Leonor Villegas: dos veces rebelde

Mar 5 • Conexiones, destacamos, principales • 9323 Views • No hay comentarios en Leonor Villegas: dos veces rebelde

POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ

 

El 17 de marzo de 1913 la señora Leonor Villegas de Magnón, descendiente de la oligarquía porfiriana, casada por la ley de Dios y madre de tres hijos, decidió mandar muy lejos al marido. Entre las balas que el ejército federal lanzaba contra las tropas que al mando de Jesús Carranza intentaban tomar Nuevo Laredo, esa madrugada Villegas convocó a algunas de sus compañeras con las que había colaborado en el periódico El Radical, a las damas de alta sociedad que en los dos Laredos habían manifestado sus simpatías por Francisco I. Madero, y en un vehículo en el que colgaron una toalla con una cruz roja pintada a brochazos, coordinó el auxilio a los heridos del bando constitucionalista.

 

Para la investigadora Marta Eva Rocha, autora de Los rostros de la rebeldía, veteranas de la Revolución mexicana 1910-1939, que en próximas fechas pondrá en circulación el INAH, Leonor Villegas es sólo un caso que ejemplifica el cambio en la percepción que las mujeres tuvieron a partir de su participación en la Revolución.

 

“En el caso de las mujeres se vuelven excepcionales cuando descubres una serie de documentación que cambia su historia. Con Villegas estábamos trabajando en un principio con sólo cuatro fojas”, dice la investigadora, que ha explorado más de 400 expedientes de veteranas revolucioanrias.

 

Hasta 1910, Leonor había vivido en “el cénit de la gloria y riqueza”, como lo menciona en su autobiografía. 37 años, aristócrata, heredera de ranchos ganaderos en ambos lados de la frontera y con un marido en la alta dirección de las principales empresas marítimas del país, esa madrugada Leonor Villegas decidió fundar la primera brigada de sanidad del Ejército del Noreste. Podemos dividir su vida pública en una primera etapa revolucionaria –que termina con la derrota de Victoriano Huerta en septiembre de 1914– y en una segunda etapa de casi cuatro décadas en la que su nombre fue una de las notas del incordio en la narrativa oficial que hizo de la Revolución Mexicana una obra exclusiva de hombres.

 

Villegas, conocida como “La Rebelde”, era la consumación de dos educaciones paralelas. Mientras su infancia la había pasado a lado de sus tres hermanos en los ranchos propiedad de su familia en Tamaulipas y Estados Unidos, poco después de la muerte de su madre fue enviada al convento de las monjas Ursulinas en San Antonio, Texas. A los 19 años concluyó la carrera de educadora y en 1901 contrajo matrimonio con Adolfo Magnón,  estadounidense de origen francés.

 

Desde el momento en que el Ejército Constitucionalista intentó tomar esa ciudad, narra Villegas en su autobiografía, se dio la primera participación de la Cruz Blanca Constitucionalista. Esta hija desobediente del porfiriato cuenta el desarrollo de la lucha en contra del usurpador Victoriano Huerta en el que las protagonistas eran las enfermeras y médicos voluntarios.

 

En su autobiografía, Villegas relata que luego de la derrota, la Cruz Blanca permaneció en el Hospital Civil de Nuevo Laredo en guardia permanente. Días después, ante la amenaza de fusilamiento de los heridos, las enfermeras más jóvenes distrajeron a la guardia federal mientras otras compañeras ayudaron a treinta convalecientes a cruzar el Río Bravo.

 

A esta batalla siguió un periodo de exilio en Estados Unidos, en los que la Cruz Blanca Constitucionalista desarrolló tareas de propaganda, como agentes confidenciales, y en el que no escasearon episodios de enfrentamiento entre Villegas y los mandos revolucionarios. El 1 de enero de 1914, las fuerzas constitucionales intentaron otra vez apoderarse de Nuevo Laredo. Para ese momento, Villegas recurrió a parte de la herencia que su padre le había dejado tras su muerte en 1913 y a sus contactos en la alta sociedad de las dos ciudades fronterizas para instalar el puesto de socorro.

 

Clara Lomas, quien rescató durante la década de los 90 el testimonio de “La Rebelde”, refiere que luego de este segundo ataque fallido de las fuerzas del general constitucionalista Pablo González, sus hombres se internaron en territorio estadounidense. Los heridos fueron atendidos en la casa de Villegas en Laredo, Texas. El 16 de enero, el coronel estadounidense A. H. Jones se presentó en el improvisado sanatorio con la intención de detener a los pacientes, pero ante la negativa de Villegas sólo consiguió montar una guardia frente al puesto de socorro.

