Antropofagia y emulación

Dic 19 • destacamos, principales, Reflexiones • 3281 Views • No hay comentarios en Antropofagia y emulación

POR CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL 

 

Clásicos y Comerciales

 

De los críticos literarios latinoamericanos contemporáneos pocos tan representativos como Joâo Cezar de Castro Rocha (Río de Janeiro, 1965), quien ha hecho una sólida carrera académica al amparo de su admiración por René Girard, Hans Robert Jauss y Wolfgang Iser, pero sin rehusarse a ejercer lo que hoy, a veces peyorativamente, es considerado como “periodismo literario” que no es otra cosa que la vieja e inmoralmente viva, vieja crítica. De la historia cultural que construye y desmonta identidades (Ó exilio do homem cordial, 2004) al perfil crítico heterodoxo (Machado de Assis: por uma poética da emulaçâo, 2013) a la recopilación de artículos y ensayos (Por uma esquizofrenia produtiva. Da prática à teoría, 2015), Castro Rocha continúa con el desciframiento de lo brasileño emprendido por Gilberto Freyre y Sérgio Buarque de Holanda, revisa de nuevo a Machado de Assis (el clásico moderno al que cada generación felizmente visita), clasifica a un inclasificable (Paulo Leminski) y se entromete entre los escritores brasileños de la Monarquía y de la Vieja República, toma posición ante los más jóvenes (exige mayor responsabilidad escribir sobre un autor primerizo que sobre Cervantes) y recrea sus lecturas maestras (Auerbach, Ortega y Gasset, Zubiri y Paz), no sin mostrar sus debilidades, aquellas en que se disfruta la intimidad con frecuencia extraña del crítico: Shusaku Endo, D.H. Lawrence y el mexicano David Toscana, nuestro contemporáneo.

 

El inmenso Brasil no fue ajeno al enigma de la identidad que agobió no sólo a las naciones vecinas de origen hispánico sino a la propia España, la derrotada en 1898, de Unamuno, para no hablar de similares obsesiones identitarias, como las eslavas. Si Martínez Estrada cuenta en la Radiografía de la Pampa (1932), la conquista de la Argentina como la ocupación del vacío, los brasileños, de alguna manera, invadieron como mercenarios su propio país, desplegándose brutalmente desde las sensuales y esclavistas costas mestizas hasta el árido norte, como lo cuenta esa “topografía” del Brasil, como llama Castro Rocha a Los sertones de Euclides Da Cunha. Frente a ese extremo, la doble barbarie del jacobinismo y el mesianismo –en Canudos los republicanos creyeron ver una conspiración monárquica cuando se trataba de milenarismo popular–, la civilización brasileña inventó un tipo humano al cual Buarque de Holanda en 1936 llamó “el hombre cordial”, expresión que habría de fascinar a Alfonso Reyes, quien despachaba en ese entonces en Río de Janeiro, aunque supiera que no significase exactamente lo que suena en español.

 

El hombre cordial actúa guiado por su corazón, es un apasionado y una de sus pasiones es mantenerse libre lejos de un Estado al que necesita y mucho, sobre todo si es intelectual pues el modelo brasileño, aclara Castro Rocha en O exílio do homen cordial, es el de los franceses. Desde Ferdinand Denis (1798-1890), el descubridor “literario” del Brasil, esa literatura ha necesitado de la legitimidad estatal y de lo que ello implica: trasgredir, medrar, engañar. Castro Rocha, buen conocedor de la América hispánica, juega con el mal entendido de la expresión. Si el brasileño no es cordial, sueña con serlo. Leer a los críticos brasileños no es fácil para un hispanoamericano: lo que para nosotros es historia, para ellos es sociología, como si aquello no acabará nunca de construirse. Por ello la amarga broma que sigue al título del libro casi póstumo de Stefan Zweig: Brasil es el país del futuro (1941)… “y siempre lo será”, se agrega. Como si aquella sociedad, dice Castro Rocha, sufriera de una inversión de la escala cronológica, remontándose a la infancia en la medida de su envejecimiento.

 

En México, aventuro, quizá sólo el Jorge Cuesta crítico del nacionalismo, en los años treinta del siglo pasado, hubiera entendido ese “exilio del hombre cordial” en sus propios términos, los del “desarraigo”. Y es aquí donde ante la misma angustia identitaria, la vanguardia de allá (el modernismo brasileño de 1922) con Oswald de Andrade al frente, propuso una solución salvaje: la antropofagia. No se trata de destruir el pasado, como se lo proponía ingenuamente el futurista Marinetti, sino de devorar la cultura europea, nutrirse de ella sin recato, como lo explica Castro Rocha en Por uma esquizofrenia produtiva, libro compilado por Valdir Prigol. Pero antes de la digestión o fagocitación manifestada célebremente por Andrade en 1928, en Machado de Assis: uma poética da emulaçâo, Castro Rocha estudia la extraña metamorfosis sufrida por quién quizá sea el más original de los novelistas latinoamericanos del XIX, quien tras criticar, con las armas de la moral, la imitación que el portugués Eça de Queiroz hacía de los novelistas franceses, se propone un salto hacia atrás, esa emulación, más neoclásica que romántica, parecida a lo que yo he llamado “innovación retrógrada” en las letras mexicanas decimonónicas, operación que no produjo, empero, nada similar a un Machado de Assis, el autor de las Memorias póstumas de Blas Cubas (1881) y de Quincas Borda (1891), un interlocutor de Borges, no de Rubén Darío. Castro Rocha comprende, también, que las llamadas literaturas menores o periféricas tuvieron su teórico en el danés Georg Brandes, el “descubridor” de Nietzsche, quien se sirvió, sobre todo, de la lengua alemana, para ocupar ese centro que su condición danesa le tenía vedado. Brandes, el único crítico literario que estuvo cerca de ganar un Premio Nobel.

 

Aunque varios de los artículos de Por uma esquizofrenia produtiva delatan la tiranía de los estrictos 3500 caracteres, a la recopilación de Castro Rocha le alcanza el espacio suficiente para poner al crítico frente al porvenir. Si hasta la Poesía Concreta ya venía injertada en Machado de Assis, un crítico brasileño difícilmente se puede dar el lujo de ser conservador y frente a los actuales “productores de texto”, supuestos autores de una renovación literaria a la altura del cisma tecnológico que ha significado la red, Castro Rocha se toma la molestia de tomarlos en serio y de preguntarse si el tiempo hará lo propio con ellos.

 

 

*Foto: La obra del escritor Joaquim Machado de Assis abarcó desde el periodismo hasta la novela realista. En la imagen, el autor en un retrato del pintor brasileño Henrique Bernardelli/Especial.

 

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