Martin Amis: dispendio de banalidad

Abr 23 • Lecturas, Miradas • 2372 Views • No hay comentarios en Martin Amis: dispendio de banalidad

/POR GERARDO DE LA CONCHA

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Al escribir Koba, el temible, su gran ensayo acerca de los crímenes leninistas-estalinistas, Martín Amis seguramente  tenía en mente una idea muy rusa resumida por Gógol de la siguiente manera: “cómo hacer del Diablo un imbécil” usando la literatura para que “el hombre pueda reírse del Diablo hasta hartarse”. Esta pretensión gogoliana la estudia Merejkovski en su texto clásico Gogol y el Diablo; de alguna manera el subtítulo de ese libro de Amis, La risa y los veinte millones, es una réplica de ello.

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Sin embargo, si bien en ese libro el autor británico logra hacer ver el mal bolchevique-estalinista como algo semejante al hitleriano, no transmite el absurdo risible de lo diabólico que desde Gógol a Bulgakov la literatura rusa tiene capacidad de expresar. Él mismo alude contradictoriamente a esa imposibilidad al reparar en que su exposición del horror alimenta por contraste la sensación de bienestar de quien lo lee bien comido en un sitio acogedor. Y si eso le preocupa, no hay una fantasía creativa que permita burlarse del Diablo hasta el hartazgo.

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El suyo en esas páginas es un recuento eficiente de la opresión comunista y también un buen deslinde de su ideología a la que señala de no ser vista en Occidente en su carácter de mal absoluto, como sí sucede con el nazismo. Reprocha con razón que la mayoría sepa lo que fue Auschwitz mientras al mismo tiempo se ignora Kolyma, también un terrible campo de la muerte el cual por su parte debería simbolizar al comunismo.

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El ensayo no le sirvió a Amis en ese tipo de ambición gogoliana y para eso está entonces el género de la novela. Si La casa de los encuentros situada en un campo de concentración ruso era interesante y más o menos confusa al no ser claro su propósito principal –narrar una historia de amor, crear un emblema antiutópico, hacer una descripción literaria de la tragedia de los campos que denunciaba en su ensayo–, ahora La zona de interés con sus pretensiones abiertamente cómicas situadas en un campo nazi, constituye un escandaloso fracaso literario.

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Pongo un ejemplo. Al ver El gran dictador de Chaplin es inevitable –teniendo un poco de sensibilidad–, no sentirse incómodo. Quizás antes de la guerra y a pesar de que ya se advertía lo qué era el nazismo en sus propósitos, era posible e incluso necesaria la humorada, la caricatura, el tratar de mostrar un aspecto grotesco del personaje, pero después de lo sucedido me parece que ya es inútil reírse. Y la película se mira ahora sólo como un testimonio de época, desfasada por los acontecimientos.

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Y es que no se trata sólo de Hitler, pues todo el contexto de la Segunda Guerra Mundial es apocalíptico. No entiendo se quiera hacer reír específicamente con ese tema o cualquiera de sus partes. Y menos encaja hacerlo con la historia siniestra de los campos de concentración, los verdugos y la persecución a los judíos.

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En sus libros sobre la Segunda Guerra Mundial de dos grandes autores de la literatura universal, Céline y Malaparte, ambos son capaces, al abordar en sus relatos el fenómeno humano, de exhibir el lado grotesco de algunas situaciones e incluso de resaltar escenas de humor negro, porque una risa amarga puede surgir del seno mismo de lo trágico.

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Pero tanto el autor de Un castillo a otro como el de La Piel –dos obras maestras que se ubican en la Segunda Guerra– se cuidan de proponerse con su experiencia escribir obras típicamente cómicas. Sabían que en esa circunstancia era imposible. La risa está incrustada a veces en el drama humano, pero el drama humano no es de risa. Este matiz es importante y si dos escritores misántropos como Céline y Malaparte son más veraces que Amis –quien aborda el Holocausto en La zona de interés con “toques de comedia negra” según dicen sus editores–, no es tan sólo porque sean mejores escritores y hayan vivido personalmente esos días, sino porque su literatura evita lo banal.

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Con su concepto de la banalidad del mal, Hanna Arendt influye en banalizar la historia. Me parece que en su tiempo las críticas desde el ámbito judío a su libro –acerca de Eichmann– trataban de evitar esto precisamente en nombre de las víctimas. Me parece que en esta célebre reflexión filosófica de Arendt, radica la base equívoca de este libro de Amis.

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Con mejor fortuna literaria, Jonathan Littell adopta en Las benévolas el punto de vista de los verdugos y expone la crueldad del nazismo al cebarse en sus víctimas. Aunque también Littell comete el error de Amis, al tratar de demostrar que hizo la tarea y se leyó toda la literatura sobre el nazismo y la Segunda Guerra y entonces le concede el don de la ubicuidad a su personaje, del París de la Ocupación al frente ruso, pasando por los Balcanes, de Auschwitz al Berlín invadido por los rusos, un periplo realmente imposible. Así, Amis vuelca todas sus lecturas y referencias en su libro y queriendo mostrar su sapiencia libresca, termina por ser totalmente inverosímil.

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Sus nazis se echan parrafadas de este tenor:

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“La gente… la gente como usted y como yo, Thomsen, nos asombramos ante el carácter industrial del asunto, de su modernidad. Y es comprensible que así sea. Es algo espectacular. Pero las cámaras de gas y los crematorios no son más que epifenómenos. La idea era acelerar las cosas, y economizar, por supuesto, y ahorrarles nervios a los exterminadores…”

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¿Debemos captar esto como una denuncia por voz propia del aspecto tecnocrático del nazismo en su voluntad genocida? Littell tiene caídas semejantes y también muchas páginas extraordinariamente escritas para hacer encarnar el mal a su personaje, un alto oficial SS. En cambio en el libro de Amis no hay nada inolvidable. Siguiendo a Arendt, escribió un libro banal y, por tanto, inútil.

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A pesar de que intenta “humanizarlos” sus nazis son, literariamente, planos. Su judío colaboracionista también. Sus voces no son parte de un coro griego, se integran en una comedia de music hall teniendo de fondo una circunstancia trágica que se vuelve tan sólo la sombra de un divertimento literario, superficial y sin fuerza a contrapelo de sus datos.

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¿Cuál es el sentido de este libro? Sus promotores dicen que es “una novela enérgica, minuciosamente documentada y vigorizantemente feroz para que el lector se retuerza y finalmente se ría” (Tom Lamont); “una imborrable y nada sentimental exploración de las profundidades del alma humana” (Kirkus Review), etcétera. Pero sus editores habituales no quisieron publicarla. Los comprendo, por mi parte siento haber leído una novela vacua y afectada.

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*FOTO: Martin Amis: La zona de interés, México, Anagrama, 2015, 312 pp.

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