 

“Jones informó que la señora Magnón aumentó la confusión al hacer que las visitas intercambiaran ropas con los presos, haciendo que los presos posaran como asistentes, y demás. Diez o quince se fugaron por su propio pie. Pero los heridos más graves no lograron aprovechar la confusión creada por la señora Magnón y Jones al fin trasladó a 37 hombres al custodio del Fuerte McIntosh”, menciona el historiador J.B Wilkinson, citado por Lomas. Para la defensa de estos detenidos, Villegas recurrió a los servicios de abogados y solicitó audiencias con las autoridades civiles de Texas. Luego de varias semanas los prisioneros quedaron en libertad.

 

A medida que las tropas de Venustiano Carranza ganaban posiciones al ejército huertista, la labor de la Cruz Blanca Constitucionalista –que después recibió el nombre de Cruz Blanca Nacional– se extendió a las ciudades de Durango, Torreón, Saltillo, San Luis Potosí y Querétaro. Las diferencias entre los distintos grupos de socorro se manifestaron claramente. Luego de su entrada a la capital del país el 14 de septiembre de 1914, las voluntarias de la Cruz Blanca permanecieron hospedadas en el céntrico hotel Cosmos en espera de que se les asignara un hospital. Ante la falta de respuesta de Carranza, que luego del triunfo sobre las tropas federales consideró secundaria la importancia de la Cruz Blanca, Leonor Villegas presentó su renuncia ante el primer jefe y ordenó el retiro de la brigada itinerante.

 

Tras casi dos años de actividades revolucionarias, “La Rebelde” regresó a Nuevo Laredo convencida de que, además de contribuir a derrotar a Huerta, su empresa evidenció que el reconocimiento de igualdad por parte de los generales revolucionarios no significaba un compromiso que se reflejara en leyes y en espacios de dirección.

 

Autobiografía enclaustrada 

 

Entre el 19 de marzo y el 7 de junio de 1961, el periódico The Laredo Times publicó la la autobiografía de Leonor Villegas en una serie de entregas con el título de The Rebel. Cuarenta y ocho años después de la primera intervención de la Cruz Blanca, se cumplía el deseo de su autora para que la  historia de la Cruz Blanca fuera conocida en ambos lados de la frontera.

 

La autora, fallecida cinco años antes en la Ciudad de México, había intentado que varias editoriales de México y Estados Unidos publicaran su testimonio. El principal pretexto que las editoriales oficiales dieron para rechazar su publicación fue que a diferencia de las memorias que incluyó en su programa de testimonio oral, la obra de Villegas estaba estaba escrita en tercera persona.

 

En contraste, Lomas consigna la tendencia de la industria editorial mexicana por dar prioridad a la voz de los hombres frente a la obra de sólo cuatro mujeres: Consuelo Peña de Villarreal (La revolución en el Norte, 1968); Sara Aguilar Belden de Garza (Una ciudad y dos familias, 1970) y María de la Luz Jiménez (De Porfirio Díaz a Zapata: memoria nahuatl de Milpa Alta, 1974). A éstas se suma Cartucho y Las manos de mamá, de Nellie Campobello, publicadas en los años 30. Todas ellas oscilan entre el testimonio en calidad de testigos, relatos familiares y costumbristas de la Revolución. A excepción de las dos obras de Campobello, clasificadas como ficción breve, los testimonios de estas mujeres fueron publicados después de la muerte de Villegas. Lejos de buscar el aplauso de la crítica literaria o de incorporarse al canon de la novela de la Revolución, la obra de Villegas buscaba mantener un legado histórico sobre el liderazgo que en los hechos había ejercido en el campo de batalla.

 

En la década de los 20, Villegas radicó en Laredo, donde fundó un jardín de niños y se involucró en el movimiento feminista texano. Para 1940 se mudó a la Ciudad de México donde participó a lado de otras mujeres en su reconocimiento como veteranas revolucionarias.

 

Luego de su muerte en 1955, su hija Leonor Grubbs se encargó de divulgar sus memorias con algunos logros en medios locales. Fue hasta la década de los años 90 cuando la académica Clara Lomas descubrió la importancia de este documento como parte de una investigación sobre literatura chicana focalizada en testimonios fronterizos.

