Filósofo que ríe
POR MARINA PORCELLI
El hombre, ese animal de la polis, es también el animal que ríe: en la juntura de esas sentencias aristotélicas, la risa construye su premisa en el lazo social. Siempre se ríe en grupo, digamos. Algo subyace, y ese algo que subyace es comprendido / compartido para reír. La risa, entonces (en su tradición más canónica: la ironía de Sócrates y de Kierkegaard; la liberación de tensiones de Freud; y el agregado de Bergson, “el hombre es también aquél que hace reír”) conforma uno de los componentes con los que Zizek organiza su prosa, uno de los mecanismos con los que articula su trabajo vastísimo.
Y me explico mejor. Slavoj Zizek que nació en Eslovenia en 1949, que publicó más de cuarenta libros de filosofía y psicoanálisis (El sublime objeto de la ideología, El espinoso sujeto, Sobre la violencia: seis reflexiones marginales, por nombrar algunos títulos), que es boom editorial desde hace años, y que se caracteriza, centralmente, por fusionar a Marx con Lacan, se caracteriza también por tener un vínculo muy específico con el humor: utiliza el chiste para re-ubicar el planteo. Vale decir, la propuesta filosófica desplegada por Zizek se cotidianiza gracias al acto de bromear, quita solemnidad a las largas parrafadas sobre Kant o sobre Hegel y, de algún modo, se actualiza. Los chistes, en Zizek, enlazan ideas, y dan un ritmo nuevo a la prosa, y evitan así que el desarrollo teórico quede aislado, o se reitere, o te mande a dormir.
Concretamente, en el prólogo de Mis chistes, mi filosofía, la compilación de fragmentos de libros publicados entre 1989 a 2012, en los que aparece el humor, Zizek señala dos claves de lectura: por un lado, nadie sabe quién es el autor de casi todos los chistes (y de esa autoría anónima se apropia el colectivo); y por el otro, su funcionalidad suele ser la de “estabilizar situaciones”, drenar la tensión, y mantener así el statu quo. Esto último es importante porque los supuestos sobre los que trabajan los chistes, sus implicancias y desplazamientos, son el terreno que busca desenmascarar teóricamente Zizek. Y tal vez, entre los temas múltiples y variados que se esbozan en este libro (el judaísmo, el cristianismo, la Unión Soviética, la tríada hegeliana, la relación de objeto de Lacan, o el adulterio), el más nítido implique la crítica a las políticas identitarias, al cuestionamiento de la lógica binaria de roles de género y la defensa de la diferencialidad. Los nombres de Hitchcock, Monty Python, o Groucho Marx se suceden a lo largo del libro.
Ahora bien. “Temas esbozados”, anoté más arriba, porque quizá lo que resulta equívoco en este volumen tenga su indicación en el título: en rigor, no se trata del despliegue de una propuesta filosófica, sino que los fragmentos, así compilados, no siempre alcanzan para articular y desarrollar un planteo íntegro: la descontextualización sobre la que muchas veces se enfilan los chistes debilita las ideas o provoca confusión. Ciertas analogías se presentan de manera muy forzada (y la analogía, en la obra de Zizek, es fundamental para precisar sus posicionamientos), ciertas ideas no terminan de moldearse. Es el caso de la página 29, cuando se toma el ejemplo de Orfeo y Eurídice, y se explica la pérdida de ella como vehículo para la creación (“pierde a Eurídice de manera intencionada a fin de recuperarla como objeto sublime de inspiración poética”). En este punto, no se trata de las objeciones que pueden hacerse a lo escrito por Zizek, sino de las conclusiones que se proyectan a partir de la descontextualización del fragmento.
Sin embargo, es justamente en la analogía donde el humor de Zizek cobra una mayor funcionalidad. Los chistes como viñetas, como ilustraciones de ideas, como re-actualización y como puesta en práctica de las premisas. Zizek trabaja con la certeza de que todo parangón, para no develar su arbitrariedad, debe iluminar alguno de los términos. Los chistes, en este libro, son explicativos o estereotipan casos, los chistes son un método de exposición. Por eso no sorprende (aunque sí vuelve monótona un tanto la lectura) la estructura repetida en la mayoría de los fragmentos (las citas abajo y el subrayado es mío); por eso Zizek despliega variaciones del mismo chiste, agregando y enfatizando los distintos rasgos de una idea.
“El significado de una escena puede cambiar completamente (…) tal como ocurre en un clásico chiste soviético…” (página 25)
“La función de la repetición queda perfectamente ejemplificada con…” (página 15)
“Así es cómo funciona la identificación fantasmática: nadie, ni siquiera el propio Dios, es directamente lo que es…” (página 19)
“Para comprender mejor este no-todo, veamos un maravilloso chiste dialéctico de la película…” (página 57)
“Durante décadas, un chiste clásico ha circulado entre los lacanianos para ejemplificar el papel fundamental del conocimiento del Otro…” (página 78)
Una cosa más. En el epílogo de Mis chistes, mi filosofía, firmado por Momus (músico inglés y autor de The Book of Jokes, 2009), se cuenta cómo el filósofo esloveno narra un mismo chiste de distintas maneras, cómo atribuye una broma a autores diferentes de acuerdo con el segmento teórico que trabaje, o cómo inventa directamente una situación jocosa. El humor no es solo humor, parece desprenderse como premisa del libro. Ya que, para Zizek, los chistes aligeran el tono de la prosa, ejemplifican claves filosóficas y, sobre todo, aterrizan su propuesta en lo cotidiano, en lo actual. Sin embargo, tal como está planteada la sucesión de fragmentos muy breves, el volumen terminará por ser útil o interesante para alguien que lo aborde como un rápido cuaderno de notas.
*Slavoj Zizek, Mis chistes, mi filosfía, Anagrama, 2015, 176 pp.
*FOTO: En Mis chistes, mi filosofía, su libro más reciente, Slavoj Zizek explora los alcances explicativos del chiste sin escatimar la importancia de personajes clave del humor popular/Especial.
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