El último Holocausto de la especie

Ene 23 • destacamos, principales, Reflexiones • 3103 Views • No hay comentarios en El último Holocausto de la especie

POR: JAIME MESA
Autor de Las bestias negras (Alfaguara, 2015); @jmesa77

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Los protagonistas de la nueva novela de Emiliano Monge, Estela y Epitafio, jefes de una banda de secuestradores de migrantes, se dicen en algún momento: “¡Ya seguro vas a haberte encabronado… tanto que no vas a tener ganas de escucharme… si consigo ahora llamarte no querrás ni hablar conmigo… nada más no te contesto y te entra el loco!”; y su respuesta desesperada: “No me puedes no querer… eso no puedes… no me puedes tú no haber llamado a mí porque no quieres tú llamarme.” Hay un narrador omnisciente que cuenta este mundo pero las voces de los personajes se rebelan por aquí o por allá porque parece que nadie entiende (como reflexiona otro personaje): “… que para este hombre, que llegó al mundo de la nada y que así, desde la nada, ha intentado habitarlo, una mujer sea el único hogar que hay en la tierra”.

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Con estas frases, cursis, modestamente primarias y paralelas a la realidad infernal de la novela, es que una pareja equilibra su amor e inaugura uno de los episodios más potentes de la narrativa mexicana actual. La normalidad de una relación (amorosa) humana, con sus crisis de comunicación, con sus imposibilidades, con sus pequeñas victorias, frente a la anormalidad del jinete del Apocalipsis en que se ha convertido la migración. Este duelo simbólico, o boxeo de sombra, es el principal juego de la novela Las tierras arrasadas. Y es un juego contado a varias voces (diálogos, testimonios reales, un narrador a lo Sada pero más severo y en tercera persona) pero, acá está la clave, inmersos en un mismo discurso que transcurre uniforme.

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En alguna entrevista, Emiliano Monge ha dicho que cree en los libros que no tratan a la violencia o al narcotráfico (o la migración) como personajes, y los ubican más bien como un escenario donde puede ocurrir cualquier historia. Las tierras arrasadas, que ubica como fondo los secuestros a migrantes, cuenta la historia de una pareja (casi común) que podría vivir en cualquier parte.

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A la par de esta “normalidad” se narra el eterno final de tránsito de miles de migrantes en su deambular (¿via crucis?) hacia un Paraíso inexistente. El juego metaliterario que emprende Emiliano Monge respecto a la Divina Comedia se revisa en el descenso a los círculos del infierno de los migrantes. Monge no examina vidas individuales, porque quizá no las hay, más bien las observa como masa, como un ejército anónimo que ocurre mientras “los malosos enamorados” hacen lo que tienen que hacer.

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Y éste es, quizá, uno de los síntomas mejor revelados de la novela: la pérdida de la identidad porque, mientras los migrantes son los “sinDios”, los “ellos”, los secuestradores son seres con apodos pasajeros. Se llaman Sepelio, Osamenta; El padre Nicho, Mausoleo y el propio Epitafio, todos, elementos de un entierro.

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Al contrario de El cielo árido, novela anterior de Monge, una implosión de las distintas Eras de la vida de un pequeño dictador, en esta nueva entrega pretende una consumada explosión en donde no sólo las zonas de la existencia de un hombre se revisan; también deambulan los mundos literarios de Jesús Gardea, Daniel Sada y Juan Rulfo. Ésta, entonces, es su obra más expansiva: un monstruo con aires de novela total.

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En los tiempos de la literatura del yo, Monge nos enfrenta, desde el “ellos” o el “ustedes” a la literatura del “nosotros”. La fabulación vuelve, crear escenarios y personajes que no provienen de la biografía del autor pero sí de sus demonios y esfuerzos humanos por entender la condición humana. El yo es el verdadero monstruo de nuestros tiempos.

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Esta es una novela construida a partir de una profunda investigación que deja ver los colmillos en las estampas testimoniales (glosa a lo real) que funcionan como coro griego a lo largo de la novela. Emiliano Monge sitúa las acciones de sus personajes en una suerte de “selva desértica”, una de esas atmósferas post-apocalípticas que aparecen después de las guerras por control territorial o petróleo, matanzas étnicas, persecución o, como es el caso de Las tierras arrasadas, el intento de cruce hacia una vida mejor. La migración, esa nueva ordalía, se presenta en la novela de Monge como una resignación, como un proceso ya consolidado en nuestra realidad.

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Emiliano Monge construye una épica con ideales nuevos, o trastornados, de una violencia donde los protagonistas ya no son aquellos héroes del pasado ni los antihéroes modernos, si no simples engranes en un panorama mucho más amplio que, acaso, ninguno de nosotros puede atisbar aún. La épica de nuestro tiempo se yergue en las vidas minúsculas de “los más cabrones” o los que logran sobrevivir por astutos o culeros.

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Como Rulfo, Emiliano logra descoyunturar el lenguaje para abrir una realidad paralela. Logra un mosaico con una oralidad inventada, usando el hipérbaton como su principal aliado, para torcer un “habla natural” en frases que son justas para este mundo del horror (¿lo embellece?). Más que la transcripción o invención de la anécdota violenta, este lenguaje concentra la esencia del horror, como un lente lingüístico, para decir lo importante: la violencia cada vez es más ruda y, aunque nos impacta, nos importa menos. La arriesgada metáfora de la historia de amor entre los protagonistas, que cruza el pantano de sangre sin mancharse, es un ejemplo de que, lo terrible, es que nuestras vidas, bien o mal, pueden ir tirando hacia adelante mientras nuestros vecinos van cayendo.

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Estructuralmente la novela es un largo pasaje climático. No hay una progresión dramática donde todo se acomoda para alcanzar pequeñas cimas hacia un gran final. Todo es clímax. Y ese estado de excitación que promueve dicha estructura paraliza el sentido del horror en el lector. En cada esquina hay una tragedia. Y no hay distintos decibeles entre ellas. El horror es uno mismo constante y sin respiro.

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¿Nos parece inconcebible vivir así? ¿Nos parece terrible que alguien se acostumbre a tener una vida, lograr un amor, en estas condiciones infernales? El autor intuye un par de asuntos que ya el lector revisará. La novela de Emiliano Monge no se estanca en las 342 páginas que la conforman. Si la realidad real y sus documentos son explícitos, Las tierras arrasadas muestra una realidad verdadera y, sobre todo, implícita. De ahí la verdadera importancia de esta novela.

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Las tierras arrasadas, Emiliano Monge, Literatura Random House, México, 2015, 342 pp.

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*FOTO: Las tierras arrasadas, Emiliano Monge, Literatura Random House, México, 2015, 342 pp/Especial. 

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