debe prevalecer: conjunción de técnica y musicalidad. En cualquiera de las corrientes de las artes musicales a las que elija incluir.
Para su inauguración el viernes 13, el festival presentó en el Teatro Morelos a la Geneva Camerata, una orquesta jovencísima en trayectoria –se fundó apenas en 2013– y en sonido. Asistió de la mano de su fundador, David Greilsammer y tras una lectura sin tropiezos de la obertura a Lo Speziale, de Haydn, ofrecieron la Quinta Sinfonía en Sí bemol mayor, de Schubert: una apuesta osada para este ensamble de pequeñas proporciones.
Las características, de mano de una dirección tan blanda en precisión, fueron un pulso inestable en sus cuatro movimientos, problemas notables de afinación entre secciones de cuerda y muy evidentes en los cornos, una lectura sin cuidado en los detalles, un fraseo burdo, que con el sonido tan débil de todo el ensamble (alientos sin apoyo, cuerdas sin trabajo de unidad en sus arcos y fraseos) sólo pudo resultar en una de las medias horas más aburridas que se hayan escuchado en este festival… hasta que superaron el intermedio.
Para la segunda parte, la Camerata ejecutó Uruk, de Martin Jaggi, ejercicio de composición de insignificancias armónicas y rítmicas en el que no vale la pena ahondar, para cerrar su programa con el Concierto para piano no. 17, en Sol Mayor, K. 453, de Mozart, en el que el mismo Greilsammer se ofreció como solista.
Si con las manos libres su dirección había sido endeble, al intentar dirigir desde el banquillo de solista al piano, no pudo irle mejor, comenzando con sus propias limitaciones como tecladista: un sonido pequeño, sin fuerza, que tiene que ver con una técnica superflua y no con una concepción (por si alguien se fue con el engaño) y más evidente, con una falta de coordinación técnica que le llevó a barrer varios pasajes e incluso dejar de tocar algunas notas. Siempre dudoso, sus cadencias vacilaron entre la inseguridad y la falta de entendimiento del que quizá sea el estilo más claro y transparente; el de Mozart. La orquesta no pudo más que adecuarse a su propia estatura artística, siendo muy evidente la afinación siempre baja de la flauta y los pasajes balbuceados del primer fagot y los primeros violines.
Diría que se trata de un ensamble entre lo amateur y lo estudiantil, pero ofendería a las orquestas estudiantiles que al menos tienen una guía y propósitos pedagógicos.
*FOTO: El 14 de noviembre, acompañado de su Migration Band, el percusionista Antonio Sánchez ofreció una masterclass en la Casa de la Cultura de Morelia/Festival de Música de Morelia.