 

Los textos también viven sus propias historias hasta su publicación. A partir del rescate que Clara Lomas hizo dentro de un programa literario de la Universidad de Houston, la nieta de Leonor Villegas donó el archivo particular a esa casa de estudios. Fueron las gestiones de la investigadora chicana, con la colaboración de Martha Rocha, las que permitieron que la Dirección de Estudios Históricos del INAH publicara La Rebelde en 2004.

 

Lomas hace una defensa del liderazgo de las mujeres en los periodos prerrevolucionarios y durante el conflicto armado como un grupo germinal que primero se manifestó desde las trincheras del periodismo. No eran una creación aislada de la Revolución, sino un grupo heterogéneo de dirigentes, a veces con visiones encontradas, pero que sostuvieron un discurso feminista que trabajó a partir de los márgenes que establecían lo femenino en la sociedad porfiriana: “[María Esther] Ramírez, las hermanas Villarreal, Villegas de Magnón, [Jovita] Idar y los miembros del equipo de La Voz de la mujer y Pluma Roja eran las intelectuales orgánicas de su época que mostraban las diferentes posturas discursivas de las mujeres en el interior de sus sociedades, posturas informadas por las narraciones maestras del racionalismo, la religión y el anarquismo. Hasta hoy no se ha visto el trabajo de estas mujeres como editoras ni sus colaboraciones escritas. Su trabajo no ha sido reconocido en México, ya sea por sus afiliaciones políticas o por la discriminación genérica”.

 

Lomas abunda en valoraciones de género que influyeron para que la publicación de La Rebelde se dilatara por décadas: “El género de autobiografía/memoria encarceló el relato de Villegas de Magnón en una forma narrativa que históricamente era privilegio de la autoridad, autoría y discurso masculinos, y que ignoraba o devaluaba esas mismas cualidades femeninas”.

 

La doble rebeldía de Leonor Villegas muestra cómo, en mayor o menor medida, los sucesivos gobiernos que nacieron de la Revolución ejercieron un feminismo de simulacro que dilató la presencia testimonial de las mujeres por la manutención de una voz masculina en el relato revolucionario.

 

“Para feministas como Hermila Galindo, Elena Torres, Elvia Carrillo Puerto, Atala Apodaca y Rosa Torres, su vida cambió. No regresaron a casa. Rompieron la dicotomía entre espacio público y privado. Algunas siguieron muy activas y con liderazgos en los proyectos educativos de José Vasconcelos y Aarón Sáenz. Otras se incorporaron a puestos directivos en la administración pública”, menciona la investigadora Martha Eva Rocha Islas.

 

Sin embargo, esta incorporación tuvo claroscuros que quedaron asentados en los expedientes de veteranos, como el caso María Teresa Rodríguez, quien se sumó a la Revolución desde el Maderismo y que en la etapa constitucionalista obtuvo el grado de coronela por sus actividades de reclutamiento, propaganda y de agente confidencial.

 

“Ella se exilió tras la muerte de Carranza. A su regreso, cuando Lázaro Cárdenas hizo el decreto de veteranía en 1939, pidió reingresar al Ejército. En su expediente aparece la famosa circular #76 de 1916, en la que Carranza desconoció todos los trabajos de carácter militar y los despachos extendidos a mujeres. Sus grados militares fueron desconocidos con la intención de que no pudieran reingresar al Ejército y reclamar una pensión”, relata la Rocha Islas.

 

Ramírez recurrió con otras tres veteranas a las autoridades judiciales, que confirmaron la negativa del Ejército a partir de una circular de 1917 en la que Carranza prescindió de los servicios de las mujeres en esta secretaría.

 

“Estas decisiones buscaban mantener al Ejército como una institución fundamentalmente patriarcal. Hasta años muy recientes se han reconocido los grados de mujeres en cuerpo de ingenieros, de sanidad, y hasta el sexenio pasado se dieron los primeros nombramientos de mujeres como generales de división”.

 

*FOTO: Leonor Villegas creó en 1913 el grupo de socorristas conocido como Cruz Blanca Constitucionalista. En la imagen, “La Rebelde” (sentada), en compañía de una de sus ayudantes y con la bandera de esta brigada de auxilios médicos/ Tomada del libro Los rostros de la rebeldía, veteranas de la Revolución mexicana 1910-1939, de Marta Eva Rocha Islas.

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