Carlos Chávez y sus mundos
POR IVÁN MARTÍNEZ
Para su edición 2015, el Bard Festival que se lleva a cabo durante agosto en el Bard College de Nueva York y que se distingue por dedicar su programación académica y artística al estudio de un solo compositor, dedicó por primera vez su cartel a uno latinoamericano: Carlos Chávez (1899-1978), la figura más importante en el desarrollo de la música clásica de nuestro continente en el siglo XX junto a Aaron Copland, el único otro compositor americano a quien se le ha dedicado el Bard.
Del la preparación previa, surgió un libro coordinado por la musicóloga Leonora Saavedra, Carlos Chávez and his world, editado por Princeton y el propio festival, que se encuentra desde hace unas semanas en distribución mundial y que debe estar pronto disponible en México sin necesidad de las tiendas online. Debiera ser una tarea primordial para la nueva Secretaría de Cultura que eso suceda.
Ya desde la introducción, Saavedra da cuenta en un amplio y completo perfil de la diversa trayectoria de quien, con precisión, se perfila como el artista más poderoso de México en el siglo XX. Desde esas primeras páginas, se esboza una biografía artística de cada una de las trincheras que ocupó el compositor y que más adelante se tratan ampliamente en los ensayos incluidos, y que a diferencia de textos anteriores, van más allá de su mera influencia musical en el desarrollo de la música académica del continente:
La reorganización del Conservatorio Nacional, que no fundación; la creación del Instituto Nacional de Bellas Artes, que más allá de lo que se pueda decir de sus labores entonces y ahora, significó la institucionalización de una política estatal hoy inmarcesible de protección al patrimonio artístico nacional; la fundación de la Orquesta Sinfónica de México, luego Sinfónica Nacional, con su otrora programación de vanguardia; sus relaciones con el poder político, de Narciso Bassols a Miguel Alemán Valdés; y su pedagogía.
Hay ensayos más académicos que otros, pero ni esos son textos sólo para entendidos, sino para todo aquel interesado en los muchos mundos de Chávez: la recepción de su música en Nueva York (imprescindibles las citas al mayor crítico norteamericano del siglo, Virgil Thompson), su relación con Copland (uno de los temas más trillados, pero desde un nuevo ángulo que agrega el factor Revueltas), los específicos sobre su música (el más relevante quizá sea el de Julián Orbón sobre sus sinfonías), y la influencia recíproca con artistas de otras disciplinas: los Contemporáneos, tema fértil y virgen para críticos literarios igual que para musicólogos, Paul Strand, Diego Rivera, y un buen etcétera.
Está, por supuesto, uno de los temas más apasionantes y polarizantes en la historia musical patria: la relación con Silvestre Revueltas. Vista aquí con objetividad y sin apasionamiento, por uno de los más destacados revueltianos, Roberto Kolb, quien presenta un preciso recuento de admiración musical mutua.
(Para quien busque resolver la controversia personal, recomiendo acudir a la entrevista Chávez-Alcaraz, publicada en Proceso, el 7 de agosto de 1978: irrebatible en los registros para pesar del antichavismo.)
Otro tema fascinante, quizá visto un poco con frialdad de entusiasmo, es el recuento que hace la acuciosa Ana Alonso-Minutti de los albores de El Colegio Nacional. Su legado ahí, además de los conciertos-conferencias que resumieron al final de su vida una obsesión de juventud, la formación de públicos, se sintetiza con una cita que la investigadora trae de Jaime García Terrés: el éxito que tuvo en la tarea de incorporar a la música como una disciplina intelectual.
El libro, no solo viene a llenar un vacío que había para el entendimiento y análisis de las artes mexicanas en el siglo XX; más que eso, reconoce la amplitud del estudio que necesita este compositor, este maestro, este hombre del poder.
Hace algunos años, tras el centenario de José Pablo Moncayo, un funcionario cultural preguntó quién o qué debía seguir en el rescate de nuestros compositores. No dude en mencionar el nombre de Carlos Chávez, pero no con un proyecto en extenso que recuperara, como con el tapatío (de catálogo infinitamente más pequeño), su música en papel y en disco, sino –porque ya tenía bastante cobertura, pues se consiguen la integral de sinfonías con Eduardo Mata, la de música de cámara por el Southwest Chamber Music y Tambuco, y la de piano solo con María Teresa Rodríguez–, en la reivindicación de un personaje, vapuleado por fobias sin sustento de la izquierda musical, que con liderazgo y visión pavimentó el camino de nuestras instituciones culturales y de nuestra música.
Este libro, más que el propio festival que se le dedicó hace meses y aun con las naturales deficiencias de un volumen que no puede ser infinito (no trata, por ejemplo, su labor como crítico, una disciplina a la que acudió con frecuencia durante más de cincuenta años, muchas veces en las páginas de EL UNIVERSAL), es el inicio más sólido para ello.
*FOTO: El libro Carlos Chávez and his world es un recuento amplio y crítico del legado de este compositor. En la imagen, Carlos Chávez en 1973/Archivo EL UNIVERSAL.
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