Galeano, a la caza de historias

Abr 23 • destacamos, Lecturas, Miradas, principales • 4685 Views • No hay comentarios en Galeano, a la caza de historias

POR JOSÉ JUAN DE ÁVILA

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El uruguayo Eduardo Galeano (1940-2015), como su compatriota Mario Benedetti y Gabriel García Márquez, ha sido uno de los escritores de la izquierda latinoamericana más querido por sus lectores.

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En 45 años, sus obras se transformaron en best sellers, a cuyas presentaciones acompañaban multitudes. Al autor de Mujeres o El libro de los abrazos lo visitaban las estrellas: ahí está el viaje de Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat a Montevideo para conversar con “esa especie de sabio”, como lo definió el músico andaluz en el documental El símbolo y el cuate (2013), que da cuenta de esa tertulia.

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El silencio pasajero de Galeano, obligado por su muerte el 13 de abril de 2015, a los 75 años, se rompió ahora al cumplirse su primer aniversario luctuoso, con la publicación póstuma del último libro que dejó en libertad, culminación de una vasta actividad literaria. El cazador de historias, su decimoséptima obra que edita Siglo XXI desde aquel lejano 1971 en que apareció Las venas abiertas de América Latina, estaba ya concluida y con portada en 2014, después de dos años de trabajo del autor, ya muy enfermo. Pero –refiere el editor argentino Carlos E. Díaz–, debido al mal estado de salud de Galeano se demoró la publicación, “como modo de protegerlo del trajín que implica todo lanzamiento editorial”.

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En El cazador de historias, Galeano se mantiene fiel al estilo fragmentario, circular y minimalista de la mayoría de sus libros. Los temas del montevideano son los de toda su vida: la brutalidad de la colonización española de América, el despojo a los indígenas y su cultura, la discriminación a la mujer en todo el mundo y toda época, México, la intolerancia religiosa, el progreso de la civilización visto como máscara del retroceso de la humanidad, la devastación del planeta y la crisis ecológica, las dictaduras sudamericanas –marionetas estadounidenses pero con crueldad propia–; migración y exilio, el futbol, el amor, pero sobre todo el amor al prójimo, entendido no en la línea del cristianismo, sino en la de comprender al Otro como camino a saber quién es uno: un “conócete a ti mismo” del templo de Apolo traducido al español de Galeano, elegante, escueto, preciso, despojado de panfleto y de paja, síntesis de fábula y aforismo, de Las mil y una noches y de la Historia universal de la infamia.

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Los relatos de Galeano no son suyos, son de todos, como una vía para que todos se reconozcan en ellos. Son historias que cazó el explorador en la selva que es la humanidad. La autoría puede atribuírsele a Gandhi o a algún cuentacuentos anónimo en Montevideo o Panamá, en el siglo XVI o en el XXI. El uruguayo sólo es el amanuense.

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Las historias cazadas en selvas o ciudades, en las páginas de algún libro raro o en la canción de un navajo, son siempre transparentes, breves, de un par de líneas a no más de una página, tal vez resignado Galeano a la poca posibilidad que el hombre contemporáneo tiene para sentarse a leer.

Su Diagnóstico de la Civilización es por demás elocuente:

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En algún lugar de alguna selva, alguien comentó:

Qué raros son los civilizados. Todos tienen relojes y ninguno tiene tiempo.

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El volumen póstumo también presta voz con la voz de Galeano a aquellos a quienes la historia oficial despojó de palabras, más no de memoria: el desaparecido político, el rebelde indígena o el objetor de conciencia, como Gauchito Gil, quien fue colgado de los pies y degollado por las fuerzas del orden en 1860 y pico, pero santificado por las argentinos de Corrientes y otras provincias del norte por negarse “a matar a sus hermanos paraguayos” como soldado de la alianza Argentina, Brasil y Uruguay.

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Cada historia carece de fronteras, es universal como una fábula o las matemáticas. La sabiduría de Galeano es la de Esopo y de Marx, del Tao y de Pasteur, de un obrero en India o del obispo Samuel Ruiz en Chiapas, de la teología de la liberación o de un intelectual haitiano en el siglo XIX, como en Si el Larousse lo dice…:

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“En 1885, Joseph Firmin, negro, haitiano, publicó en París un libro de más de seiscientas páginas, titulado Sobre la igualdad de las razas humanas.

“La obra no tuvo difusión, ni repercusión. Sólo encontró silencio. En aquel tiempo, era todavía palabra santa el diccionario Larousse, que explicaba así el asunto:

En la especie negra, el cerebro está menos desarrollado que en la especie blanca.”

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En esa ausencia de fronteras, la ironía se confunde con el absurdo, la crueldad con la burocracia, la impunidad con lo cotidiano, como en La peligrosa:

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“En noviembre de 1976, la dictadura militar argentina acribilló la casa de Clara Anahí Mariani y asesinó a sus padres.

“De ella, nunca más se supo, aunque desde entonces figura en la Dirección de Inteligencia de la  Policía de la Provincia de Buenos Aires, en la sección reservada a los delincuentes subversivos.

“Su ficha dice:

            Extremista.

“Ella tenía tres meses de edad cuando fue catalogada así.”

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Refiere el editor Díaz, que en los últimos meses de su vida Galeano siguió escribiendo lo que más amaba en la vida, y que había empezado una nueva obra, que llamaba Garabatos, de la que dejó algunos textos, emparentados con El cazador de historias. A este volumen se integró una veintena de textos de Garabatos. En ese puñado, dice el editor, “destaca la muerte como tema. Son tan bellos e impactantes que quisimos incluirlos (en El cazador…), y para eso nos permitimos sumar una cuarta parte al libro original”, que lleva el título de un poema tomado del Canto de la noche, del pueblo navajo, con el que Galeano cerró su volumen póstumo: “Quise, quiero, quisiera”.

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Que en belleza camine.

Que haya belleza delante de mí

y belleza detrás

y debajo

y encima

y que todo a mi alrededor sea belleza

a lo largo de un camino de belleza

que en belleza acabe.

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*FOTO: Eduardo Galeano: El cazador de historias, México, Siglo XXI, 2016./ESPECIAL

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